POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar
Días del Milagro salteño, cuando setiembre se cumbre de azahares y lapachos en flor, y desciende sobre el terruño una neblina que amodorra recuerdos de infancia y juventud; tiempos en que todavía se paseaban por estas calles la cortesía, el buen decir, el gesto amable de una vecindad próxima, mientras la campaña mayor de la Catedral hacía tañir esa reverberancia nostálgica que era una mezcla de recuerdos de los que ya no son y esperanza en que el mañana sería mejor.
Setiembre y el Milagro son convocantes, acuden al epicentro místico del relicario Mayor las multitudes que todavía depositan su fe, sus pedidos y sus gracias a los pies de los Santos Patronos. Allá van, los pobres buscando favores celestiales, pero también acuden los poderosos, los paganos de traje que doblan la rodilla ante el Cristo en devota actitud, poniendo el mendrugo de limosna con la derecha mientras aquilatan su bolsa con la izquierda. Todo bendecido por la complaciente mirada del clérigo mitrado que sonríe mientras recibe el cheque que será “para el pan de los pobres”.
En torno a las flores se reúnen todas las gracias y todas las miserias de una sociedad que espera… y que a esta altura ya desespera. Que exacerba su tolerancia recostada en la enseñanza del Apóstol cuando dice que “El cristiano debe dar razón de su Esperanza” (1Ped. 3,15). Porque la Esperanza quizás sea lo último que está deteniendo el tronar del escarmiento popular.
El “Milagro marca y define el talante del salteño”
Con esta frase, Monseñor, Pedro Reginaldo Lira, sacudía los 13 de setiembre, en la Festividad de María, los cimientos y los sentimientos, con su verba prodigiosa y su impronta profética. En su frase, con la que respondía el saludo ocasional “Aquí vamos, caminando la esperanza”, dictaba la cátedra cristiana diaria, humilde y sencilla, pero también vigorosa que fortalece el vigor del cristiano: Permanecer fiel en la Esperanza.
Pero… ¿Qué es la Esperanza?
La Esperanza, enseña la fe, es virtud que se arraiga incluso en el umbral de la muerte: el cristiano muere esperando la Vida eterna. Hasta el último aliento está sostenido por una promesa. Pero en nuestra vida pública, esos que se hacen llamar “políticos” han pervertido hasta la Esperanza. Allí donde debería brotar la confianza en un mañana común, sólo siembran resignación, cálculo y rencor. Han transformado la virtud en mercancía, la promesa en slogan, la fidelidad en clientela.
Ni la muerte anula la esperanza del creyente como lo hacen estos falsos servidores son los únicos capaces de secar la fuente de la esperanza ciudadana. Porque donde debería haber horizonte, ellos levantan muros; donde debería haber sacrificio, ellos levantan cuentas; donde debería haber comunidad, ellos sólo edifican soledades.
La teología nos enseña que la Esperanza es un don que sostiene al hombre frente a lo imposible. La política, en su peor versión, nos recuerda que lo único imposible para ellos es servir al prójimo.
No matan cuerpos —como lo hicieron en otros tiempos de barbarie—, pero matan lo que sostiene la vida: la ilusión de un futuro, la confianza en el prójimo, la fe en la comunidad. Han convertido a la política en un cementerio de esperanzas, y a la Patria en un duelo perpetuo que acongoja al Espíritu.
El Pueblo, sin embargo, todavía camina con los Santos Patronos, todavía levanta la mirada hacia el cielo y, aun entre lágrimas, mantiene viva la chispa de la Esperanza. Esa chispa que será fuego, y ese fuego que será juicio. Porque los hombres pasan y las miserias se descubren, y lo que permanece es la Verdad que siempre regresa: que no hay poder capaz de sofocar la Esperanza de un pueblo que, aun traicionado, no renuncia a su destino.
Versos desesperados
Hasta quienes sentimos que los ídolos sagrados nos levantan un muro entre la conciencia y la espiritualidad, humedecemos la mirada ante esas columnas que se derraman desde los cerros, que atraviesan los valles. Incansables, con una energía sobrehumana, dejando girones de humanidad en los caminos pero sembrando Esperanza en sus lágrimas.
Ellos, que el Día Mayor de la celebración, serán separados de sus amados Patronos por cordones y uniformados dispuestos no para proteger a las Imágenes, sino a los beduinos que trafican su Esperanza en el nefando bazar de las vanidades y las riquezas del poder.
Y quizás, en un vuelo de imaginación, allá, en la soledad de un cerro, bajo un árbol que resiste la soledad vallista, un coya, entone su caja y descerraje al Universo sus dolientes versos, porque:
Hasta la muerte nos da esperanza.
El cristiano muere esperando la Vida.
Pero ustedes, políticos, han logrado lo impensable:
¡matar la esperanza de un pueblo vivo!
No derraman sangre, pero desangran la Patria.
No levantan fusiles, pero fusilan la confianza.
No dictan sentencias de muerte,
pero condenan a millones al desencanto.
Han cambiado la Esperanza por el cálculo.
La palabra por el negocio.
La Patria por la cuenta bancaria.
Y sin Esperanza, ¿qué queda?
Un país en duelo.
Un pueblo huérfano.
Una tierra seca y sin horizonte.
Pero cuidado ustedes; la Esperanza no muere, resiste.
Late en el corazón del Pueblo.
Brilla en la procesión de septiembre.
y camina con los Santos Patronos.
Y ha de llegar el día en que esa Esperanza,
traicionada y humillada, se vuelva Justicia.
Ese día, la historia no recordará sus discursos ni sus pactos,
sino la condena moral de un Pueblo que nunca dejó de creer.
A quien le quepa el sayo, que se lo ponga. –