POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar
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Es imposible no ser ganado por una emoción que embarga al espíritu y hace nacer del pecho un sentimiento que conmueve. El Concierto Nro. 21 de Mozart, está considerado como una de las joyas más puras del clasicismo: luminoso, sereno y profundamente humano.
Compuesto en 1785, en plena madurez creadora, el Concierto para piano N° 21 de Wolfgang Amadeus Mozart no sólo es una obra maestra del equilibrio clásico, sino una de las más conmovedoras expresiones del espíritu humano. Su célebre segundo movimiento, el “Andante”, parece suspendido en un tiempo donde la belleza no necesita explicación.
Una luz entre dos mundos
Mozart escribió este concierto en Viena, cuando su genio ya había alcanzado el punto exacto entre la gracia y la profundidad. En él conviven el virtuosismo del intérprete y la transparencia del alma. No hay artificio: sólo la verdad musical que fluye con una naturalidad que asombra.
El primer movimiento, Allegro maestoso (generalmente, el primer movimiento es un Allegro), despliega la claridad y la alegría propias del estilo de Mozart. Es un diálogo cortesano entre el piano y la orquesta, donde todo brilla, pero nada grita. El equilibrio es la forma más alta de inteligencia.
Nos enseñaban los maestros que todo concierto es un diálogo entre los instrumentos y que tenemos que aprender a escucharlos como conversan. En Mozart, quizás uno de los autores donde mejor se puede apreciar ese diálogo instrumental.
El segundo movimiento, un Andante, es sin duda, el más conocido. Aunque no sepamos el autor, nuestro oído reconoce haberlo escuchado. Fue inmortalizado en el cine por la película Elvira Madigan, y es un pasaje de pureza absoluta. Su melodía parece venir de otro mundo, como si Mozart hubiera descubierto el modo exacto de traducir la calma del alma en notas. Es la música que uno escucha cuando ya no queda nada por decir.
El final, Allegro vivace assai, devuelve la energía y el juego. Mozart, después de la contemplación, vuelve a la vida. El concierto termina con júbilo, como si el compositor quisiera recordarnos que la felicidad —aunque breve— siempre vuelve.
Un espejo del espíritu
El Concierto N° 21 es, tal vez, el mejor ejemplo de cómo Mozart logra unir la razón con la emoción, la estructura con la ternura. Cada nota está donde debe estar, y sin embargo, cada compás parece improvisado. No hay rigidez: sólo una libertad perfecta.
Escucharlo hoy, en tiempos de ruido y vértigo, es un acto de resistencia. Es detenerse un instante y volver a creer que la belleza puede salvarnos, aunque sea por un minuto y medio de Andante.
