El gauchaje como revolución social: hacia una nueva Secretaría de Trabajo y Previsión

POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar

Si sólo vas a leer esto, quedate con estas ideas:

En Salta, la Secretaría de Cultura ha sido históricamente tratada como un espacio menor dentro del organigrama estatal, cuando en realidad podría convertirse en una verdadera usina de desarrollo social y económico.

Esta nota propone revalorizar ese lugar como lo fue la Secretaría de Trabajo y Previsión para Perón: una plataforma de transformación popular.

Frente al olvido institucional, el gauchaje aparece como un sujeto histórico central, portador de identidad, saber y trabajo. Reivindicar la cultura no es organizar festivales, sino organizar al pueblo. Y entender que, cuando no hay dinero, la cultura es la riqueza más viva que nos queda.

Pero si querés entenderlo a fondo, seguí leyendo:

La anécdota que germinó esta nota ocurrió días pasados, cuando el viento Zonda azotó la provincia. Me hallaba almorzando en un hotel de primera línea mientras la gente pasaba volando por la ventana. En la mesa de enfrente, una turista que hablaba en inglés, comía sus empanadas con cuchillo y tenedor, acompañadas por una cerveza. Le preguntó al mozo por el fenómeno meteorológico. El inquirido respondió: “Ah, es el viento Zonda”. La turista repreguntó qué era eso de “Zonda”. El mozo contestó: “El nombre viene de una tribu de indios… etc.”. A mí se me arrugó el tenedor ante semejante barbaridad.

En cualquier país desarrollado de Europa —o incluso en países vecinos—, el mozo, al advertir que uno es extranjero, te ofrece atención en el idioma que prefiera. Y si se le pregunta por alguna referencia histórica o arquitectónica, el de la gasolinera, el remisero o el chofer del bus saben responder.

En Salta, cuna de la Independencia argentina, esos trabajadores, por ejemplo, siguen repitiendo el mito de que el General Güemes fue asesinado por estar en una cama ajena.

Los trabajadores del transporte o la gastronomía son nuestros primeros embajadores, y necesitan estar capacitados para responder, porque la cultura propia es parte integrante del servicio que ofrecen, ya sea desde un hotel o una empresa de transporte. Hemos escuchado decir cada barbaridad a los guías que pasean turistas por la Plaza 9 de Julio…

Es necesario terminar con el preconcepto elitista de la cultura y reivindicarla como carta de identidad, de trabajo y de organización social.

En Salta, es una tradición que los cargos en el área de Cultura sean una suerte de premio consuelo para un militante, o para cumplir con alguna promesa. No importa si sabe mucho, poquito o nada. Si tiene o no experiencia. Se trata como un cargo menor.

Nadie parece haber advertido que en ese rincón ignorado del organigrama estatal late una de las llaves más poderosas para el desarrollo social, económico y político de la provincia. Porque cuando no hay dinero, tiene que haber cultura.

Y si hay cultura, hay riqueza. Una riqueza que no cotiza en Wall Street ni se mide en dólares, pero que alimenta a los pueblos incluso en la miseria.

Tal vez, por falta de conocimiento de la historia no se advierte cuánto podría potenciarse, tanto económica como políticamente, la actividad cultural. Pensamos entonces que la Secretaría de Cultura debería convertirse en lo que fue, en su tiempo, la Secretaría de Trabajo y Previsión para Juan Domingo Perón: el punto de partida de una política social integral, identitaria y transformadora.

Lo dice un “Gorila”, que les recuerda que desde esa oscura oficina, Perón organizó a la masa trabajadora, puso en valor a los más humildes y se catapultó hacia la historia. ¿Tenía presupuesto Perón? No. Tenía capacidad de gestión y visión política.

En esta Salta, donde el poncho rojo ya es una insignia oficial y se rinde culto al bronce del Prócer Gaucho, el gran sujeto histórico que es el gauchaje está abandonado.

La sociedad que se mueve sobre el pavimento arrastra un preconcepto sobre el gauchaje. Una paradoja inentendible cuando esa misma sociedad se enorgullece al hablar del gaucho y la tradición, pero quiere quitarles el caballo y que desfilen de a pie. Sin saber que el verdadero gaucho cuida más a su caballo que a su mujer… bueno, casi.

Obviamente, los hay quienes desfilan el 17 de junio —día de la muerte de Güemes— como si fuera un acto social, con traje y caballo prestado o alquilado. Pero el gaucho es un fenómeno profundamente salteño, que abarca a decenas de miles de familias a lo largo y a lo ancho de la provincia.

Cuando uno tiene la suerte de caminar los pueblos de todas las latitudes, comprueba que el gauchaje no siempre tiene caballo y traje, pero sí tiene un apego profundo a la tradición, al folclore, a la danza y a la jineteada. El gaucho es el remisero, el verdulero, el del almacén. Es Doña Tomasa que simba empanadas los domingos en la plaza. El que hace locro para vender. Y una pléyade de artistas compuesta por artesanos, plateros, talabarteros, músicos, gastrónomos, productores de cultivos ancestrales, narradores, tejedoras del alma de los pueblos. ¡Ahí se halla la savia de la identidad salteña!

Toda esta gente está abandonada. La Casa de Salta en Buenos Aires, por ejemplo, debería ser una embajada del gauchaje. Deberían ser capacitados para convertir sus empanadas, sus puñales o sus lazos en una marca. ¿No sería el mayor acto de justicia social abrirles las puertas a un futuro mejor como portadores de saber, de trabajo y de orgullo salteño?

¿No sería un acto de inclusión integrarlos a un proyecto provincial que les otorgue la oportunidad de convertir su saber telúrico en una salida laboral dentro del mercado formal?

Pero para eso, debemos romper con las visiones fragmentadas. Cultura no es sólo el ballet y la música clásica, como tampoco es únicamente la comparsa o el bagualero. Cultura es lo uno y lo otro.
También lo que se cocina en las casas, lo que se reza en los cerros, lo que se canta en las peñas y lo que se borda en los telares.
¡El misachico, por ejemplo, es la última carta de identidad místico-religiosa y popular que nos va quedando!

Necesitamos una Secretaría de Cultura visionaria. Que además de entregar premios, construya identidad. Que además de organizar eventos, organice al Pueblo. Para que nuestro verdadero acervo cultural no sobreviva lánguidamente, sino que se transforme en una fuerza viva.

Si los gobiernos del presente supieran leer esta riqueza dormida, dejarían de buscar afuera lo que tenemos adentro. Porque cuando el dinero falta, es la cultura la que sostiene, une y hace crecer.

Y si desde allí se piensa, se proyecta y se gobierna, entonces sí: estaremos frente a la verdadera revolución del espíritu salteño.