POR ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar
Los que de alguna forma, por razones de familia o de oportunidad, nos tocó seguir la política, recordamos entre brumas la noticia propalada por la Spica, que chillona, en la cocina, aquel día anunciaba que el dirigente sindical, Augusto Timoteo Vandor, había sido asesinado. Era el secretario general de la Unión Obrera Metalúrgica, uno de los gremios peronistas más poderosos de que se haya tenido memoria.
Es oportuno recordar aquel episodio como síntoma de lo que fue una época en que la política era una actividad donde los hombres se jugaban la vida por lo que pensaban. Las diferencias se saldaban con plomo más que con diálogo. Y eso era el peronismo. Sus facciones internas no resolvían las controversias con un congreso con tambores. El único tambor que sonaba entonces era el de los revólveres. De hecho, el 20 de junio de 1973, cuando Juan Domingo Perón, retornó al país, las distancias entre la izquierda y la derecha peronista se resolvió con una masacre cuyo resultado en muertos jamás sabremos. La información oficial dijo entonces que eran 13 los muertos y algunos heridos.
La muerte de Vandor, fue consecuencia de su idea de formular un peronismo sin Perón. El General se hallaba en el exilio y Vandor pensó que podía encarnar la dirigencia del peronismo pero había intereses que no creían lo mismo, entre ellos la CIA. En un reportaje, mucho tiempo después que le realizan a Perón, allí, él cuenta que mandó a llamar a Vandor a Puerta de Hierro para advertirle: “A Usted lo van a matar. Si no lo mata el movimiento, lo mata la CIA”. Y así fue.

Aquel año de 1969, cuando se quebró el espejo del orden
Gobernaba, Juan Carlos Onganía, el más estúpido de todos los generales de aquel proceso. Un ególatra que pensó quedar para la historia como un líder. Mediocre y de pocas luces, no fue más que uno de los muñecos que colocó el verdadero genio político de la logia militar, el general Alejandro Agustín Lanusse. Al frente de la llamada “Revolución Argentina”, Onganía, pretendió terminar con la política entronizando “ad eternum” un sistema represivo formulado sobre tres patas: el empresariado, la Iglesia Católica y por supuesto, los militares.
El peronismo estaba proscripto, aunque era paradójico, porque su influencia era tan fuerte como su ausencia institucional. En ese clima de asfixia política y descontento social, la figura de Augusto Timoteo Vandor se volvía central.
Encarnaba Vandor la “línea dialoguista” del peronismo y esa expresión que quizás significó su sentencia de muerte “Peronismo sin Perón”, pretendía constituir una salida negociada con el régimen militar. El problema fue que para los sectores más ortodoxos del peronismo combativo, esa posición de Vandor representaba una traición a la causa popular.
En una operación milimétricamente calculada, el 30 de junio de 1969, un comando ingresó a la sede de la UOM y asesinó a Vandor en su despacho. Nadie se adjudicó el crimen, pero las sospechas cayeron sobre la izquierda peronista radicalizada o las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas), que lo veían como un “enemigo interno” del Movimiento.
El dato no es menor y explica el ambiente de descomposición que vivía la Argentina, algo que el grueso de los argentinos no recuerda o no conoce directamente, borrado por el relato kirchnerista de que la violencia en el país comenzó con los militares que asesinaron a “jóvenes idealistas” desde 1976. La historia enseña -y los que la vivimos sabemos-, que las calles ardían.
El Cordobazo, aquella mítica rebelión obrera y estudiantil marcó el clima de ese tiempo. De modo que el asesinato de Vandor no fue un hecho aislado sino parte de la implosión que ocurría al interno del peronismo que se dividía entre verticalismo férreo y autonomía; entre lealtad y renovación. Entre lucha armada y sindicalismo dispuesto a negociar.
Sí, aquel de 1969, fue el año en que el país dejó de ser gobernable desde los escritorios. La muerte de Vandor simbolizó el fin de la pretensión de una salida ordenada sin Perón y el inicio de una etapa de violencia política, enfrentamientos fratricidas y radicalización que marcaría toda la década siguiente. –