POR ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar
El 1 de julio de 1974 quedó marcado en mi memoria. A las 13,15, la sirena del diario El Tribuno anunciaba la muerte del general Juan Domingo Perón, mientras un grupo de alumnos del 6to. Grado del Colegio Belgrano estábamos parados en penitencia y después de hora en la rectoría por haber cometido la inocente travesura de convertir el aula en una batalla campal de tizas, borradores. Ante la falta de munición, alguien tuvo la idea de tirar el borrador del pizarrón que salió disparado del aula impactando en la humanidad de la maestra.
En Salta, el ambiente de aquel día era pesado. En la noche, una columna con antorchas marchaba hacia el Monumento a Güemes, las actividades se paralizaban y el luto se esparcía en los frentes y en las Banderas que ondeaban a media asta. Había muerto Perón y nacía el mito. Terminaba una época y comenzaba el negocio de ser dirigente peronista.
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En una familia “Gorila” como la nuestra, aquel evento tenía síntomas de liberación, casi hasta de una alegría contenida. Al interno de la Universidad de El Salvador, donde un hermano de mi madre era rector, las aguas se partían también. Los viejos curas que habían medrado con la oligarquía porteña más rancia -como el tío- no advertían que su desplazamiento se acercaba encarnado en la corriente de nuevos consagrados que simpatizaban con el peronismo y con las ideas de la izquierda. Carlos Mugica SJ, sería el paradigma de ese cambio que ya recorría las villas miseria con los curas alineados en el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Pagaría con su vida, asesinado por Montoneros, su ideal alineado con el Documento de Medellín.
Y se murió Perón
Hoy, se burlan de Perón, lo reducen a un busto, algún deslucido discurso y unas flores. Incluso, algunos hasta le hacen rezar una misa. Otros, que se dicen “dirigentes peronistas”, lo citan con tono sobrador en las redes sociales y lo traicionan con elegancia en cada elección. Pero… ¿y si el viejo tenía razón? ¿Y si, en medio de sus luces y sus abismos, comprendió algo que los demás nunca vieron? ¿Qué pasaría si, con toda su soberbia de general, su sed de eternidad y su instinto de poder, fue también el único que pensó un país más allá del minuto a minuto?
Porque Perón no fue ni santo ni demonio. Tal vez fue algo más difícil de asimilar: un hombre que entendió brutalmente la Argentina. Y actuó en consecuencia.
Un análisis forense del pensamiento político de Perón
Para la masa, el vulgo que entonces cantaba “¡La vida por Perón!” y hoy se etiquetan en un peronismo vacío y desdibujado, Perón fue un líder político. Pero fue también una rara avis, porque fue una mezcla de muchas cosas: un militar de línea dura, un seductor de multitudes, un estratega sin remordimientos y un constructor de símbolos. Un animal de poder, pero también un intuitivo social.
¿Qué pensamientos lo motivaban realmente? El control, sin duda. La gloria, también. Pero hay algo más: ese deseo de dejar huella, de crear algo que resistiera incluso su propia muerte. No por altruismo, sino por ego histórico. Fue un narcisista “in extremis”, pero también es verdad que detrás de sus maquiavélicas intenciones personales tuvo preocupaciones sociales verdaderas. Gestó por primera vez para los argentinos la idea de comunidad. Sí, “La Comunidad Organizada”, una obra que ningún “dirigente peronista actual” ha leído y que es liminar a la hora de concebir una Argentina ordenada socialmente
Pero también es oportuno preguntarnos si tuvo una preocupación real por los trabajadores, por los humildes, o acaso fueron -utilizando su propia expresión- el objeto de sus propias ambiciones. Sí, tenemos el derecho a preguntarnos todo esto.
Porque si algo tuvo Perón fue el ser contradictorio. Capaz de decir una cosa y hacer otra. De rodearse tanto de un John William Cooke como de un José López Rega. De decir que nunca perteneció a la Masonería pero de condecorar a Licio Gelli, el Gran Maestre de la Logia P2, con la Orden del Libertador, la más alta condecoración que otorga el país. De exaltar la justicia social y al mismo tiempo fundar un culto a su figura. También es cierto que nadie que haya sobrevivido a la historia sin convertirse en estatua ha sido simple.
Nazis, ingenieros y un país de exilio
Entre esas contradicciones históricas de Perón hallaremos la protección otorgada a los criminales nazis que ingresaron al país con la complicidad de El Vaticano, que años más tarde lo excomulgaría. Claro, los oligarcas y “Gorilas” sólo se detienen en ese aspecto, pero hay que reconocer que entre esa meresunda nazi también llegaron técnicos, científicos, constructores: Kurt Tank, por ejemplo, a quien el país le debió el diseño del Pulki, que posibilitó que la Argentina fuera el primer país del Cono Sur en tener un avión a reacción. Claro, también llegó, Ronald Richter, de origen austríaco, figura central del intento argentino de desarrollar energía de fusión a principios de la década de 1950, en la isla Huemul. Un fracaso que la oposición jocosamente llamó “El Proyecto huele a mula”. Perón no solo habría puertas por ideología: lo hacía también por cálculo.
Aceptemos que Perón tenía un sueño, quería hacer de Argentina una fortaleza en el sur del mundo. Una nación autosuficiente, moderna, potente, a la que nadie le dictara las reglas desde afuera. Si tenía que importar cerebros reciclados del horror europeo, lo hacía. Si tenía que convivir con ciertas sombras para ganar luz, lo hacía también. Fue un pragmático absoluto.
Queda para el debate histórico si actuó con ética. Para los ilustrados y los oligarcas, no tuvo una pizca de ética. Para los “cabecitas negras”, todo lo hizo bien. ¿Fue racional desde la lógica de un líder que quería blindar a su país de la decadencia anglosajona y la dependencia yanqui? Muy probablemente.
Muchas luces y sombras en un líder indiscutido e indiscutible, tan pragmático que la moral no fue una preocupación para él. Le ganaba su nacionalismo. Y ahí, guste o no, descansaba una coherencia que muchos no quieren ver.
Ahora, los “dirigentes peronistas” han invertido la lógica; pactan con los que Eva Perón llamaba “los vendepatrias” y la moral, la ética, son para ellos categorías desconocidas.
Cocinas, demagogia, sindicatos y la utopía con azulejos
Como quiera que sea, ese nacionalismo de Perón, a diferencia de los liberales que prometen libertad abstracta mientras suben los precios del pan, el “General” daba cosas concretas: una cocina, una casa, un club, una obra social. La movilidad social era tangible, doméstica, al alcance de la mano. Se parecía al sueño italiano del «hacer la América», pero sin necesidad de irse del país.
Claro…, las máquinas de coser, las cocinas, las bicicletas y todo lo demás que se repartía alegremente, se obtenía presionando a los empresarios. Con el peronismo se inauguraron las fábricas, la «línea de blanco», que producía cocinas, heladeras, lavarropas, y que un perverso chiste machista y «Gorila» de la época decía que «La línea de blanco se integraba con la cocina, la heladera, el lavarropas y la novia». Como sea, el país tuvo por primera vez industria nacional y siderúrgica. También hay que decirlo.
Quizás, incluso hay que pensar, que Perón comprendió a la justicia social como el reparto de oportunidades más que de cosas. Porque en el peronismo había trabajo. Pero se trabajaba con derechos y se descansaba con dignidad. Se creía, por un momento, que la Patria era de todos. Eso no era magia, era doctrina. Y en esa doctrina, había un proyecto de felicidad.
Hoy, con el peronismo desguazado, en parte en una diáspora acomodaticia y en parte con “dirigentes” vendidos, se nos ríen en la cara desde Wall Street. Con el Partido Justicialista destrozado, los influencers del anarcocapitalismo nos explican la economía con memes, y mientras la primera preocupación del presidente es el perro Conan, la economía se desintegra, los pobres son más pobres y no sólo no acceden a una cocina, tampoco están accediendo a la garrafa para hacerla funcionar. Entonces, cabe preguntarse si no preferiríamos una Argentina con sindicatos ruidosos antes que con gerentes mudos y CEOs mesiánicos.
Perón, el espejo que incomoda
Hoy, a medio siglo de desaparecido Perón, los “dirigentes” peronistas no tienen gravitación, pero Perón sigue incomodando porque nos obliga a mirarnos. La clase política actual carece un atributo fundamental que sí tuvo Perón: el de haber sido un visionario.
También fue autoritario, lindando en lo dictatorial. Quizás influencia de su ídolo, Benito Mussolini, a quien le copió todo, hasta las arengas desde el balcón. Pero fue el que más derechos sociales convirtió en leyes. ¿Fue un populista? ¡Claro que sí! Pero fue un populismo planificado y que tuvo éxito. Aunque muchos no quieran reconocerlo.
En ese éxito de Perón se fermenta el odio de sus adversarios. Porque ese éxito fue la mayor ofensa que le propinó a una clase dirigente que había diseñado un país para que nadie salga de su clase, y Perón logró que millones ascendieran. Y a eso no se lo perdonaron nunca.
Por eso se lo reduce a una anécdota, a una frase, a una contradicción. Se lo homenajea para no discutirlo. Se lo acusa para no entenderlo. Se lo olvida para traicionarlo.
Y allá, abajo, al rescoldo social, el peronismo continúa ardiendo. Les guste o no. Allá, entre los abatidos por el neoliberalismo, en sus ranchos, con la cocina prendida o el fogón de leña, con el escudo en el pecho y la dignidad en la mirada, todavía son miles los que gritan como un descargo desde el alma: ¡Viva Perón, carajo!
Aunque más de uno no sepa ya ni por qué lo dice… o justamente por eso.
Pero la pregunta queda flotando, cada vez más urgente, cada vez más necesaria.
¿Y si Perón tenía razón?