POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar
Con el mismo vértigo con que la tecnología ha avanzado, de igual modo y en sentido contrario han caído la moral, la espiritualidad, la inteligencia, la bondad y el Amor. Hemos convertido a la vida en una telenovela donde el “Quiero” del amar ha sido sustituido por el “quiero” del tener. ¿En cuántas ocasiones vemos que no se ama al otro sino que se busca poseerlo?
Esta desacralización de lo santo –en sentido de la espiritualidad- gobierna al Estado reduciendo al ciudadano a una estadística, a un mero saldo fiscal. El trono romano y el “Panem et circenses” se renuevan bajo la máscara de las democracias. Sobre todo de la democracia liberal, que invade países y mata para llevar libertad. Que reduce a la esclavitud de la escasez para ser una “gran nación”. Que favorece el aborto y la eutanasia porque el niño y el anciano antes venerable, son un gasto.
Para lograr este objetivo tan abyecto el sistema ha eliminado la educación entronizando a la ignorancia. Porque el ignorante no busca la excelencia sino que se conforma con la mediocridad y es pasto manso de las perversiones del poder.
Todo es mediocre y chabacano para que “la gente” aplauda la mentira y el espectáculo vacío. Todos convertidos en un público gris, sentado aplaudiendo a los payasos que saben que no sobreviven solos porque necesitan público. ¡Este es el circo máximo de la política!
Al degradar a la política se ha degradado a la prensa y se la ha convertido en un menú a la carta de las ambiciones de grupos donde cada vez es más difícil discernir la verdad de la mentira. Los ciudadanos que antes elegían a sus gobernantes ahora son un dato de Exxel, sólo útil para refrendar las ambiciones de unos pocos.
Total, mientras el público aplauda o continúe acogiendo con entusiasmo lo superficial, el espectáculo, el “show-bussines”, continuará dominando a la realidad. Porque ya no se vota con conciencia, se vota con resentimiento, con hastío o por descarte. Votamos memes, influencers, spots, slogans vacíos, como si el destino del país fuera un concurso de likes. Y así, gobernados por algoritmos y oportunistas, el Pueblo ya no camina: se arrastra.
No advierten que la historia es implacable con los mediocres. Esos, que hoy se autoperciben próceres con sueldo y custodia, mañana no serán ni siquiera una anécdota. Su figuración es más efímera que su poder. No han aprendido la enseñanza de la historia que dicta que quienes traicionan a sus pueblos, quienes mancillan los principios elementales de la Vida, son olvidados. Y si acaso son recordados, es para repudiarlos. ¿Cuántos son los que hoy tienen sus alacenas atiborradas, los vehículos de alta gama, las queridas (y queridos) clandestinos, pero ya no pueden hacer las compras en un supermercado?
¡Qué tragedia más grande creer que se fue rey, y no haber sido más que bufón de banquetes ajenos!
“Pater sancte, Sic transit gloria mundi”, le advertía al oído un monje cuando un Papa era llevado en procesión por la Basílica de San Pedro. Si, así pasa la gloria del mundo. Precisamente, el pasaje donde Jesús ingresa a Jerusalén montado en un pollino no es la tradición vacua de portar un ramillete de yuyos que luego se convierten en fetiche casero, sino la lección política más explícita; porque Jesús no llegó montado en un caballo que era el signo de los emperadores o los generales triunfantes, sino en un simple burro. Y cuando la turba le dijo: “Bajate y te hacemos rey”, dijo que no había venido para eso.
Si Jesús se dejaba ganar por los elogios y alabanzas del gentío que le ofrecía el poder, hoy leeríamos cómo las legiones romanas arrasaron con un levantamiento judío, no muy distinto del caso de Espartaco. Pero Él, elige la Autoridad. Y hace dos mil años que seguimos discutiendo sobre esa autoridad.
Jesús eligió no reinar desde el trono del ego, sino desde la conciencia. No pidió obediencia, pidió conversión. Hoy, nuestros líderes piden obediencia ciega y fidelidad perruna, pero no ofrecen ni un gramo de decencia. Por eso también han perdido la autoridad
Los políticos y los gobernantes en general carecen de autoridad. Incluso de autoridad moral. Si la tuvieran no veríamos la retracción creciente del Pueblo en ir a votar. Ganan con porcentajes pírricos, son pequeños triunfos, cada vez más mezquinos. Han perdido la autoridad porque cada vez mayor es el porcentaje de ciudadanos que no los quieren o a los que no les interesa que estén. Total, saben que igual van a estar mal. ¡He allí, quizás el mayor de los males por los cuales se mantienen por décadas! Porque ya no interesa quien está.
Los negocios han suplantado al servicio. La soberbia y la codicia han suplantado a la humildad de comprender que son empleados nuestros. Que se enriquecen con nuestro trabajo y nuestros impuestos. Puestos en valor, la mayoría no vale nada.
Los poderosos, en realidad, son los más pobres. Porque están desnudos de toda virtud, huérfanos de honor y vacíos de sentido. Acumulan millones pero son los poderosos circunstanciales que han perdido el valor de la trascendencia del buen nombre y honor.
En este circo mundano, donde hasta la mujer ha sido degradada, descuartizada en piernas, pechos, vientres, la culpa no sólo es de los payasos que representan este dantesco espectáculo, sino de quienes los validan con su atención y aplauso.
Despertar, conciudadanos, es dejar de aplaudir lo que nos mantiene dormidos.
Es preguntarnos, ¿A que payasos les estamos dando protagonismos sin darnos cuenta?
Nos falta dignidad, se trata de dejar de aplaudir lo absurdo para comenzar a pensar por uno mismo.
Porque el pueblo que aplaude sin pensar no es víctima: es cómplice. Porque nadie se salva solo, pero tampoco se hunde solo un país. Cada voto regalado, cada silencio cobarde, cada aplauso tibio a los payasos de turno, es una firma en el contrato de nuestra servidumbre.
Al final, la historia es una balanza despiadada: pesará los actos y no los cargos. Y cuando todo pase, cuando el vehículo blindado sea chatarra oxidada, cuando las cámaras se apaguen, quedará el nombre, desnudo y manchado.
Y será la historia quien diga para los tiempos, quién fue servidor y quién un sirviente del poder. –