¿Por qué está triunfando el Islam? El ocaso demográfico y espiritual de Occidente

POR ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar

Escribe, Jean-François Revel, que “Una civilización que duda de sí misma es una civilización moribunda”. Europa envejece. Occidente declina. Mientras tanto, el islam crece. No con tanques ni atentados, sino con hijos, fe, y comunidad. Con vínculos. Con raíces. Con un Dios aún respetado.

Hace como tres décadas atrás, se podía leer en un informe que se consideraba que “En 50 años, Europa será musulmana”. Hoy, esa profecía social parece encaminada a cumplirse. La extensión del islam no será como aquella que tomó el Magreb y cruzó a España modificando la Europa durante siete siglos. Esta invasión es silenciosa, se extiende como una mancha de aceite.

El Papa Juan Pablo II, en un histórico discurso al Parlamento italiano el 14 de noviembre de 2002, durante su primera visita, les habló a los legisladores sobre la importancia de recuperar los valores, la paz y la vida familiar. En ese contexto, dijo, que: “Italia debe volver a encontrar el gusto por dar la vida, debe redescubrir el entusiasmo y la responsabilidad de la maternidad y la paternidad.” Ya entonces, el Papa alertaba sobre los riesgos de una sociedad envejecida y sin relevo generacional. (Recomiendo leer el discurso completo se puede consultar en el sitio oficial del Vaticano.)

El fondo de ese discurso enfatiza sobre la conexión entre los valores cristianos y la identidad italiana -concepto que debemos extender a toda la Europa y Latinoamérica porque la inmigración italiana fue ampliamente mayoritaria, particularmente en Argentina), argumentando que la continuidad demográfica es parte esencial del tejido social y cultural de la nación.

Occidente cayó en su propia trampa al implementar políticas contra la familia, la natalidad, a favor del aborto y la promoción de la homosexualidad, una acción organizada por Estados Unidos luego del Pacto “Kissinger- MacNamara”: destruir la moral occidental como forma de ocupación fomentando el feminismo, la homosexualidad, la destrucción de la familia y sobre todo denigrando a la figura de la mujer.

Para comprender mejor esto último, digamos que si bien ese Pacto formulaba la implantación de dictaduras militares de derecha en países latinoamericanos como forma de combatir al comunismo, también se incorporaron lo que se llamó “las formas de dominación blanda”, promovidas desde organismos internacionales como la ONU, el FMI, Open Society y similares. Desde estas organizaciones se promovió el aborto como un derecho de la mujer, el feminismo radical, la ideología de género y la disolución de los vínculos familiares según la herencia occidental y cristiana tradicional.

A través de estas políticas se buscó eliminar aquellos que fueron los pilares de la Modernidad. Bajo el relato de una falsa “liberación”, se orientaron esas políticas hacia la destrucción de concepto fundamentales identitarios como pertenencia, Patria, familia y religión. La idea era -y es- fragmentar a la población, promover un individualismo a ultranza para de esa manera orientar el consumo y gobiernos dictatoriales disfrazados de democracia.

La demografía como motor civilizatorio

Mientras Latinoamérica a través de gobiernos como el kirchnerismo en Argentina se ocupaba de destruir las bases sociales del país, en realidad, se estaba carcomiendo la fortaleza de cualquier nación: su identidad como familia y su marco religioso. Entiéndase bien que lo religioso refiere a valores morales y espirituales antes que necesariamente institucionales.

Los números son inapelables: según el Banco Mundial, la tasa de fertilidad en Europa Occidental, en los países más desarrollados y con mayor confort, oscila entre 1,2 y 1,6 hijos por mujer, muy por debajo del umbral de reemplazo poblacional (2,1). En Alemania, Italia o España, este fenómeno se ha agravado en la última década. Francia, país de fuerte presencia musulmana, mantiene una tasa más alta (1,8), en buena medida gracias a la fecundidad de las comunidades islámicas migrantes.

Mientras el crecimiento demográfico cae en occidente, en países musulmanes como Pakistán, Egipto o Nigeria, las tasas oscilan entre 3 y 5 hijos por mujer, aunque en algunos sectores tribales o rurales pueden alcanzar cifras mayores. La cuestión es que ese crecimiento conlleva un grado de influencia cultural y religiosa, y ahí está el problema al que se enfrentan las sociedades europeas y que ya está tocando a Sudamérica.

El sexo, la natalidad y el espíritu

Una herramienta para combatir la integridad de la familia ha sido la divulgación del “sexo libre”, vehiculizado sobre todo a través de la pornografía que consumen cada vez sectores más amplios de la sociedad; léase, desde edades cada vez más tempranas hasta el mundo adulto. Este hedonismo desenfrenado desnuda un síntoma espiritual: quien no desea hijos, no desea futuro.

Y aquí es donde se halla el epicentro de la enfermedad de occidente que es la pérdida del horizonte trascendente. La sociedad moderna, particularmente las generaciones desde los ’80 hacia aquí (esto ha ido in crescendo), han ido abandonando las tradiciones, la idea del esfuerzo, incluso hasta licuando la idea misma de la muerte, porque el hombre posmoderno ya no muere, sino que es biodegradable, lo mismo que un detergente.  Se trata de “estar bien”, ya, ahora, reemplazando a la vieja idea de “tener una vida con sentido”.

En Europa ocurrió primero, luego en Norteamérica y ahora está ocurriendo en los países sudamericanos, que los niveles de confort llevan a que las parejas se unan en edades superiores a los 25 años y tengan un hijo, excepcionalmente dos, a una edad promedio de 35 años. Los musulmanes, a esa edad, ya tienen una media de cuatro a seis vástagos.

Los países de herencia cristiana padecen una contradicción, mientras las doctrinas hablan de la vida, las parejas no superan los números antes dichos y en contraste, el islam ofrece un sistema de vida integral: ley, ética, comunidad, destino. No hay dudas existenciales sobre lo esencial. El Corán, la familia, la oración, el Ramadán, la Umma (comunidad) siguen marcando el ritmo vital. Mientras en Europa o América Latina se multiplican los diagnósticos de ansiedad y vacío, en muchos hogares musulmanes se sigue educando en torno a certezas.

Latinoamérica: sin religión, sin historia, sin rumbo

Nuestros pueblos latinoamericanos todavía no sufren ese efecto de penetración demográfica, pero estamos perdiendo rápidamente la identidad cultural y religiosa. El alejamiento cada vez más rápido de los fieles del catolicismo que moldeó la identidad cultural de los pueblos durante cinco siglos, se desangra entre escándalos, mediocridad pastoral y un persistente enfriamiento social. El problema no es que la juventud se aleje de la Iglesia Católica, sino que toma distancia de los conceptos más profundos de la vida, como la trascendencia, por ejemplo. El resultado es el peligroso vacío existencial que se refleja -entre otras cosas- en las altas tasas de suicidio adolescente.

Nuestros gobiernos colaboran con esta destrucción identitaria promoviendo el colapso del sistema educativo porque así, la tradición se pierde. La historia no se enseña y la fe no se transmite.

En ese escenario, el islam se yergue el islam como una propuesta espiritual firme, sólida y sobre todo trascendente. Tiene mística y genera una fortaleza de grupo que contiene a los que andan por la vida sin ancla espiritual.

Porque el problema de fondo es que las políticas de liberación a ultranza, particularmente el feminismo, han atentado contra la naturaleza de las cosas, contra la naturaleza del hombre. Al destruir la cultura cae la fe, la natalidad y los valores esenciales. A este fenómeno, ya lo habíamos leído hace como veinte años en “Choque de Civilizaciones” de Samuel, donde advertía que las civilizaciones triunfan o caen, no por guerras, sino por la pérdida de su cultura.

De modo que el avance del islam no es una amenaza. Es una consecuencia. Lo inquietante no es su crecimiento, sino nuestra decadencia.

Hace más de un siglo, Oswald Spengler, en un enorme y pesado libro de leer pero muy sustancioso, sentenció algo que hoy comprobamos: “Las civilizaciones no son asesinadas. Se suicidan”.

Me pregunto… y pregunto: ¿Volveremos a amar la vida, la patria, a Dios? ¿O simplemente apagaremos la luz?

Para aquellos lectores que deseen profundizar estos temas, proponemos la lectura de las siguientes fuentes:

Pew Research Center: The Future of World Religions: Population Growth Projections, 2010-2050

Banco Mundial: tasas de fertilidad por país

Eric Kaufmann, «¿Heredarán los religiosos la Tierra?»

Jean-François Revel, La gran mascarada

Oswald Spengler, La decadencia de Occidente