Requiem por el periodismo en Salta

POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar

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RESUMEN: El periodismo salteño, otrora tribuna de pensamiento y escuela de cultura cívica, atraviesa su hora más oscura. En tiempos donde el “like” suplanta al criterio y el cheque reemplaza a la conciencia, esta columna invita a encender una vela por el oficio perdido —y acaso, por el que aún puede renacer—.

Diremos a modo de introducción cultural genérica -o recordaremos- que Réquiem es una composición musical escrita para honrar a los difuntos. Tal vez el más conocido sea el “Réquiem de Mozart”, una obra que penetra en lo más profundo del alma, especialmente el “Lacrymosa”. En líneas generales, su nombre proviene del latín “Requiem aeternam dona eis, Domine” (“Dales, Señor, el descanso eterno”), que son las primeras palabras de la misa católica de difuntos.

En un sentido literario, un réquiem, representa una reflexión sobre la muerte, la redención y la trascendencia. Es una pieza que habla de lo inevitable, pero también contiene el germen de la esperanza y la memoria. Todo puede resucitar.

Nos, al decir del réquiem por el periodismo en Salta, proponemos casi una misa laica por una profesión que dejó de cumplir su rol social. En este caso, el réquiem le da profundidad moral a la cuestión que tratamos: no es sólo la crítica por la decadencia del oficio, sino un lamento por la pérdida de su espíritu.

Esta campaña política que llega a su fin ha puesto en el pináculo de la evidencia algo que viene sucediendo desde largo tiempo atrás y es la pérdida de la independencia periodística. De pronto, el Internet, ha propuesto la proliferación de lo que algunos llaman “medios” cuando en realidad son sólo pizarrones tecnológicos donde como en los antiguos transparentes se pegan papelitos con información, pero jamás una nota de fondo, un editorial sesudo, una opinión, no decimos arriesgada, no pedimos tanto, pero por lo menos algo de cosecha propia. Todo se reduce al “cute and paste”.

Los “medios” se han convertido en meros repetidores de comunicados oficiales y lo más lamentable y deleznable, en yermos campos de operaciones periodísticas. Han dejado de ser medios para convertirse en fines, marcando el fin de la decencia informativa.

Si acaso analizáramos los contenidos con espíritu crítico, observamos una enorme cantidad de “notas” dedicadas sólo a “bajar a fulano”. O a “denunciar a mengano”. Y lo más triste, un axioma que tomó cuerpo que señala “Cuando no hay noticia, se la inventa”.

Hacemos memoria en este acápite de nuestro maestro y amigo, Néstor Salvador Quintana, quizás el último numen del periodismo en Salta, cuando enseñaba que la “Noticia es una pieza sesgada de la realidad”. Eso ahora ya no es así, porque se falsea la realidad de ser necesario y luego, la noticia pierde dimensión de tal. La página, otrora que ilustraba, ahora ensucia las mentes.

Néstor Salvador Quintana, en la que sería la última foto, la última vez que nos veríamos

Lo hemos comprobado palmariamente en estos días finales de la campaña política, donde observamos “medios” que han florecido como los hongos después de la lluvia, en los cuales se “tiran” datos de supuestas encuestas, en algunos casos con supuestos guarismos totalmente inverosímiles. Se habla de tal o cual candidato poniendo en juego su honra y moral de ser necesario. Y cuando el presupuesto pautado lo amerita, se miente descaradamente.

El algoritmo de la mendacidad

El “like” ha reemplazado al análisis. Ya no se busca informar y/o formar, sino ver de jugar con el algoritmo con titulares diseñados para ganar seguidores, no para pensar.

En esta batalla por la indecencia periodística el silencio es el sicario mejor pagado. La censura y peor aún, la autocensura, que se imponen los “medios” y los “periodistas” por el temor reverencial al cheque (sobre lo llaman ahora). Estos “medios” ya buscan ser la cartelera de todo el hacer social sino específicamente hablar bien de uno y mal de todos los que se pueda.

El “Elemento cacerola”

Esta antigua expresión era usada en tiempos de “ñaupa” para definir a todo lo que era mediocre, barato, sin densidad y hasta sin entidad, en este caso periodística. El periodismo hoy, milita entre esos “elementos cacerola”. ¿Alguien observa en los “medios” una publicación argumentada, un análisis social, un editorial político? Porque estas tres últimas categorías valen tanto para hablar bien como mal de alguien. El problema es el nivel. Hemos perdido el nivel en el fondo, en el argumento e incluso en el lenguaje.

El periodista, una salida laboral rápida y fácil

Siempre hemos sostenido que en Salta hay dos titulaciones “académicas” muy fáciles de alcanzar: la de periodista y la de historiador. Respecto del primero, basta con colgar una página en la Red, copiar y pegar (ni siquiera cambian la foto), proponer alguna estupidez y ya tenemos un “medio”. Otros, contratan unas horas en una radio o en un canal, hablan bobadas y palabrotas, llevan a los “políticos” que les pagan “unos mangos” para preguntarles, por ejemplo: “Y ¿cómo se lleva con su señora?”; “¿Prefiere en las mañanas el café con tostadas y mermelada?” o “¿Qué piensa del color de la tintura que se hizo la diputada Cachavacha?” Pasan la gorra por los poderes públicos por una pauta ¡Y ya son periodistas!

Con los “historiadores” ocurre otro tanto. Un fulano agarra los libros de los verdaderos historiadores, entre saca, interpreta para que no sea plagio total, junta hojas, publica UN SOLO libro, y ya se gradúa como historiador. Es maravilloso esto.

Leer, leer y seguir leyendo

El periodismo verdadero se funda y se fundamenta en la cultura del hombre o la mujer de prensa. ¿Cuántos han leído a los clásicos? ¿Cuántos han publicado aunque más no sea un folleto? ¿Quiénes acaudalan pergaminos de seminarios realizados?

La cuestión se agrava con el uso y abuso de la Inteligencia Artificial, a la que le piden “haceme tal nota”, la copian, la pegan y la publican, sin darse cuenta en algunos casos de que la IA les ha consignado una fecha errónea o algún disparate. Ellos publican contentos.

¿Y el lector?

El periodismo tiene como toda ciencia un método, un sujeto y un objeto de su hacer. El objeto del periodista es el público lector, oyente o televidente. En otras épocas, se creaba un verdadero vínculo entre el periodista y su público. Incluso, los periodistas llegaban a ser punto de referencia: “Lo dijo fulano”.

Ahora ese vínculo ha desaparecido. El periodismo ya no es el puente entre el poder y la sociedad, sino un espejo de vanidades. Si, tal como leemos en el Eclesiastés: “Vanitas, vanitatem, omnia vanitas” (Ecl. 1,2). Esta frase, que traducida para los legos quiere decir: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”, entraña una reflexión sobre lo efímero de todo esfuerzo humano, sobre la futilidad del poder, la riqueza y la gloria frente al paso del tiempo.

Nos embarga la tristeza al contemplar la pérdida de la vocación por formar al público a través de la información. Monseñor Justo Laguna -ya lo hemos dicho pero cabe al punto-, nos enseñaba: “Para ser culto, sólo basta leer los diarios”. Claro, los diarios que se editaban antes.

¿Dónde hallamos hoy en Salta un suplemento de cultura? ¿Una crítica literaria o el comentario de alguna película? ¿Donde retozamos con la publicación del “Güemes” de Leopoldo Lugones, por ejemplo? ¿Dónde hallar una pieza periodística que trace un análisis histórico en alguna fecha patria? ¡Ah, pero en unos días podremos saber cómo se prepara una calabaza para Hallowen! Que también es cultura, aunque dudo que muchos ahora puedan comprar una calabaza siquiera.

En la Escritura, leemos: “Debemos dar razón de la esperanza” (1Ped. 3,15); por lo tanto, no perdamos la esperanza. Hay en las universidades -lo comprobamos felizmente- un semillero interesante de jóvenes que vienen retomando la feliz tarea de pensar, de reflexionar, de preguntar a los que saben algo más ¡Y de escribir!

Por eso, aún así, mientras quede un periodista que dude, que incomode, que escriba desde la conciencia y no desde el miedo, el réquiem no será total. 

Porque mientras haya una pluma libre, una voz que escriba sin pedir permiso, el periodismo no morirá: sólo dormirá, esperando su próxima resurrección. –