El Milagro no está en la Catedral, sino en el camino: Todos somos peregrinos

POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar

¿Qué sería del Milagro sin el peregrino? De pronto, como son las cosas de Dios, comenzaron a tomar forma como entidad social y con identidad propia: Los peregrinos, con el mismo silencio con que la Naturaleza amasa el fermento de los frutos de la tierra para convertirlos en sustancia proteica de la Vida, ellos, fueron ganando el espacio de la consideración pública hasta convertirse en los protagonistas del Milagro salteño.

En horas, sin discursos, sin bibliotecas, sin dinero, nos enseñan durante estos días que la fe no es un librito, ni ceremonias, ni dogmas, sino una vivencia existencial frondosa que resume y exulta las categorías más elevadas del ser humano; aquellas donde la gratitud por Ser, es más importante que la codicia del tener.

¿Quiénes son? ¡Qué importa! Son ellos que vienen serpenteando entre las maravillas de Dios, dialogando con Él, en las agrestes quebradas donde el cardón mantiene su guardia milenaria. Son los que se llenan los ojos con los multicolores de los Valles, caminando junto al Calchaquí “Padre de todas la siembras”, como dice la zamba. Son los que bajan del frío de la Puna, desafiando los precipicios. También los que avanzan desde los sembradíos del sur, los que surgen entre las hojas del Virginia en el Valle de Lerma y aquellos que dejan el Bermejo, todos…, todos para converger en un punto común, como dice la canción: “Para llegar a tí, Jerusalén”.

¿Qué insondable misterio los convoca cada setiembre? ¿De dónde surge esa fuerza que desafía el dolor de los pies lastimados y les proporciona todavía energía para atravesar las distancias bailando? ¿Cómo se consigue esa alegría desbordante que derraman sobre el cemento de la Capital?

Llegan rotos, hechos jirones, pero con sus rostros nos interpelan en el asombro que les provocan los edificios, el caos de los vehículos, el ruido ensordecedor de la modernidad que choca con su silencio ancestral y con el modo cansino de sus vidas simples y rutinarias… pero inmensamente feliz.

Dejan sin preocupación sus alturas donde el aire se confunde con el cielo, sus quebradas que guardan la memoria de sus pueblos. Dejan sus cultivos que hacen florecer con el sudor de la tierra. Dejan sus llamas y animales al cuidado de Coquena. Nada importa sino sólo caminar derramando ese amor espectante que el corazón encendido les promete como trofeo místico y maravilloso ¡El reencuentro con sus Santos Patronos! ¡Verlos, y decirles “Aquí estoy”!

El peregrino es la memoria encarnada y morena de los apóstoles que cumplieron el mandato del Cristo: “Ite et docere” ¡Vayan y enseñen! Sí, ellos enseñan, son el catecismo viviente y la liturgia penitente que brota desde lo más profundo de las almas. No son turistas, ni tampoco curiosos ¡Son testigos! Los últimos embajadores de la fe pura. De ese cristianismo vivo que no se aprende en los libros ni en las aulas, sino en la experiencia humilde del sacrificio y la confianza.

Parecen pobres, andrajosos, malolientes a los ojos de los “civilizados”. Pero son inmensamente ricos. Su fortuna es la Esperanza y su ambición no es otra que la gloria de llegar a la Catedral para arrodillarse, agradecer primero y nada pedir para sí, sino para los suyos.

Su nobleza es primitiva, es vivencia patriótica porque no le roban al país, sino que lo engrandecen desde cada retazo de tierra que cultivan. Algunos leen con dificultad las oraciones esenciales, pero aman intensamente. Aman a su pareja, educan a sus hijos con ternura y respeto. Los acarician con sus manos ásperas como la tierra que trabajan. Sostienen a sus familias con esfuerzo, pero con fidelidad.

¡Cuidan a sus viejos! Porque son los maestros naturales de la comunidad, porque son los guardianes de la memoria. Porque son el médico, el consejo y la sabiduría que necesitan para vivir.

Su paso por los caminos, por nuestras calles, es la cátedra viva que nos enseña que la felicidad no se mide en cuentas bancarias ni en títulos, sino en saludar cada mañana el amanecer, en beber el agua fresca que baja de los cerros, en agradecer por el pan compartido.

Ejecutan el más sencillo de los actos humanos: caminan. Y en cada paso se funden con la Madre Tierra. ¡Pachamama! Que es generosa, que les recuerda que son polvo y semilla, mixtura teológica profunda que los hace comprender que la muerte no es final sino principio. Abrazo con la Tierra y renacimiento jubiloso.

Traen en sus almas el silencio de sus campos, de sus montes, de sus valles. Un silencio que habla de su inocencia, de su pureza y de su comprensión de la Eternidad. Caminan en silencio, porque la fe no necesita discursos. Porque su andar es oración, su cansancio ofrenda y su llegada alegría inmensa.

Tenemos que aprender de ellos, porque TODOS somos peregrinos. Porque la Vida misma es Camino hacia la Verdad (Jn. 14-6). En esas columnas inmensas se percibe la esencia de la existencia: que el hombre no está hecho para dominar, sino para amar; que la vida no se funda en la soberbia del poder, sino en la humildad del servicio.

El peregrino nos recuerda que todos caminamos hacia un mismo horizonte: ser peregrinos de la Esperanza. Y que al final, sólo se nos preguntará si hemos amado, si creímos y si caminamos fieles al llamado del corazón.

Porque la Vida entera es una inacabada procesión hacia lo Eterno: cada paso, una renuncia; cada huella, un testimonio. Y en ese andar comprendemos que todos somos peregrinos, desnudos de gloria, pero plenos de sentido.

Porque un día las coronas caerán y las riquezas se pudrirán, pero quedará en pie el paso humilde del que se haya hecho peregrino. Porque la gloria no está en conquistar, sino en caminar. Porque todos, tarde o temprano, habremos de reconocernos peregrinos.

Ellos son maestros silenciosos. Y nosotros, al mirarlos, comprendemos: también nosotros estamos en camino.

Sí, así es…, porque todos, en lo profundo, somos peregrinos. –