Correspondencia infernal: El caso de la monja que tomó el dictado cuando Satán se puso a escribir en siciliano

POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar

Lo que sigue podría parecer una crónica de la literatura fantástica, y sin embargo no lo es. Lo que narraremos está probado —y documentado— por los hechos.

Nos hallamos en la Sicilia del siglo XVII, cuando el 29 de mayo de 1645, nació, Isabella Tomasi, miembro de la familia Tomasi de Lampedusa, hija del duque o príncipe Giulio Tomasi. Devenía Isabella de una familia de conocidos escritores. La monja de nuestra historia fue tía abuela del tatarabuelo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, el autor de “Il Gatopardo”, quien escribió ese libro y falleció sin saber que se convertiría en un éxito mundial de la literatura. El demonio de 1676 y el desencanto del 1958 son, de algún modo, parientes.

Los Tomasi eran príncipes de Lampedusa y Palma di Montechiaro, un linaje siciliano de vieja nobleza española-italiana. Cuando a los quince años Isabella ingresó en la orden de monjas y adoptó el nombre de María Crocifissa della Concezione. Los relatos -comprobados- dicen que la monja Isabella, se caracterizaba por su carácter afable y rara inteligencia que la llevó a profundizar sus estudios, así como a participar del coro donde se destacaba su voz.

Cuando el Diablo tuvo la gentileza de escribir en italiano

Pero la mañana del 11 de agosto de 1676, en aquel convento de Palma di Montechiaro (construido por el padre de Isabella), la monja no se presentó a cantar en el coro, lo que llamó la atención. Entonces las monjas y la superiora partieron a su celda, hallándola tirada en un rincón, con sus facciones desencajadas, la mitad izquierda de su rostro manchada con tinta y el hábito salpicado de símbolos.

A su alrededor, se encontraban desparramados varios papeles cubiertos por una escritura que parecía redactada por una mano enloquecida. Preguntada sobre qué había ocurrido, la monja juró que había tomado un dictado del mismo Satanás. De hecho -dicen-, que las monjas no pudieron comprender qué decían esos papeles garrapateados con una mezcla de latín, griego, algún idioma desconocido y símbolos. El pontificado tomó cartas en el asunto y decidió archivar esos, digamos…, escritos.

Tres siglos después, la ciencia —que suele llegar tarde, pero llega— sometió esos papeles a sus propios ritos digitales y pudo descifrar algunas partes; entre líneas, al parecer, si el escrito había sido dictado por el Diablo, en el texto se dudaría de la Santísima Trinidad y del valor de la humanidad. Otra interpretación señala que más humano que sobrenatural, el Demonio se entretuvo jugando con una monja que poseía el don de de escribir demasiado bien para su tiempo. Pues, según dicen, su pluma era única y los temas que trataba desafiantes para su época. Esos papeles pasaron a llamarse “La Lettera del Diavolo”.

Qué dicen los estudios modernos

Sometida la carta a diversos estudios, en el año 2017, una decodificación declara que el texto mezcla grafías antiguas y con algunos párrafos que tienen algún sentido, pero “sin coherencia completa”.

Para los más pragmáticos, sería un episodio de éxtasis, o alguna psicopatología cercana a la psicosis de la propia monja que los habría estampado para desfogar esa inteligencia superior y su capacidad innata de manejar la literatura. O sea, tendríamos dos posturas: la causa “demoníaca” que es la versión religiosa registrada en la crónica conventual y las explicaciones médicas o filológicas que compiten con ella.

Conclusión corta y honesta

La historia por fantástica que parece está comprobada: la monja existió, los escritos también y la tradición aceptada de que fueron dictados por el Demonio.

Obviamente, no existe una prueba empírica de que ese texto haya sido “dictado por el Príncipe de las Tinieblas”. Nada hay que pruebe una intervención sobrenatural.

La carta que escribió el Diablo

La carta se conserva en un convento de Palma di Montechiaro y ha sido analizada por criptógrafos, teólogos y curiosos durante siglos. Una monja, una pluma y la eterna duda: ¿escuchó realmente una voz infernal o tan sólo la suya, resonando en la celda?

Realmente visitó el Demonio a la monja para dictarle ese texto, o acaso ¿La compleja relación entre erudición y habilidad literaria termina conduciendo a la locura mística?

Quizá el Diablo nunca dictó nada. Tal vez sólo sostuvo el espejo donde una monja —y luego todos nosotros— aprendimos a leer nuestras propias sombras. –