Colón no descubrió nada: desmontando el mito fundacional de Occidente

POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar

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RESUMEN: El 12 de octubre es una fecha cargada de relatos escolares, banderas y discursos repetidos. Pero detrás del mito del “Descubrimiento”, hay una historia mucho más compleja y silenciada: Cristóbal Colón no descubrió nada. Sabía perfectamente adónde iba. Conocía los mapas secretos de los Templarios, quizás, y siguió las rutas que ya habían trazado siglos antes los hombres de la cruz paté. Las velas de sus carabelas no eran casualidad: llevaban el emblema templario, signo de una continuidad oculta entre la cristiandad esotérica y la expansión imperial que inauguraría la conquista.

El 13 de octubre de 1307, cuando el rey Felipe IV ordenó el asalto al Templo en París y la persecución de los templarios, comenzó una diáspora de saberes que terminaría, siglos después, en las costas americanas.

Todos fuimos enseñados en lo que podríamos llamar el El mito pedagógico del Descubrimiento de América”; así el 12 de Octubre se convirtió en la mente de millones de americanos en una epopeya marinera trazada sobre las líneas de un cuento infantil con huevos parados sobre mesas, naranjas y reinas impresionadas por el huevo y carabelas llenas de presidiarios que partían alegremente a navegar más allá de las Columnas de Hércules, donde asolaban gigantescos monstruos marinos que se tragaban a las embarcaciones. No era poca cosa aquello.

La educación escolar y los mitos de la historia han servido siempre para disciplinar las mentes de los niños y aún de los adultos. En este caso el “Descubrimiento” venía a legitimar el dominio colonial, justificar la superioridad europea que llegó a borrar grandiosas civilizaciones previas.

El suceso debe observarse desde una compleja óptica donde se hallan elementos muy diversos. Más que un descubrimiento aquello fue un violento encuentro entre mundos, “una irrupción imperial sobre pueblos con historia, ciencia y cultura.”. En los hechos, no significó sino un capítulo más de la sempiterna historia de la humanidad misma, siempre alguna civilización avanzó sobre otra y a partir de esa simbiosis trágica surgió algo nuevo.

La falsedad del “descubrimiento” en sentido literal

La tierras americanas, antes de 1492, ya eran un hervidero de millones de seres humanos agrupados en civilizaciones de avanzado criterio científico, con organizaciones urbanas notables y sistemas económicos propios, que ya habían sido visitadas por otros pueblos llegados de ultramar. Esto del “Descubrimiento”, tiene un meta-sentido, un acto simbólico para justificar una apropiación cuyo primer capítulo fue semántico.

Otros viajeros anteriores

Los estudios revelan que antes de Colón, estas tierras ya habían sido visitadas por otros navegantes. Existe prueba arqueológica de la presencia de grupos llegados de Terranova hacia el 1000. dC. También de la Polinesia y otros pueblos cuya presencia genética revela intercambios culturales. Mientras Europa dirimía sobre reyes y papas, el planeta ya conocía otros modos de interconectarse. En suma, el viaje de Colón no abrió rutas, las institucionalizó bajo una bandera imperial.

El mito templario y la cartografía oculta

En algún momento, llegamos a pensar con cierta lógica de veracidad lo que algunas lecturas nos habían insinuado de que Colón, sabía perfectamente dónde venía porque estaba casado -decían- con la hija de un Gran Maestre Templario de quien había obtenido cartas de navegación porque esta Orden ya había llegado con anterioridad a estas costas.

La historia cuenta que los Templarios, la noche anterior al fatídico 13 de Octubre de 1307,  fruto de un contubernio entre el rey Felipe el Hermoso y el Papa Clemente V, se mandó allanar el Templo de París y arrestar a los caballeros de la Orden del Temple. Ese día no sólo comenzó una cacería política: también se apagó, durante siglos, una de las luces más secretas del conocimiento medieval. Los Templarios fueron acusados de herejía, pero lo que realmente se castigó fue su independencia, su saber geográfico y su poder económico. De aquel naufragio del saber templario quedó la leyenda —y tal vez algo más— de que algunos sobrevivientes escaparon con sus mapas, sus símbolos y su memoria a tierras de ultramar: la que luego sería América.

Dicen que entre esos ecos llegó hasta el siglo XV una cartografía que hablaba de tierras occidentales. Y aunque los historiadores no lo acepten, el mito persiste: Colón no partió a ciegas; llevaba en sus velas las mismas cruces que un día ardieron en París y quizás, en el fondo de su fe o de su ambición, la sospecha de que iba tras la huella perdida de aquellos navegantes prohibidos.

Más allá de su veracidad histórica, esta hipótesis expresa la sospecha de que Colón no vino a ciegas; que sabía más de lo que confesó.

El discutible valor de un “Descubrimiento” discutible

Europa no celebra como acontecimiento histórico cuando Roma ingresó en Atenas. O cuando venció al gran Aníbal en las Guerras Púnicas, por consignar sólo un par de hechos que cambiaron la historia de aquel momento. Peró sí son hitos para la cultura occidental la caída de Granada en 1492, que representó el fin de la presencia sarracena y la posterior persecución de moros y judíos por parte de los Reyes Católicos, así como el Descubrimiento de América.

Lo cierto es que la historiografía y la educación hispánica fueron forjadas bajo el relato imperial-eclesial donde hubo una negación del otro, del americano nativo. Al punto de dudarse de si tenían alma. Hubo una reducción del nativo a la servidumbre, a una esclavitud justificada por un Dios que los quemaba vivos para que aprendieran cuánto los amaba esa deidad. Fue aquello una empresa forjada bajo la cruz y la espada.

La pregunta sería, en todo caso ¿Cuál es la verdadera Gesta, la llegada de lo hispánicos o la resistencia de los pueblos que sobrevivieron a su llegada?

Desmontar la historia para reconstruirla

Tampoco se trata de ser necios y no reconocer la obra de España. Se trata de un episodio extraordinario en la historia universal donde una nación trasladó a tierras de ultramar -¡en aquellos años!-, todo un sistema político, jurídico y religioso. Menos todavía podemos juzgar con ojos fanatizados de ideología aborigen un momento histórico de 500 años atrás. Siempre es necesario poner todo en una perspectiva justa y prudente.

No se trata de negar la historia sino de devolverle su espesor humano.

Hoy podemos afirmar, con serenidad pero sin eufemismos, que Cristóbal Colón no descubrió nada. Fue Europa la que, al pisar estas tierras, se descubrió a sí misma: descubrió sus límites, su codicia y su fe, su hambre de oro y su necesidad de absolución. En esa empresa, la Iglesia Católica jugó un doble papel: el del fraile que defendió al indio y el del obispo que bendijo la conquista.

Tal vez, entonces, aquel 12 de octubre de 1492 no fue el día en que América apareció ante los ojos de Europa, sino el día en que Europa se vio, por primera vez, reflejada en el espejo del mundo y el espejo le devolvió una imagen que nunca terminó de aceptar.-