POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar

Las líneas que siguen no pretenden ser una síntesis teológica, sino un intento —modesto, acaso temerario— de leer la decisión de Roma desde la fe que tiembla y no desde la razón que dicta. Es un texto largo, lo sé: más cercano al ensayo que a la nota, pero hay temas que, por su naturaleza, no caben en el apuro de una columna.
En los orígenes mismos del cristianismo, el Cristo, María y el terremoto, constituyen la tríada conceptual y mística sobre la que se asienta nuestra fe. El momento culminante de la predicación del Cristo es el Gólgota, el instante de su muerte, cuando el evangelista -Mateo es el único que lo narra-, dice: “… y la tierra tembló, y las rocas se partieron (…) El centurión y los que estaban con él guardando a Jesús, visto el terremoto, y las cosas que habían sido hechas, temieron en gran manera, y dijeron: Verdaderamente éste era Hijo de Dios.” (Mt.27:51–54). La frase resume esos tres paradigmas dichos: el temblor, la muerte del Cristo y María.
Pero hablando de María, digamos que su importancia no es tratada como figura descollante entre los evangelistas sinópticos (Marcos, Mateo, Lucas). Nos, siempre hemos basado nuestros estudios en base al Evangelio de San Juan, profundamente teológico, y este evangelista, precisamente es el único que menciona a María explícitamente al pie de la cruz.
Dice, Juan: “Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la mujer de Cleofás, y María Magdalena. Cuando Jesús vio a su madre y al discípulo a quien él amaba, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Luego dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.” (Jn. 19, 25-27).
¡Notable párrafo! Donde Juan convierte a la presencia de María en símbolo teológico, porque la Madre no sólo es presentada como una vivencia personal, humana, sino que se eleva como Madre espiritual de una Humanidad representada por el “discípulo amado”. Esta al menos ha sido la pedagogía en que fuimos enseñados.
El significado teológico más importante de ese momento es el traspaso de filiación, de madre de Cristo, a Madre de la Humanidad.
La configuración dolorosa en los inicios de la cristiandad
En tiempos de la Patrística, o sea, el pensamiento de los primeros Padres de la Iglesia (siglo IV), ellos fusionan los relatos estableciendo la presencia de María junto a la cruz, como se lee en el clásico “Stabat Mater Dolorosa” (Stabat Mater dolorosa / iuxta crucem lacrimosa / dum pendebat Filius – “Estaba la Madre dolorosa / junto a la cruz, llorosa / mientras pendía su Hijo.”. Es decir, la tradición establece la figura de la Madre como testigo presencial e inmediato del horror.
De modo entonces, que, terremoto, cielos oscurecidos, velo del Templo rasgado, operan todos como signos cósmicos, que en la metáfora ofrecerían la idea del desgarramiento materno. Podríamos aquí, incluso, iniciar otro camino de profundización que toca con nuestra actualidad cósmica, pero ni es el eje de nuestra cuestión presente, ni tampoco muchos lo comprenderían, toda vez que comprender esa realidad impone apartarse del dogma en sí, en un ejercicio de libre pensamiento.
El sismo y la Madre en el Milagro de Salta
Dicho todo lo anterior y a trazo muy grueso evidentemente, podríamos decir para ponernos en línea y situación histórica con nuestra devoción del Milagro en Salta, que la tierra tiembla porque tiembla la Madre. El cosmos se abre, se parte, porque se parte el corazón humano. Desde luego que se trata de una dialéctica un tanto compleja quizás para quienes no están habituados a transitar los intersticios de la meditación bíblica, pero llevando la cuestión al terreno filosófico podríamos afirmar que se produce una tensión entre el mito y el logos. Tal como lo expresa San Juan en el Prólogo de su Evangelio: “En el principio existía la Palabra (Logos),/y la Palabra estaba junto a Dios,y la Palabra era Dios.” (Jn. 1-1).
Nos hallamos así -a priori- frente a una simbiosis compuesta por la Tierra, la Madre y la Palabra. De allí… ¿A qué distancia se hallaría entonces el sentido místico y profundo de la Pachamama entre nosotros?
En la conciencia de que nos hallamos en una zona fronteriza delicada entre lo simbólico cultural y un acto ritual de pleno valor para muchos fieles de las regiones andinas, habría quizás que ver la cosa en un contexto sinodal, lo que abre a la lectura de un gesto de apologética indígena y ecológica. Porque al fin de cuentas, lo NUESTRO, es la Tierra y la Madre…, y por supuesto, los sismos. El que pueda entender, que entienda…, o más bien, el que quiera entender, que entienda.
Para el catolicismo más ortodoxo, el uso y la práctica de esta simbología representa una confusión ritual, o al menos, una mezcla no muy clara entre lo cristiano y lo religioso-cultural, lo cual conduce al escándalo. Nos, sin embargo, pensamos que la cuestión es bastante más simple de lo que parece: el Dios creador, el Padre; tiene su referencia mística y mítica, en la Tierra y la Madre. Claro, no apto para ortodoxos.
Un supuesto aggionamiento que provoca una fractura simbólica entre la teología oficial y la fe del Pueblo
Siempre conscientes de que nuestro escrito está lejos -muy lejos- de un análisis teológico; sin entrar en las profundidades del análisis de Lumen Gentium (Cap. 8), por ejemplo, como tampoco adentrarnos en la cuestión sinodal o ecuménica -diplomática, incluso- hacia la cual se dirigiría el pensamiento de Roma, entendemos, si, que venimos a representar las dudas y hasta los temores de miles y miles, que con toda suerte han leído “Las 99 preguntas del Catecismo”, nada más.
Los simples -todos nosotros-, comprendemos la Fe, según la Gracia les ha llegado. No participamos del ejercicio calenturiento de una teología humana, sino de la simpleza extraordinaria del creer o no creer. Del vivenciar a Cristo según una recta razón y sana efusión del Amor, donde María, es simplemente eso: la Madre de Cristo. Nuestra Madre. ¿Para qué más?
Lo cierto -entendemos- que, a nivel popular, esta decisión del Dicasterio para la Doctrina de la Fe (el nuevo nombre de la “Santa” Inquisición) le pondría fin a una tensión entre Roma y Latinoamericana donde las devociones marianas son parte integrante de la esencia espiritual de los pueblos. Desde Guadalupe hasta Aparecida; y en Argentina, desde la Virgen del Milagro, Luján, María del Valle de Catamarca, San Nicolás… ¿Todo esto se quedaría sin fundamento?
Hagan lo que quieran, en Salta María del Milagro seguirá siendo una devoción popular
En Salta, esta decisión tiene especial impacto siempre que la devoción a la Virgen del Milagro, no se limita a una fecha del calendario litúrgico. María del Milagro, en Salta, es esencia, identidad, memoria y Pacto.
Para quienes lean en otras latitudes diremos simplemente que según el relato fundacional, el 13 de septiembre de 1692 un violento terremoto sacudió la ciudad. Los fieles llevaron en procesión las imágenes del Señor y de la Virgen, y, al llegar a la plaza, el temblor cesó. Desde entonces, cada año, en septiembre, la ciudad entera revive aquella súplica.
Pero existe un hecho relevante y revelador consignado en bella prosa en la Novena que se reza, cuando dice: “Mudando de colores tu semblante bello, a los pies del sagrario pediste por este pueblo, para que cesaran aquellos espantosos terremotos.”
¿Esto, acaso, no es intercesión pura? ¿No hay corredención de María en el Pacto de Fidelidad?
En esa frase de la novena del Milagro, una palabra reviste el significado de redentora y de intercesora ante el Hijo, cuando dice “Pediste por este Pueblo”; resume el más profundo sentido teológico del sentir del corazón salteño. Desde aquella jornada y hasta ahora, la Madre, es para los salteños quien salvó a este Pueblo. ¡Y continuará siéndolo!
Gracias a Ella, la furia de la Naturaleza cesó sus convulsiones. En ese momento, cayendo desde su nicho “A los pies del Cristo”, María INTERCEDE, ACTÚA, PROTEGE. No es SÍMBOLO SINO PRESENCIA VIVA Y ACTUANTE.
¿Les interesa a los peregrinos de la Puna, de los Valles, los del Bermejo, los del Chaco, lo que algunos cardenales y el mismo Papa, deciden sobre María? ¡Por supuesto que no!
¿Les interesa a los salteños lo sinodal (ni siquiera saben qué significa), lo ecuménico y lo diplomático? ¡Menos!
Otra vez y como siempre, los tonsurados de mentes llenas de versículos pero almas resecas, pretenden interpretar a Dios desatendiendo el sentir popular. ¡Qué saben ellos de lo que representa la devoción y el amor de un Pueblo por su Madre!
Pareciera que ahora la Iglesia busca retraducir la fe popular: donde había intercesión, ahora hay acompañamiento; donde había milagro, hay signo; donde había súplica desesperada, hay pedagogía espiritual. Con el perdón y la vulgaridad del término, nos están macaneando.
Es que la teología tiene un problema que el pueblo no comparte: la gente no siente matices dogmáticos, siente temblores. La peregrinación salteña es, año tras año, un acto de memoria corporal: hombres y mujeres que caminan durante días desde los Valles, el Chaco o la Puna para llegar al encuentro con la Virgen. Descalzos, exhaustos, repiten la misma invocación de hace tres siglos. Ningún documento papal podría disuadirlos de pensar que ELLA, de algún modo, los escucha e intercede.
Y es que en América Latina la figura de María ha sido la matriz del encuentro entre la fe y la historia. En Guadalupe, en Itatí, en Luján, en Caacupé, el pueblo creyó que Dios se acercaba a través de la Madre. Roma, con sus distinciones conceptuales, intenta ordenar el mapa; pero en los márgenes, la teología se hace piel.
Tal vez no se trate de oposición, sino de lenguaje. El Vaticano habla en categorías; el pueblo, en símbolos. Para el dogma, María “acompaña”; para el creyente, María salva. Son maneras distintas de nombrar la misma necesidad: que alguien esté del lado del hombre cuando tiembla la tierra o el alma.
Cada septiembre, Salta repite el gesto: miles de voces cantan y lloran a una Virgen que ahora, según Roma, no intercede, pero que según el Pueblo, jamás ha dejado de hacerlo. Y uno se pregunta si acaso ¿ no es esa persistencia —esa fidelidad a lo irracional— la forma más pura de fe que queda?
Porque al fin de cuentas, el cristianismo nació de un temblor: el del Gólgota, el del sepulcro que se abrió, el del miedo que se volvió esperanza. Y en todos esos eventos, estuvo María. Si Roma olvida el temblor, el pueblo lo recuerda.
Y mientras haya alguien que camine hasta Salta con una vela en la mano, el Milagro sabrá de qué lado está la Verdad… Y “La Verdad, os hará libres!” (Jn. 8, 32). –
El temblor y la palabra promete un registro más libre: la idea del sismo como metáfora de la fe, del lenguaje, de la memoria. –
Roma podrá cambiar los títulos; el pueblo, en cambio, mantiene los nombres. Y cada septiembre, cuando la tierra tiembla y las campanas del Milagro responden, todos entendemos —sin teología, sin permiso— que la Madre sigue ahí.
Porque en cada peregrino descalzo que sube a los cerros, en cada lágrima encendida ante el Cristo del Milagro, sigue latiendo la fe primera: la que no se aprende en los libros, sino en el suelo que tiembla y en la Madre que no se va. –
