Cultura: Mozart y la Sinfonía 39: la alegría serena de un genio que presiente el final

Por: Ernesto Bisceglia – www.ernestobisceglia.com.ar

Pocas obras en la historia de la música poseen la perfección luminosa de la Sinfonía N.º 39 en Mi bemol mayor, K. 543, escrita por Wolfgang Amadeus Mozart en el verano de 1788, apenas tres años antes de su muerte. Es la primera de las tres últimas sinfonías —junto a la N.º 40 y la N.º 41 “Júpiter”— que el compositor creó en un lapso de menos de dos meses, como si una urgencia interior lo impulsara a dejar su testamento sinfónico.

Un tiempo de sombras y de gracia

Mozart atravesaba un momento difícil: escasez de dinero, distanciamiento del público vienés, deudas, soledad. Sin embargo, su música nunca sonó más pura. La Sinfonía 39 parece elevarse por encima de toda miseria humana: no hay dramatismo ni desolación, sino una alegría serena, una dicha que no necesita gritar

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Estructura y espíritu

Adagio – Allegro:

El comienzo es majestuoso. Un lento acorde introduce el motivo principal con solemnidad casi litúrgica. Luego el Allegro estalla en claridad: una danza elegante, donde cada instrumento dialoga con inteligencia y cortesía.

Andante con moto:

Mozart dibuja un espacio íntimo. El tema se mueve entre la luz y la sombra, en un diálogo de cuerdas y vientos que anticipa el romanticismo. Es la reflexión después del júbilo inicial.

Menuetto (Allegretto):

El tercer movimiento es vienés hasta la médula: un minueto cortesano, pero de paso firme, casi popular. El trío central es una melodía alpina que parece traer aire fresco desde el campo.

Finale (Allegro):

Una corriente viva. Todo fluye, todo se encadena. La energía es inagotable, pero jamás agresiva. Es como si Mozart, consciente de sus límites humanos, hubiera querido escribir una música sin angustia, un himno a la belleza como reconciliación.

El milagro de lo simple

En esta sinfonía, la emoción no viene del exceso sino del equilibrio. Mozart logra lo más difícil: que la música parezca natural. Cada nota cae donde debe, sin esfuerzo, como si la perfección fuera un lenguaje cotidiano.

Una versión recomendada

Para disfrutarla en toda su dimensión, vale escuchar la interpretación de Karl Böhm con la Filarmónica de Berlín (Deutsche Grammophon, 1962): claridad, calidez y un tempo justo que respeta el espíritu mozartiano.