La infinita estupidez humana: un viaje por sus leyes, arquetipos y peligros

POR: REDACCIÓN – www.ernestobisceglia.com.ar

Desde Cipolla hasta Mark Twain, pasando por Einstein y Martin Luther King, pensadores de distintas épocas coincidieron en algo perturbador: la estupidez humana no sólo es infinita, sino también más peligrosa que la maldad.

La estupidez no es un fenómeno moderno. Es tan antigua como la humanidad misma, y a la vez tan persistente que ha obsesionado a escritores, filósofos y científicos de todos los tiempos. El profesor Walter Pitkin, en su Breve historia de la estupidez humana, necesitó más de 300 páginas para apenas esbozar una introducción al tema. Y quizá por eso resuena con tanta fuerza aquella frase atribuida a Einstein: “Sólo hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana. Y no estoy seguro de la primera”.

La historia parece ser un constante vaivén entre la genialidad y la necedad. Pero, ¿cómo identificar un acto estúpido, en los demás y, lo que resulta más difícil, en nosotros mismos? Mark Twain dejó una pista memorable: “Es mejor mantener la boca cerrada y parecer un tonto, que abrirla y confirmarlo”.

Las leyes de la estupidez según Cipolla

En 1976, el historiador y economista italiano Carlo Cipolla propuso un marco sistemático con sus célebres cinco leyes fundamentales de la estupidez humana:

Siempre subestimamos el número de estúpidos que circulan por el mundo.

La estupidez es democrática: no distingue clase social, nivel educativo ni riqueza.

Definición clave: un estúpido es quien causa daño a otros sin obtener ningún beneficio, o incluso perjudicándose a sí mismo.

Los no estúpidos subestiman el poder destructivo de los estúpidos.

El estúpido es más peligroso que el malvado, porque actúa de forma errática e impredecible.

Cipolla resumió estas leyes en una matriz de arquetipos: el incauto (se perjudica a sí mismo y beneficia a otros), el inteligente (genera beneficios mutuos), el malvado (se aprovecha del daño ajeno) y el estúpido (destruye sin ganar nada a cambio). Lo inquietante es que, al ser inconsciente de su propia naturaleza, el estúpido se vuelve aún más destructivo.

La estupidez como fuerza colectiva

El escritor Giancarlo Livraghi amplió estas ideas y advirtió que la estupidez se multiplica cuando se junta: “El verdadero estúpido es aquel que cree que la estupidez es algo que sólo le pasa a los demás”. Entre sus características más claras está la terquedad, esa incapacidad de admitir errores por miedo a perder coherencia, lo que la psicología llama disonancia cognitiva.

El psicólogo Robert Sternberg, de Yale, fue más allá: para él, la estupidez no es lo opuesto a la inteligencia, sino a la sabiduría. Mientras la inteligencia académica sirve para resolver problemas, la sabiduría implica buscar el bien común equilibrando presente y futuro. Nuestros errores más tontos provienen, según Sternberg, de cinco trampas mentales: optimismo irreal, egocentrismo, y las falacias de creerse omnisciente, omnipotente e invulnerable.

El escepticismo, recuerda Michael Shermer, también se ve afectado: rara vez creemos en algo por puro análisis lógico, sino por emociones, cultura y sobre todo por el sesgo de confirmación: buscamos lo que refuerza lo que ya pensamos.

Cuando la estupidez se organiza

Para entender cómo la estupidez individual se transforma en fuerza social, Gustave Le Bon y su Psicología de las multitudes resultan claves: al integrarse en una masa, el individuo pierde pensamiento crítico y se vuelve sugestionable. La multitud siente más que piensa, y se convierte en terreno fértil para que la estupidez se propague como un virus, a menudo dirigida por líderes carismáticos.

De allí que Martin Luther King Jr. advirtiera con una frase lapidaria: “Nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez concienzuda”.

El desafío

La estupidez, individual o colectiva, no puede erradicarse. Pero sí puede detectarse y, en cierta medida, neutralizarse. Estudios recientes señalan que sus formas más básicas nacen de la distracción, que se agravan con la falta de autocontrol y que alcanzan su nivel más destructivo en la mezcla explosiva de ignorancia y exceso de confianza: los que no saben nada, pero actúan como si lo supieran todo.

Quizás la única defensa sea la humildad de reconocer que nadie está completamente a salvo. Como sugiere Livraghi, todos llevamos dentro un potencial de estupidez. Y sólo el sabio, no el meramente inteligente, es capaz de admitirlo.