Ensayo sólo para inteligentes e iniciados: Sobre las “Gracias y desgracias del ojo del culo”

POR ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar

Podríamos decir, quizás, que hemos de aventurarnos en realizar una apología desde las profundidades, o tal vez, analizar el eco de las profundidades. Todas figuras metafóricas e irresueltas “per se”, para tan peculiar asunto en el que nos embarcamos.

Entendemos, a priori, que en una sociedad tan victoriana y presuntuosa de “lo política y religiosamente correcto”, como esta aldeana Salta, proponer un tema tan escatológico pueda resultar un tanto… escandaloso. Diremos, no obstante, para ilustrar a esta dicha Salta que se precia de “culta” pero que, por ejemplo, tiene -salvo muy honrosas excepciones- un periodismo chatarra, y siendo que la prensa es el reflejo de la cultura social, que el término “escatológico”, tanto en la literatura como en la filosofía tiene dos sentidos, a saber:

Para una Salta tan “católica”, lo escatológico referencia lo relacionado con “el fin de los tiempos”, el juicio final y todo aquello relacionado a los asuntos del “Kairós” -iniciados en teología comprenderán a qué me refiero-, el alma y las cuestiones milagreras. Pero, asimismo, lo “escatológico”, refiere a a todo lo vinculado con los excrementos, el ano, las funciones fisiológicas y lo “bajo” del cuerpo humano.

Dicho esto, os tranquilizaré diciendo que no aún no he enloquecido ni me he dado al consumo de alucinógeno o barbitúrico alguno, sino que trataré en los párrafos siguientes sobre una Obra del Siglo de Oro español, de inspiración, nada menos que del ilustre, Francisco de Quevedo (1580-1645), titulada “Gracias y desgracias del ojo del culo”, quien allá, por el 1628, se hizo una pregunta profunda: “Podemos vivir sin los dos ojos de la cara, ¿pero podríamos vivir sin el ojo del culo?”.

Digamos, asimismo, en abono del enriquecimiento de nuestro magnífico idioma que el término “culo”, aunque vulgarmente tratado, tiene en la literatura y en la tradición cultural una dimensión simbólica, filosófica, política y hasta teológica, profusamente analizada (valga la sinonimia), así como utilizada.

En efecto, este orificio tan burdamente tratado y hasta censurado su nombre en los salones más elegantes, más allá de que entre sus integrantes se den comportamientos políticos y sociales como tal (“Actúan como el c…”, sería), ha sido abordado en la literatura ya como elemento fisiológico, ya como símbolo cultural de lo reprimido, lo marginal, lo subversivo y por supuesto, de lo humano más elemental.

Dígase también, que, en la literatura satírica, el “culo” asume la jerarquía de dictar la cátedra más didáctica sobre la defenestración del poder, cuando el vulgo opina -por ejemplo-: “Este fulano gobierna como el culo”. También ha sido propuesto como anatema de los comportamientos de clérigos y fieles que contritos consumen la Eucaristía: “Comen Dios y cagan diablos”.  Práctica esta última muy difundida en sectas filosatánicas como el Opus Dei, por ejemplo.

Por último, el término que nos ocupa, es utilizado en un sentido de sorna frente a la solemnidad institucional: “Estos establecimientos confesionales enseñan como el culo”. Son, a fuer de ser sinceros, expresiones que escuchamos a diario entre nosotros, aunque ahora puestas en texto público, enojen a más de uno… o de una.

Preguntaré, entonces, al modo del Cristo y el desafío de arrojar la primera piedra; ¿Quién, ya noble, clérigo, dama de alta alcurnia o vulgar palurdo, no ha proferido alguna vez sentencias de este escatológico tipo? El que esté libre de este pecado, que arroje la primera piedra.

Digamos también, antes de ingresar en el meollo -vaya coincidencia- de la cuestión, que en nuestros tiempos donde se enfatiza y celebra todo lo invertido, el “culo”, viene siendo objeto de reivindicación como instrumento de placer carnal y hasta de aprobación pública cuando se escucha: “Gobiernan como el culo, pero…” Ese “pero”, es otro término que merece todo un estudio. Es una maldita palabra que puede hacer caer o elevar un concepto: “Es bueno, pero…” y así.

Relacionado al contexto anterior, debemos reconocer que, el “culo” ha merecido toda una jerarquización dentro del psicoanálisis, por ejemplo, donde ha sido explorado como zona de deseo, de tabú, de límite o de liberación, y ocupa un lugar clave en estas preocupaciones científicas de la conciencia.

Así, una lectura a la obra de autores como François Rabelais, Jonathan Swift y el mismo Quevedo (Y otros, que sugiero consultar), nos mostrará que incluyeron al “culo”, no como un recurso grosero, sino como una herramienta para desacralizar el poder, burlar los discursos morales hegemónicos y exponer la animalidad básica del ser humano frente a su pretendida dignidad superior.

En sociedades tan decimonónicas, patacas, mentalmente retrasadas y moralmente hipócritas como Salta, hablar del “culo” es un lugar común en las reuniones amicales, especialmente si trata de los cuartos traseros de alguna agraciada dama; más, resulta una tacha social si se hace en público. Sin embargo, leemos a Mijaíl Bajtín, quien se refiere al “cuerpo bajo” —y con él, el ano, el vientre, la risa, la defecación— como una representación en la cultura popular de la renovación, la liberación y la verdad sin filtro, allí donde el cuerpo no se idealiza, sino que se afirma en su materialidad transformadora.

Este último sentido cobra vigencia popular cuando se escucha hoy en las calles expresar esa “materialidad transformadora” en relación con la política en momentos en que los palurdos -y algunos mismos funcionarios-, dicen: “El otro (el antecesor o el presente, no importa), dejó -o está dejando- todo hecho mierda”. Una expresión que revela el proceso alquímico provocado por el gobernante. Por ejemplo y siempre en el orden consecuente de nuestro razonamiento: “Donde antes había instituciones o partidos, o una comunidad pujante, hoy se ha convertido en un porquerizo de mierda”.

Reitero en este punto el mismo desafío propuesto “ut supra”, sobre el Cristo y tirar la primera piedra. (Claro, los que hayan comprendido los términos).

De allí entonces que Quevedo haya dedicado un tratado a esta cuestión, no por liberar un costado procaz, sino con lucidez, elogiando al “Único ojo que no miente, que no juzga, que no ambiciona, que simplemente cumple con su deber”. En este sentido, Quevedo se pregunta: “¿Por qué los ojos, vecinos de los piojos, de la caspa y de la cera, han de gozar de más estima que el ojo del culo, vecino del placer, del descanso y de la risa?”.

Para los estudiosos de esta obra tan singular, la tesis de Quevedo es simple y dicen: “El culo, silencioso y funcional, jamás provocó guerras, ni adulterios, ni ambiciones. Es, por tanto, más pacífico y virtuoso que la mirada, que tantas veces ha incendiado el mundo.”

¡Fijaos qué cosa! Por ejemplo, el Noveno Mandamiento prescribe “No codiciarás la mujer de tu prójimo” -o el hombre-, hoy “segual”, diría Minguito-; pero os pregunto: ¿Se codicia, se desea la mujer ajena por el culo? ¡No, es por los ojos por donde ingresa la tentación que provoca el culo de la dama exógena! Luego ¡Cuánta razón tenía el Quevedo en su observación!

Luego, diré, este asunto del “culo”, se transforma en un argumento netamente pacifista y evangélico, esto último en el sentido etimológico de “buena nueva”; es decir ¡Hay por fin, un órgano del cuerpo humano imposible de aplicar a los egoísmos, a la ambición, a la codicia y a la violencia! Porque, como se comprueba, ninguna de estas pasiones pasa por el tracto rectal.

En este orden de ideas, diremos que el Quevedo, elige la víscera más despreciada para su elogio como un lúcido ejemplo de cómo la sátira bien dirigida puede desmontar hipocresías eternas. Hay que celebrar en Quevedo su sutileza de encomiar al “culo” como instrumento de la crítica mordaz hacia lo religioso cuando se burla de los anacoretas que se sacaban los ojos por temor al pecado, pero jamás que se supiera de nadie que se haya arrancado el ojete para salvar el alma. Y con ello nos da la lección más grande que un tratado de teología moral.

El ojete como término conflictivo y teológicamente perturbador

Acabamos de incluir en este discurso otra palabra controvertida y maltratada por la ignorancia del vulgo, aunque íntimamente -¡vaya sino!- con el tema principal: ojete. Para tranquilidad de los espíritus ultramontanos de nuestra aldea medieval, que según el ritmo de su movilidad social se encamina más hacia terminar en una tribu que en una gran ciudad, explicaremos que “Ojete”, es un término cabalmente castizo y reconocido por el Diccionario de la Real Academia Española. Daré a vosotros, pues, palurdos y palurdas, algunos ejemplos para ilustrar vuestros menguados vocabularios; Vgr.: “Ojete: Dícese del agujero por donde pasa el cordón en algunos vestidos o calzado.” Imaginad por un momento que, al punto de vestir la imagen de Nuestra Señora, alguno/a, dijera, “Le pasé la cinta por el ojete a la Virgen”. Si bien, plenamente castizo, la pira se encendería esa misma tarde en horario vespertino frente a la Curia y el pobre santo moriría sólo por haber aplicado el significado textil de cordón o botones.

En la chanza, se devela una muestra del peligro que entraña la ignorancia.

Por supuesto, el otro significado de “ojete”, se refiere claramente al ano, y es el uso que aplica Quevedo y que es de conocimiento popular. O no… Recordemos, de paso, que don Quevedo era Caballero de la Orden de Santiago, por lo tanto, habría de cuidarse muy bien a la hora de elegir las palabras, sino, habría terminado como tantos otros miles de santos que ha creado la “Santa” Inquisición bajo la absurda acusación de “herejes”.

Una apología desde las profundidades

Pero situémonos en aquella España del Siglo de Oro, cuando la palabra tenía contenido y referencia real y hasta religiosa. La palabra del rey era sentencia y la palabra de los tonsurados en el púlpito era más sagrada que la propia Escritura. Así, cámara real y púlpito eran el epítome de la “Verdad” y de la “Virtud”; de modo que cualquier expresión que no se acomodara al “real ánimo” o a lo sacrosanto del pensar y decir eclesiástico podía ser causa de perder la testa. Ya lo había advertido, Erasmo de Rotterdam, en su “Elogio de la Locura”, que “Los únicos felices son los locos” porque “ellos pueden decir lo que quieran del rey o del papa y mantener la cabeza sobre los hombros”.

En mi caso, me acogeré al beneficio de la locura declarándome estulto para abordar estos temas y librarme del Poder Judicial que comete apostasías jurídicas bajo el Santo Crucifijo y la anatema eclesiástica de la excomunión. Aunque debo afirmar que para ser alcanzado por esta última (la excomunión) hay que creer en todas esas supercherías del universo católico. Muy distinto y distante del Cristiano, vale aclararlo. De otro modo, aún no se comprende cómo se podía torturar y quemar a un individuo enseñándole un Crucifijo y diciéndole que “Dios te ama”, mientras crepitaba su cuerpo entre las leñas. ¡Decidme que esto era obra de Dios!

Tanto en el caso del Quevedo como ahora, en esta Salta medieval, escribir sobre estos temas “a calzón quitado”, propiamente, podría considerarse un acto de coraje -o descaro-, como fuere, y podríamos acudir al expediente de haber concebido un escrito cínico al tentar la defensa del noble “culo”. Se diría, quizás, una desobediencia poética, aunque el título y el cuerpo resulten un sacrilegio para cualquier “doña” de esta bien nacida sociedad, en esta “Muy noble y leal” Salta, pronta a dejar de ser tal cuando ese hato de homínidos llamado “Concejo Deliberante”, le cambie el Escudo.

Ahondaré, pues, la continuación de esta profanación ética y estética, denotando la irreverencia que representa tal propuesta, para decir con Quevedo, que para avanzar mentalmente una sociedad debe proponerse el escándalo como zamarreo intelectual que ponga en jaque los valores del cuerpo jerarquizado, afirmando que en épocas de tanta violencia, no existe nada más pacífico que el tracto final del aparato gastrointestinal. Repárese, por favor, en la elegancia de mi pluma, porque el Quevedo, hubiera dicho simplemente “culo”.

Los estudiosos de la obra de los clásicos españoles coinciden en meritar el atrevimiento del Quevedo, exaltando su obra desde la simplicidad de su tesis, diciendo que: “El culo, silencioso y funcional, jamás provocó guerras, ni adulterios, ni ambiciones. Es, por tanto, más pacífico y virtuoso que la mirada, que tantas veces ha incendiado el mundo.” 

Lo mismo que el autor que nos ocupa, hemos de dejar claro que el elogio o defensa de la parte más despreciada del cuerpo, no es un intento de reivindicar la obscenidad; por el contrario, obsceno es mentir y robar al pueblo, levantar la Sagrada Hostia con las manos impuras, manchadas por negociados y amancebamientos, incluso contra natura.

En todo caso, hallamos en la sátira el recurso más lúcido para desmontar la hipocresía de una sociedad que se unge como señores y clérigos a quienes no son más que vulgares salteadores de la cosa pública y fariseos de un Sanedrín, que predican “Si tu ojo derecho te hace pecar, arráncalo y arrójalo de ti; más te vale perder una parte de tu cuerpo que todo él sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha te hace pecar, córtala y arrójala de ti.” (Mt. 5, 29-30); sin olvidar el sarcástico pasaje de Pablo donde critica los excesos de la ortodoxia judaizante, diciendo que: “Si tanto les gusta la circuncisión, que se castren directamente” (Gál. 5-12).

¿Por qué hablar de esto en Salta?

Porque vivimos en una provincia donde aún se confunde pudor con virtud, formalidad con decencia, silencio con respeto. Donde hay quienes se escandalizan por una palabra, pero no por una injusticia. Donde se educa para el recato, pero se ignora la profundidad simbólica de un gesto irreverente. Donde se concurre a misa, se comulga y se le roba al Estado. Donde la indecencia se bendice y la verdad escandaliza.

Quevedo, desde el siglo XVII, viene a patear la puerta de nuestra moral de escarapela. Nos obliga a reírnos del cuerpo —el propio y el ajeno—, y por eso es tan peligroso. Porque el que se ríe del culo, también puede reírse del poder, del púlpito, de la solemnidad vacía, del juez corrupto y del político ladrón.

Al final, ya que de católicos profesos la va esta Salta, podemos afirmar como colofón de nuestro análisis literario que mientras Jesús sugería arrancarse un ojo por causa del pecado, y Pablo deseaba que sus adversarios se castraran, Quevedo optó por defender al único ojo que jamás ha pecado: el del culo.

Os recordaré, que, en tiempos más modernos, al finalizar la última dictadura militar, la palabra que anunció el nuevo advenimiento de la libertad democrática y que fue noticia nacional, fue cuando el insuperable Tato Bores, terminó su primer programa en democracia pronunciando la palabra ¡Culo!

Que suenen los tambores, que flamee la sotana de los inquisidores y que arda la leña verde del escándalo mientras preparan el Auto de Fe. Porque en tiempos donde todo se vende, hasta el alma y la conciencia, decir “culo” con fundamento es un acto de resistencia.

Y si arder es el precio por pensar, que nos quemen… pero riendo.

La quema de mis notas y la de mi cuerpo, será anunciada oportunamente. Seguramente, me sorprenderé de la cantidad de amigos que arrimarán leña verde y fósforos para tal fin. –