POR ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar
La prisión de la “Jefa de la banda”, como la llama algún periodismo, ha puesto a debate qué pasa con el peronismo. ¿Esos que saltan como primates bajo el balcón… son peronistas? ¿Entienden siquiera qué están haciendo? Vemos en los medios reportajes a los que “aguantan” a CFK, y hablan homosexuales, vagos y malentretenidos, mujeres que no tienen ni idea de qué están haciendo. Y nos preguntamos: ¿Esto es el peronismo?

Responderemos que Nos, entendemos que esa murga no es el peronismo. En todo caso, puede ser la fracción más circense. Todos los partidos la tienen. El radicalismo en Salta la tuvo con Miguel Nanni, por ejemplo. Pero en esencia, el problema de fondo es que pareciera que el peronismo ha desaparecido, o al menos su dirigencia.
En la Argentina de hoy, hasta los partidos políticos tradicionales son apenas sellos vacíos. El radicalismo y el peronismo ya no existen como tales: son cuerpos sin alma, sin doctrina. Sobreviven como estructuras electorales oxidadas, mantenidas en pie más porque hay algunos dineros para mantener abiertos los locales. En los hechos, son mausoleos cívicos. El peronismo, en particular, es hoy una sombra maltratada de aquella magnífica revolución social de 1945.
De doctrina a decorado
Es una verdadera pena que esto resulte así, siempre que el peronismo encarnó un sincretismo político y social más que interesante. Tan interesante, incluso para sus adversarios, que llegamos a estudiarlo en profundidad para intentar comprender cómo un solo sujeto pudo robarse el alma de millones de argentinos. Imaginamos la envidia de Mefisto frente a Perón.
La doctrina peronista no nació de la nada. Fue una síntesis de las ideas más potentes de la época, el resumen legendario -si se quiere- de los ideales largamente relegados: el sufragio femenino de Alicia Moreau, el socialismo obrero de Juan B. Justo, la ética cívica de Lisandro de la Torre, las primeras reformas sociales del radicalismo, y, por supuesto, la Doctrina Social de la Iglesia. Todo eso fue amalgamado con visión y poder por Juan Domingo Perón, que entendió el rol de los medios, de la organización y del pueblo en las calles.
Ese bagaje, más su inteligencia estratégica, lo catapultó a la presidencia en 1946 con un pueblo encendido, legitimado como tal en las calles. Lo que vino después fue una transformación profunda. Lo que tenemos hoy es una caricatura.
¿Qué queda del peronismo?
Para un demócrata, aunque adversario, duele aceptar que hoy, cuando se habla de “peronismo”, se piensa inmediatamente en choripanes y aparatos clientelares. En vagancia subsidiada e ignorancia a la carta. En derechos basados en pulsiones emocionales y sobre todo, en corrupción. Nada queda, prácticamente de aquellas “20 Verdades Peronistas” que fueron el catecismo doctrinario y el corazón de un movimiento popular y revolucionario. Basta preguntar en un acto cuántos militantes podrían recitarlas. La respuesta es lapidaria: nadie. Porque de hecho, la inmensa mayoría, incluidos los dirigentes jamás las leyeron.
Y por si alguien quisiera acusarnos de “gorilas”, es bueno volver a la doctrina y hacerse preguntas simples:
¿Hay durante el kirchnerismo justicia social?
Cuando medio país es pobre, y la indigencia crece, ¿de qué justicia social hablamos?
¿Hay soberanía política y económica?
Si estamos sometidos al FMI, entregamos territorio, y ni siquiera podemos controlar una base extranjera en suelo argentino. Si hasta el oro se lo llevaron a Londres ¿de qué soberanía hablamos?
¿Hay participación popular?
Las unidades básicas están cerradas. La Marcha peronista suena sólo en los actos partidarios y la movilización popular fue reemplazada por el arreo y la formación política por la ignorancia militante.
¿Hay justicia distributiva?
Cuando un jubilado cobra apenas unos mendrugos y las familias se endeudan para comer. Cuando la salud pública se cae a pedazos y tres generaciones deben vivir bajo el mismo techo, ¿qué distribución se puede invocar?
¿Queda algo del ideal de la Tercera Posición? ¡Nada! No sólo porque el presidente, Javier Milei, es declaradamente prosionista sino porque nadie del peronismo salió a debatir esa posición. ¿dónde quedó aquel grito de «¡Ni yanquis ni marxistas, peronistas!»?
Lo que muere cuando se pierde el alma
Cuando se pierde la esencia, decía Aristóteles, sobreviene la corrupción. Eso le pasó al peronismo. Y también al radicalismo, que hoy es rehén de traidores a su ideario, a sus muertos y a su pueblo.
Las sedes partidarias están vacías. Los “dirigentes” son gerentes de la política. Muchos conservan su carné radical o comunista, o la huella del Falcon verde en la espalda. Son sólo eso: oportunistas sin causa.
Una esperanza incómoda
Queda un dato inquietante y a la vez esperanzador: los millones que votan en blanco o se abstienen. Allí se anida una rebeldía que aún no ha encontrado cauce, pero que late. No por apatía, sino por hartazgo. El sistema no da para más, y nadie puede garantizar que lleguemos a la próxima elección sin una implosión.
Porque como advirtió Perón, “Con los traidores ni a la esquina”, porque no toleraba los tibios ni los acomodaticios. Sabía que el peor enemigo estaba adentro, disfrazado de compañero. Esto tiene una fuerza brutal en el presente, donde hay más “peronistas” que votos, pero menos peronismo que nunca.
«No digan que Perón no les avisó».
No digan que no les avisamos.