POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar
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RESUMEN: Cada cierto tiempo, los profetas del antiperonismo anuncian su extinción definitiva. Pero el peronismo, como los mitos y los fantasmas, no muere: se transforma, reaparece, y vuelve a ocupar su lugar en la historia argentina. El desafío no es erradicarlo, sino aprender a convivir y gobernar bien con él.
El título es provocador y el tema es profundo y culturalmente potente: la “erradicación del peronismo” ya es un mito tanto como el peronismo mismo. Estos impulsos espasmódicos de la sociedad argentina por sacudirse al peronismo ya llevan casi ochenta años; desde 1955 que se intenta destruir al peronismo y no lo consiguen. ¿Por qué? Porque el peronismo ya alcanzó el carácter de un nivel estructural dentro de la identidad argentina.
En primer lugar debo aclarar que quien escribe estas páginas militó allá en la juventud en el más duro antiperonismo. En nuestra familia ser antiperonista era una razón de ser. Los gorilas del África más profunda eran albinos al lado de los curas jesuitas y los militares de nuestra familia. Con las décadas, he aprendido a convivir con el peronismo. Nos llevamos ahora muy bien, tanto que muchos creen que uno ha pactado con ellos. Y no se trata de claudicar sino de convivir. Hasta son divertidos, diré.
La oligarquía y el nacimiento de la chusma
Luego de doscientos años, la Argentina, es un país que no encuentra su identidad. Tal vez sea por aquello de la simbiosis de razas que formaron el Ser Argentino desde 1850. Desde siempre la conducción del país estuvo en manos de la oligarquía cipaya -hay que decirlo- que trazaba negocios con los “gringos” rubilingos y los lánguidos británicos. La “chusma” estaba para operar las máquinas, trazar los surcos en la tierra, atender las vacas y producir la riqueza del país que esa oligarquía le entregaba alegremente a los extranjeros.
Pero un día vino Juan Domingo Perón. Un milico golpista que le robó el cargo de presidente a Don Robustiano Patrón Costas, ese caballero salteño que había sido ungido candidato a presidente por el Partido Demócrata Nacional y que el golpe de 1943 dejó sin acto ni discurso. Que había fundado su imperio azucarero masacrando aborígenes que valían menos que una tonelada de caña. Y Perón, con su mujer “La Eva”, le dijeron a la “chusma” que tenía los mismos derechos que los blancos. Que podían tener lavarropas, heladera, cocina ¡Y hasta vehículos! Les dijeron que podían hablar con sus patrones y hasta exigirle mejores salarios. ¡Habrase visto!
Llegaron al extremo de llenar los despachos de la Casa Rosada y las bancas del Congreso de gente de color amarronado que ahora usaban camisas almidonadas y quedaban más notables “Que negro con remera blanca”. No sólo “se mojaron las patas en las fuentes de la Plaza de Mayo” sino que ahora lo hacían en las playas.¡Las mismas playas a las que concurría la “Gente de bien”!
Pero un día, un grupo de patriotas, de estancieros y de ensotanados, vinieron a poner las cosas en orden nuevamente. Corrieron a Perón, se robaron el cadáver de “La Eva” y se dispusieron a enseñarle al pueblo argentino que “Al negro y al mulo, palos por el c…” Había que desperonizar a la “Chusma”.
Un sueño húmedo: La “Argentina depurada”
Desde entonces, cada tanto, reaparece el mismo sueño de siempre: el de una Argentina “depurada”, blanca, europeizada, sin peronismo y sin pueblo. Un país ideal para pocos, un espejismo que vuelve con cada crisis, disfrazado de modernidad o de moral pública.
Sin embargo, cada vez que esto ocurre, el peronismo retorna desde las tinieblas y les pasa el trapo. No se entiende muy bien esto, porque a ocho décadas de aquellos días felices de “La Libertadora” ¡Cada vez son más! ¿No deberían extinguirse con sus abuelos, padres, etc?
Ni siquiera un peronista como Carlos Menem, pudo extinguir al peronismo. No contemos a los Kirchner, porque esos nunca fueron peronistas. Pero vino Mauricio Macri a torcer la historia y el peronismo lo liquidó. Y ahora apareció, Javier Milei, un individuo extravagante, con los pelos tan desordenados como sus ideas, de aspecto tan sucio como un “cabecita negra”, pero que también quería ponerle “El último clavo del ataúd al peronismo”. Y a los “zurdos de mierda” y a todos los que no fueran “estéticamente superiores” como él y la masa que lo sigue.
El problema es que a los libertarios les falló la masa… la masa encefálica
En un momento de algarabía, el periodista, Eduardo Trebucq, publicó un tuit que lo sintetiza todo: “Parece que esta vez el peronismo ha sido erradicado. Y esta vez, parece que para siempre.” ¡Pobre Trebucq! Parece que no sabe historia argentina, porque desde aquel infame “Viva el cáncer” pintado en una pared en 1955, esa frase pudieron escribirla en 1962, 1963, en 1976, en 1989, o en 2015. Cada vez que el poder cree haber exorcizado al peronismo, el peronismo vuelve.
El peronismo es como esos monstruos de aquella película “Gremlins”, que se los bañaba y se multiplicaban por cientos. Parece que funciona igual ¿Será que habrá que prohibir que los peronistas se bañen? Porque el peronismo vuelve distinto, más extraño, más mutado, pero vuelve. Porque ya no es sólo una doctrina política: es una pulsión nacional.
Los libertarios no comprenden que el peronismo se ha vuelto —para bien o para mal— una categoría del Ser Nacional, una forma de expresión del pueblo argentino que trasciende al propio movimiento. El peronismo no muere; se recicla, se reconfigura, se infiltra en cada nueva etapa de la historia.
El libertarismo nació para morir
Mal que les pese a todos los que creen que este Milei, dejará para los tiempos una herencia política, hoy podemos afirmar que tenemos dudas siquiera de que llegue más allá de su mandato en 2027. Porque este libertarismo es una faceta excepcional y minoritaria de la historia argentina: un experimento ideológico sin raíces populares, sostenido por un sector que ni siquiera se reconoce en sus símbolos.
¡Han fenecido la Unión Cívica Radical, el Desarrollismo, la izquierda nacionalista de Jorge Abelardo Ramos, el “Bisonte” Allende…, ¡todos! ¡Y el peronismo sigue! Mirá si este Milei y sus militantes de papel crepé van a perdurar.
Cuando ese entusiasmo de laboratorio se enfrente con la realidad de un país desigual, desgarrado y con hambre, se disolverá en el aire de la historia.
El problema de fondo está en el ADN argentino
Aunque se rasquen con un marlo, hay que reconocer que el peronismo ya es un fenómeno genético. Es un Frankenstein armado en un laboratorio por los mismos que quieren ultimarlo. Se les escapó del laboratorio y ya es inmanejable.
¿Qué hacer entonces con el peronismo? Los mitos no se destruyen, se interpretan. A los fantasmas no se los puede correr, se los tolera.
El retorno interminable
Llevo sesenta años de vida transitando la historia argentina. Los abuelos ya murieron. Las fincas ya no existen. Los tíos curas y los militares ya ni siquiera son historia porque ni los recordamos. Mi madre que danzaba en la cocina feliz vociferando “Viva la Revolución”, ocupa el nicho 28 del Mausoleo de Maestros Católicos. ¡Y el peronismo sigue! ¡El peronismo decide! ¡Y el peronismo volverá a ser gobierno gracias a Milei!
Por eso yo, que resulté el más lúcido de la familia, he aprendido a convivir con el peronismo. Los estudié, les tiré galletas a la jaula y ellos se fueron acercando, dejando acariciarse el lomo. Hice aquello que enseña “El Principito”, cuando la zorra dice: “Domestícame. Crea un lazo conmigo.” Porque el peronismo es como “lo esencial”, que siempre “es invisible a los ojos”.
Aprendí a domesticar peronistas. No son mala gente. Algunos, sí, son unos atorrantes importantes, pero ¿qué familia no tiene un cadáver en el placard? Aprendí a convivir con el peronismo superando el enemigo para que seamos adversarios respetuosos. Y espero que algún día, en mis exequias, cuando mis cenizas sean colocadas para reposar en la Catedral de Cafayate, algún peronista diga: “Hoy, este viejo adversario, despide a un amigo”.
…
Y quizás —solo quizás— el verdadero desafío argentino no sea seguir soñando con la desaparición del peronismo, sino aprender, de una vez por todas, a gobernar bien con él. –
