POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar
Si votar cambiara algo, ya estaría prohibido. ¿Será por eso que hace más de tres décadas venimos votando a los mismos y ahora nos están preparando para que volvamos a votar “a los mismos”. ¿Somos tan estúpidos que seguimos dejando que nos manejen el más sagrado de los derechos cívicos como es elegir?
De pronto pareciera que no somos tan estúpidos. En tiempos en el Pueblo realmente elegía a sus representantes, la Unión Cívica Radical, utilizó la abstención como arma para combatir al “Régimen falaz y descreído”.
Sin saberlo quizás, porque la mayoría de los argentinos vive inmersa en una ignorancia casi completa, estamos reviviendo otra vez los procedimientos de la “Década Infame”, cuando los candidatos se elegían en las cenas del Jockey Club de Buenos Aires o los asados de la Sociedad Rural Argentina. ¿No es acaso sugestivo que el presidente, Javier Milei, haya anunciado ventajas fiscales sólo al grupo de la elite?
También es posible que sin saberlo, el Pueblo argentino haya comenzado a utilizar la abstención como forma de expresar su hartazgo por lo que está sucediendo.
La disminución constante y progresiva de votantes es un indicador inequívoco de que al electorado ya no le interesa lo que propone la política. Una encuesta nacional anticipa que un 52% en promedio, iría a votar en octubre próximo. Lo dicho: gobiernos legales pero cada vez menos legítimos.
El desánimo ciudadano tiene su fundamento. Los políticos —esos artistas del maquillaje institucional— han logrado que el voto parezca apenas una formalidad para validar lo que ya está decidido en las sombras. Al fin y al cabo, los verdaderos poderes no van a elecciones: las corporaciones, el FMI, los lobbies y hasta los medios deciden mucho más que la urna plástica o electrónica.
Ya no se sabe quién es quién y representa a quién, porque todos terminan siendo iguales. Pero… ¿no será que somos nosotros los que entregamos el poder y luego nos cruzamos de brazos esperando milagros?
Las elecciones en este país y en la provincia de Salta se han convertido en una ruleta rusa donde todos vamos deseosos de apretar el gatillo.
En fondo, todos sabemos que no vamos a cambiar nada. De hecho, no votamos para cambiar la realidad, sino para que nuestra vida no se empeore más todavía. Si ya votando siguen en sus puestos (rotando muchas veces) los mismos pejertos de siempre; concejales inútiles, diputados semi-analfabetos, senadores eternos y gobernadores y presidente que no dan la talla para advertir que el mundo cambió de dirección y que si no hacen algo pronto el país terminará convertido en un gueto.
Tal vez el problema no sea el acto de votar, sino a quiénes elegimos. Y nosotros, ingenuos, seguimos creyendo en el cambio mientras rotamos entre los mismos nombres de siempre, como quien elige entre dos venenos esperando que uno sea menos dañino. Votamos a quienes ayer defendían unos principios y hoy abrazan otros distintos. Sin dudas, Groucho Marx tendría en nosotros sus mejores discípulos.
Mientras se mantenga la inexistencia de partidos políticos, mientras haya punteros y no líderes naturales, mientras el poder sirva para mantener los negocios de los poderosos y mientras no nos comprometamos con una participación cívica real, continuarán diciéndonos que el voto electrónico es una maravilla de adelanto que nos mantiene atados al pasado.
Si votar no cambia nada, es porque los que votamos tampoco hemos cambiado. –