POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar
Hoy, cualquier cosa que se publica pretende llamarse “periodismo”. Basta un espacio en la radio, un canal de televisión o una página en la web para copiar, pegar y sentirse periodista. Claro que, para graduarse en el oficio, parece imprescindible pasar gorra por los poderes públicos. Surge entonces la pregunta incómoda: ¿qué ocurriría si un día se cortara la pauta oficial? La respuesta es obvia: la mayoría de los “medios” desaparecería sin dejar huella.
Allí aparece la verdadera cuestión de fondo: la ética. En nuestro libro El Pueblo quiere saber de qué se trata – 200 años de periodismo argentino (de próxima aparición digital), analizamos ese tránsito del periodista al formador de opinión, de la opinión pública a la opinión publicada. Desde sus orígenes, el oficio siempre se movió en la frontera difusa entre la ética y la ley. En tiempos virreinales ya se lo controlaba con celo, por ser considerado “fosfórico”.

El dilema persiste. El Estado exige obediencia y colaboración, pero la esencia del periodismo reclama proteger a quienes confían su voz a un medio. Entonces, ¿la lealtad del periodista debe ser hacia la ley o hacia la verdad? La democracia se juega en esa respuesta. Y aunque resulte impensable cualquier forma explícita de censura, hoy la pauta publicitaria cumple ese papel con eficacia sutil: condiciona, calla, acomoda.
El precio de sostener un principio
El mundo de las Ideas, el Topos Uranos, existía solo en la mente de Platón. En la realidad, nada se defiende en abstracto: todo se conquista con un costo real. Ganar un espacio de expresión verdaderamente libre es, quizá, la empresa más cara que puede pagar un individuo: Dinero, prestigio, posición social, honor e incluso la familia: todo se arriesga cuando se pretende ser libre de espíritu y de mente.
Por eso hoy, la libertad de expresión no es una consigna ni un recurso literario. Es resistencia. Y la libertad de prensa se ha convertido en un riesgo tangible para la integridad de quien intenta ejercerla con coherencia.
Seguridad nacional vs. transparencia: la coartada del poder
Los ejemplos abundan. Hace poco, ante la difusión de audios que comprometían a figuras del gobierno nacional, una administración que se presenta como “libertaria” reaccionó de inmediato con intentos de censura y persecución contra los periodistas que los difundieron. ¿Eso es democracia? ¿Eso es libertad?
La fórmula es siempre la misma: cada vez que un gobierno se siente cuestionado, recurre al argumento de la “seguridad nacional”. Así se justifican límites, se silencian voces y se persigue a los que incomodan. La transparencia pasa a ser vista como amenaza, y el ciudadano queda atrapado entre la necesidad de saber y el miedo que el Estado inocula.
La democracia sin testigos
El mensaje es claro: la verdad incomoda y siempre cuesta. La democracia necesita testigos dispuestos a pagar ese precio. Sin la lealtad a la fuente y sin el compromiso con la verdad, lo que queda es un “periodismo” domesticado: un león herbívoro que hace suertes al compás del látigo del patrón para entretener a la plebe.
Eso no es periodismo. Eso es boletín oficial. Y cuando ese modelo se impone, la democracia se vacía hasta convertirse en simple decorado.
