Por Ernesto Bisceglia – www.ernestobisceglia.com.ar
¡Vaya pues, si hay acaso una palabra más argentina que carajo! Más que una expresión en sí misma es un grito criollo con contenido y desesperación patriótica. Ser tan pronunciada, y sin embargo, todavía pesa sobre ella cierta calificación adversa. Proveniente del castellano antiguo, designaba al mástil menor de un barco a donde se enviaba al que vigilaba el horizonte o se castigaba, mandándolo al carajo. Con el tiempo, el término asumió otras significaciones, ya de sorpresa, ya de bronca, pero sobre todo como subrayado de una pasión.
Cuenta la historia que era una de las expresiones favoritas del General José de San Martín. Una leyenda dice que San Martín, frente a un batallón que flaqueaba en la batalla de San Lorenzo, gritó:
“¡Soldados, al enemigo se lo combate, carajo!”. Y que harto de los políticos baratos en Lima, expresó: “No he renunciado a mi espada para que la Patria caiga en manos de imbéciles… carajo.”
¡Qué diría el pobre San Martín frente a la nauseabunda cáfila de politiquillos que gobiernan el país y las provincias!
A partir de 1945 se transformó en un grito de guerra: ¡Viva Perón, carajo! Y en los actos –sobre todo en los 70-, se coreaba “La Patria no se vende, carajo”. Y el más tradicional de todos “El pueblo unido, jamás será vencido, carajo!
El mismo Juan Domingo Perón, con su estilo campechano, decía en sus: “¡Al que traiciona al pueblo, hay que mandarlo al carajo!” Y la misma Evita, cuando enardecida gritaba: “¡Me importa un carajo lo que digan de mí, yo estoy con los descamisados”!
Si hasta la misma, Mirtha Legrand, supo expresar su molestia con aquella frase que ya forma parte de la historia popular: “¡Mierda, carajo!”
…
En estas elucubraciones tan modestas andaba, con la mirada perdida en las volutas del humo donde la imaginación hace pasar las imágenes, a veces del pasado y en ocasiones de un futuro pretendido, dilucidando esta filosofía hermética de la lengua castellana, cuando una voz me devuelve a la realidad:
- Compañero, ¿Me convida fuego?
Aunque tolerante y democrático “in extremis” que soy, debo remarcar que ese término “compañero”, no deja de producirme cierto escozor visceral que me lleva al recuerdo de niño cuando observaba los simios en el zoológico de Buenos Aires, no sé…, cierta sensación a “Subsuelo de la Patria sublevado”.
Me doy vuelta ¡Y ahí estaba él! ¡El General Perón! Blandiendo “un faso” en busca de ser encendido. Como marca la educación de las clases altas, me pongo de pie para saludarlo y súbito lo invito a sentarse, a lo que accede sin más.
- General –le pregunto- ¿Qué hace por aquí? Lo hacía en San Vicente.
El hombre, esboza esa sonrisa y responde: – Mire compañero… ¿puedo decirle compañero?
Respondo con un gesto tipo “Y si…, dale. Me dicen cosas peores como libertario, por ejemplo”.
Continúa el General, diciendo: -Mire compañero (¡y dale!), el norte siempre fue un bastión imbatible del peronismo, pero, desde hace unos años en Salta me llenaron el movimiento de tilingos, pitucones y dandys suburbanos. Mire, compañero –me dice mientras apoya su mano en mi hombro-, primero fue, Juan Carlos Romero, que metió a esa banda de aspiracionales a cuerda que se dieron el nombre amariconado de “Golden Boys”. Luego –prosigue-, vino ese figurín de peluquería de Juan Manuel Urtubey, y sus aristócratas de cotillón, todos fracasados, mediocres, insolventes mentales en su mayoría a los que convirtió en nuevos ‘burgueses nacionales y populares” pero con piscina climatizada. Sí, mi amigo, ese Urtubey, fue el peor, porque declamaba se peronista tocándose el pecho y pasó del PJ a la SRL: la Sociedad de la Rosca Limitada.
- Y ahora…, qué opina, General. Pregunto con algún rubor.
Moviendo la cabeza y mirando para abajo, el General, me responde: – Y ahora… qué quiere que le diga. Salta está transitando el cuarto período de Urtubey. ¿O Ud, compañero, ha visto que se haya ido alguno de los que está lucrando desde más de una década? ¡Son los mismos! Han pasado de revolucionarios a proveedores del Estado. Cambiaron la Marcha Peronista por la tarjeta corporizada. Hablan de justicia social pero facturan como si fueran Techint. Por eso me di una vuelta, a ver si encuentro algún peronista en estado puro.
- Lo que va a encontrar son “peronistas” puro Estado. Sonrío.
El hombre frunce el ceño y entonces le pregunto: – Y ahora, General ¿Qué carajo hacemos con el peronismo en Salta?
Hace una pausa, se acomoda el uniforme, chasquea la lengua, suspira y responde con otra pregunta.
- Dígame m’hijo, ¿estamos hablando del Movimiento o de los que dicen ser peronistas?
- Ahí estamos en el problema, General. Porque en Salta, Movimiento no hay. Partido tampoco…, bueno si hay, pero está intervenido por los peronistas K. Dirigentes tampoco hay, porque no tienen a quien dirigir (Salvo dirigir sus negocios, claro). Tenemos acuerdos raros, operadores de toda índole, periodistas y medios entenados, a los que no se prosternan no les dan pauta, funcionarios que bancan queridas y queridos. En fin, General, esto parece una peña criolla en día lunes, nadie cocina.
- ¿Y la doctrina? Pregunta Perón.
Pobre –pienso- mientras lo miro con cierta lástima.
- La doctrina, General, es el desaparecido 30.001…, suponiendo que hayan sido ese número.
- ¿Y el Pueblo? Pregunta
- El Pueblo, General, es una masa informe, sufriente, que no piensa. ¡Ya ni elige, General! Aprieta botones y ni siquiera sabemos si corresponden al que “elegimos”. El Pueblo está confundido, vota mayoritariamente a un desequilibrado mental que los patotea. Pasan necesidades, no tienen hospitales como los suyos. Usted, General, convirtió los ranchos en escuelas y ahora las escuelas se están convirtiendo en ranchos. La justicia es como esa carta de Poker, un “Jocker”, que se acomoda donde conviene al juego. La seguridad sólo está en las cajas de los bancos. Los policías trafican, las ambulancias llevan blanca, pero no son las sábanas de la camilla… ¡Qué decirle, General!
- ¿Y los dirigentes? Inquiere.
Pobre Perón, de ser aquel hombre a quien uno, aunque adversario admira, ahora le tiene cierta compasión, porque es un líder saqueado por sus mismos “compañeros”. Ni la Revolución Libertadora pudo hacer con el peronismo lo que los “Peronistas” hicieron.
- Ya no hay dirigentes, General. Son arregladores de cúpulas, como decía Usted. Arreglan con un presidente que los basurea. Estos tipos no leyeron su obra “La fuerza es el derecho de las bestias”. Ninguno ha leído el “Manual de la Conducción” ¿Qué quiere que dirijan?
- Pero ¿un líder sindical?
- General, muchos años lleva en el Cielo –o donde esté-, desde Carlos Menem, los sindicalistas de tanto escuchar a los empresarios decir “Ustedes tienen que ponerse en nuestro lugar”, hicieron eso ¡Ahora son empresarios! Los obreros ¡sus obreros! Están librados a la violeta, General. Ahora, los funcionarios “peronistas” y los sindicalistas no les dan bola a los reclamo del Pueblo. Piensan que con un afiche, una selfie, ya están están haciendo política.
- Pero… y entonces… ¿La conducción? Dice con tono grave.
- Jajajaja, perdón General. Pero lo suyo es muy hilarante. Aquí, lo único que conducen son sus camionetas y sus autos importados. Aquí no hay ninguna conducción política. Cada cual se corta por la suya. Algunos se arrodillan ante Milei por un cargo, otros piden permiso a Buenos Aires para hablar… pero nadie está pensando en Salta, ni en su gente.
- Entonces, compañero, lo que Usted me está diciendo es que no hay verticalismo, ni tercera posición… ni…
- ¡Ni nada! Lo interrumpo. Ni sentido común hay. No hay verticalismo porque no hay equilibrio de gobierno –Usted sabe a lo que me refiero-, la única comunidad organizada son los barrios privados donde se aíslan a vivir y si les habla de tercera posición, van a creer se trata de alguna innovación sexual. Porque esos son los únicos intereses que cuentan para estos tipos.
- ¿Y los jóvenes? Pregunta con un hilo de voz…
- No hay, General. La juventud, desde la destrucción de los partidos políticos está desorientada o directamente fuera del peronismo. La “Gloriosa JP”, no existe más. Lamento informarle que la última marcha que hicieron en forma orgánica en Salta fue para apoyar a los gays, las lesbianas y todo eso.
- Pensar –dice-, que yo lo advertí en 1973, cuando dije que Cámpora me había llenado el partido de “putos y de comunistas”.
- Bueno, si le sirve de consuelo, los comunistas tampoco existen ya. Y los “putos”, como Usted dice, General (no lo digo yo), ahora son ministros o altos funcionarios. Está todo al revés.
Se hace un silencio largo. El General parece mirar hacia algún punto del horizonte. Después, con voz baja, casi paternal, dice:
- ¿Sabe qué pasa compañero, Ernesto? (Disimulo el escalofrío que me recorre la columna al escuchar compañero). Al Movimiento lo desarmaron desde adentro. Le fueron quitando el alma. Se quedaron con los símbolos pero no saben usarlos. Se quedaron con el escudo, pero no con la Causa.
- Y ahora, General, ¿cómo se recompone esto?
- Como siempre: desde abajo.
- ¿Desde la militancia?
- No mi amigo. Desde el Pueblo. Pero ojo, no desde la nostalgia ni la rosca: desde el trabajo territorial, desde la doctrina. Ustedes tienen que dejar de buscar candidatos y empezar a formar cuadros.
- Disculpe, General, el “ustedes” no es para mí. En todo será “que ellos comiencen a formar cuadros”…
- Bueno, sí. ¡Cuadros! ¡Hombres y mujeres con formación política, compromiso social y sentido histórico! El peronismo no es un kiosco electoral, carajo. Es una herramienta de liberación nacional. Pero tienen que dejar de esperar que alguien los venga a ordenar desde arriba. Hagan peronismo donde están, con lo que tienen. Y el resto, que se acomode o que se vaya.
El General se incorpora pesadamente. Apaga el cigarro con gesto lento, como quien apaga una época. Me mira fijo, con esa mezcla de mando y ternura que solo tienen los viejos soldados.
- Mire, compañero, yo viví lo suficiente para ver cómo me aplaudían los traidores y me silbaban los leales. Así que no me sorprende que hoy anden diciendo “peronismo” con la boca llena… mientras tienen el alma vacía.
Hace una pausa, y agrega:
- Hicieron del Movimiento una franquicia electoral. Le vendieron el corazón al mejor postor y dejaron la doctrina en un galpón lleno de telarañas. Se llenan la boca hablando de Pueblo, pero no saben lo que es pisar un barrio a pata y mirar a la gente a los ojos sin prometerle pavadas.
Un silencio gélido se instala en el momento. El hombre mira hacia un punto en la nada.
- Pero ¿sabe qué? El peronismo no son ellos. El peronismo no son los sellos, ni los trajes, ni los almuerzos de rosca. El peronismo, verdadero, sigue vivo en la memoria del Pueblo. En la abuela que todavía guarda la foto de Evita, en el laburante que repite que primero está la Patria, después el Movimiento y por último los hombres. En ese militante que camina solo, sin cargo ni sueldo, porque cree.-
Me mira como quien entrega una antorcha.
- La esperanza no está en la cúpula. No está en los que gobiernan. Está en la base. En los humildes, en los que no figuran, en los que todavía creen que la política es servicio y no currículum. Y si alguna vez tienen que reconstruir, que sea desde ahí. Desde abajo. Desde la verdad.
Porque, al fin y al cabo, el Pueblo nunca traiciona. Los que traicionan, m’hijo… siempre son los que se creen más vivos que el Pueblo. Esos, que llegan con el traje prestado a la asunción y vuelven a sus casas en vehículos de alta gama, que contratan a la querida como secretaria, los que tomaban el colectivo y ahora viajan a Europa. Esos, los sin almas. Los que alguna vez militaron y ahora tienen un montón de empresas. Los que abandonaron al Partido Justicialista para ponerse la camiseta de turno. Porque en la vida se puede ser todo, menos traidor. Y la peor traición es la que se comete contra el Pueblo.
Se levanta. Se acomoda el saco. Me extiende la mano. Y antes de irse, me lanza su última frase, como si firmara un decreto con el alma:
- Cuando todo parezca perdido, recuerde esto: el peronismo no murió. Lo durmieron los vivos. Pero el Pueblo… tarde o temprano, lo va a despertar a los gritos.
Su figura enorme se pierde entre la bruma que separa su pasado glorioso, devolviéndome las imágenes de un país postrado, de una provincia perdida para los tiempos que ya comenzaron. Porque aquí nadie comprendió que no hay que volver a Perón, sino ir hacia Perón; porque ese tipo, con sus claros y oscuros, ya en los años setenta dijo lo que íbamos a vivir: “Estarán unidos o dominados”.
Y así estamos, dominados, atados, entregados…