Día Internacional del Librepensamiento: ¿En aldeas como Salta, se puede pensar libremente?

POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglipa.com.ar

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Conmemórase hoy –20 de setiembre-, el Día Internacional del Librepensamiento, en días en que se escucha aquí y allá hablar de “libertad”. y pareciera que todos somos libres, al menos en teoría. Recorre entonces un ánimo de parlotear sobre la libertad en todo sentido. Se levantan discursos encendidos en defensa de la libertad de expresión, se citan frases célebres de grandes pensadores y hasta los mismos que se aferran a dogmas recitan con solemnidad que “nadie debe ser perseguido por sus ideas”.

Sin embargo, en el fondo, suenan incómodas aquellas palabras de Jean-Jacque Rousseau, al inicio de su obra “El Contrato Social”:El hombre ha nacido libre, y sin embargo, en todas partes se encuentra encadenado.” Porque, aunque la libertad es natural al ser humano, las estructuras sociales, los dogmas, las instituciones y las imposiciones lo atan y limitan.

Pero la pregunta incómoda es otra: ¿qué sentido tiene hablar de libre pensamiento si no somos libres de espíritu? Porque la censura más feroz no siempre viene de un gobierno autoritario ni de un censor con sello y firma; muchas veces nace de adentro, en las cárceles invisibles del prejuicio, la obediencia ciega, la repetición mecánica de consignas y la necesidad de pertenecer a un rebaño.

Este estigma espiritual es muy propio de aldeas como Salta, donde el dogma y la política encorsetan el pensamiento entronizando aquella ley subyacente en la conciencia popular: “De eso no se habla”.

El dogma —político, religioso o ideológico— funciona como un collar que sujeta la mente y la acostumbra a mirar siempre en la misma dirección. Y mientras tanto, el verdadero pensamiento crítico agoniza en las aulas, en los partidos, en los medios y hasta en las conversaciones cotidianas.

El librepensamiento no es un gesto decorativo ni una efeméride para la foto. Es un acto de coraje. Es defender la posibilidad de disentir cuando todos aplauden, y de respetar al que piensa distinto aunque su palabra nos incomode. Es mirar más allá de la frontera de los relatos, del marketing político y de las verdades oficiales.

Ser libre de espíritu significa no temerle al desacuerdo, no enmudecer frente a las imposiciones de moda, no rendirse a la comodidad de la obediencia. Solo desde allí, desde esa libertad interior, se puede hablar con legitimidad de libre pensamiento.

Hoy, más que nunca, necesitamos menos coros y más herejes, menos consignas y más preguntas, menos dogmas y más espíritus libres.

Porque no se trata de gritar lo que se piensa. Se trata, sobre todo, de atreverse a pensar lo que aún nadie se anima a gritar.