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Una pared en el convento de Santa María delle Grazie, en Milán, guarda desde hace más de cinco siglos uno de los mayores enigmas del arte universal: La Última Cena de Leonardo da Vinci. Trece hombres, un pan partido, miradas tensas y gestos cargados de dramatismo. A simple vista, parece una representación del momento bíblico de la revelación de la traición. Sin embargo, el magnetismo de la obra ha generado, a lo largo de los siglos, preguntas que van mucho más allá de la religión o la pintura.
Los restauradores descubrieron que bajo la superficie visible existen correcciones, trazos ocultos y marcas de vacilación. La ciencia moderna —con rayos X, luz infrarroja e incluso inteligencia artificial— reveló una “capa fantasma”: bocetos y patrones subyacentes que no coinciden del todo con la versión final. Esto abrió nuevas preguntas: ¿qué buscaba realmente comunicar Leonardo? ¿Qué necesitaba esconder?
El mural fue pintado en un espacio cargado de simbolismo. Los monjes dominicos comían en silencio en el mismo refectorio donde Leonardo colocó la mesa de Cristo y los apóstoles, alineada con la mesa real de los religiosos. Así, cada visitante pasaba a formar parte de la escena. Pero la pintura no es solo una comida interrumpida: es una coreografía precisa, llena de gestos y miradas que parecen seguir un patrón matemático.

El propio método técnico de Leonardo refuerza el misterio. En lugar de un fresco tradicional, eligió pintar sobre pared seca, mezclando óleo y témpera. Esto le permitió retocar detalles hasta el último momento, aunque condenó la obra a un deterioro prematuro. Como si hubiese sacrificado la permanencia material a cambio de preservar un mensaje enigmático.
Durante siglos, la hipótesis de que la figura junto a Jesús no era Juan, sino María Magdalena, alimentó la imaginación popular. La idea de un mensaje oculto sobre el rol de la mujer en la espiritualidad sacudió interpretaciones tradicionales, aunque estudios técnicos y copias de la época confirmaron que se trataba de Juan. Aun así, el mito persistió porque toca fibras profundas: la posibilidad de que siempre exista algo más allá de la versión oficial.

Hoy, con herramientas tecnológicas inéditas, el misterio revive. Escaneos digitales y algoritmos de inteligencia artificial detectan patrones invisibles a simple vista. Algunos investigadores sugieren que Da Vinci dejó un mensaje cifrado, diseñado para ser descubierto siglos después.
¿Fue simplemente un juego intelectual de un genio inquieto? ¿O un código destinado a desafiar las lecturas religiosas y políticas de su tiempo? Entre devoción, duda y ciencia, La Última Cena sigue siendo lo que Leonardo mejor sabía crear: un enigma abierto, capaz de interpelar tanto a creyentes como a incrédulos.
