POR ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar
Nos alcanza otro aniversario más del Día del Periodista, pero esta vez, en un contexto infame, no hallo otro término más apropiado, toda vez que asistimos al momento más decadente del Oficio, me atrevería a decir, en toda su historia. Es un tiempo donde la Palabra, que debería ser exquisita, es mancillada, manoseada, vulgarizada y hasta desconocida. Para colmo de todos los males, es un tiempo político único, porque en toda la historia de estos últimos 40 años, jamás, la Palabra y el periodismo habían sido tachados con los agravios más insolentes, lo cual constituye lisa y llanamente, una forma de persecución.

Desde los tiempos más tiránicos de la historia argentina, no se había vuelto a ver que un presidente democrático proponga como enemigo público al periodismo, lo cual es lo mismo que conculcar el valioso sentido de la Palabra. En tiempos de Juan Manuel de Rosas, fue la daga la que silenciaba bocas, obligando a las plumas más ilustres a buscar el exilio. La expresión más elocuente de esa censura fue aquella frase que trascendió a los tiempos cuando Domingo Faustino Sarmiento, escribió camino del ostracismo a Chile: “¡Bárbaro, las ideas no se matan!”
Esta situación de persecución explícita nos devuelve a los tiempos virreinales, cuando se ejercía férreo control sobre el periodismo por considerarlo una “actividad fosfórica”. Entonces, el periodista era considerado un “chispero”. Todos los epítetos connotantes con el fuego. ¡Y decían con razón! Porque la Palabra, la escritura, el decir públicamente, es una llama interna que consume el espíritu. En definitiva, pensar, decir, es al fin, una actividad evangélica porque está imbricada con “Decir la Verdad”. Y bien lo dice, Juan: “La Verdad os hará Libres” (Jn. 8-32).
Pero claro, no todos comprenden el sentido trascendente de decir la Verdad, un privilegio reservado a las almas nobles. Los pequeños, los que se prosternan ante el óbolo, son los que denigran ese fin último y excelso de traducir pensamientos en Palabras y decir. Son los bufones del poder, aquellos que jamás pudieron mantener su pluma enhiesta sin la Moneda de Caronte detrás.
El Periodismo y la Palabra, conjugan el Verbo substancial y sustancial que enerva la energía que contiene -como he señalado “ut supra”- el sentido profundo del mandato del Señor: “Euntes ergo, ite et docete omnes gentes...» Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones…» (Mt 28-19)
Pues, digo entonces, que el Periodismo es profecía, como se comprueba en nuestra historia cuando vemos que los hombres de la Palabra anticiparon los tiempos políticos desde antes de 1810: Manuel Belgrano con “El Correo de Comercio” (1810), Mariano Moreno, con “La Gazeta de Buenos Ayres” (1810), Juan José Castelli, que escribía en las publicaciones de entonces; Manuel José García con “El Censor” (1812); Vicente Pazos Silva, con “La Abeja Argentina” (1810-11). Y agreguemos a Pedro José Agrelo, Gregorio Funes – con sus artículos y sermones de fuerte contenido político- y Camilo Henríquez (chileno), clave en la prensa americana revolucionaria con La Aurora de Chile.
Estos sólo por dar algunos de los decanos del periodismo argentino, pues la lista sería muy extensa con los que formaron “La Asociación de Mayo” y la Generación del 37. Los Padres intelectuales de la República: Bartolomé Mitre, el nombrado Sarmiento y Juan Bautista Alberdi.
Mientras Rosas degollaba hombres de pensamiento libre, Justo José de Urquiza, portaba una imprenta volante en su Ejército Grande, “para todos estuvieran informados de lo que pasaba”.
El Periodismo y la Palabra, son doctrina, mística y militancia. Pero no militancia política, sumisa al poder de turno a cambio del mendrugo oficial; sino militancia del Verbo, que al fin de cuentas, es un acto de valentía.
No es este el espacio para la cátedra vital de la historia de las Plumas argentinas, pero sí digamos, que frente a esos nombres consulares, hoy nos alcanza la tristeza de ver muchos escribientes, muchos dicentes, muchos reproductores de noticias, pero pocas y excepcionales Plumas que garrapateen pensamientos nobles, lúcidos y valientes. ¿Por qué no decirlo? Aquellos que entienden acabadamente el sentido teleológico del Periodismo y el valor de la Palabra, son el Mercurio de los dioses. Como bien dijera Sócrates: “He sido puesto por los dioses sobre la ciudad, como el tábano sobre el caballo para picarlo y mantenerlo despierto”.
Me he preguntado en ocasiones, si acaso en Salta por algún motivo, se terminara el reparto de la pauta oficial ¿cuántos “medios” quedarían en pie? ¿Cuántos que se autoperciben como periodistas, continuarían siéndolo? Hoy, lamentablemente, vemos “medios” que no tienen sentido editorial, ni notas de análisis ni de fondo. No se forma opinión pública sino que se fomenta la opinión publicada, ya digerida. Enviada desde algún despacho para ser distribuida como una verdad revelada.
Se opina sobre lo ya opinado. Se entiende por periodismo la crítica artera, la denostación barata, y el ensalzamiento de los mediocres, de los genuflexos, de los apóstatas de la República. Es triste admitirlo, pero hoy, se la difundido en esos “medios”, la práctica que señala la foto de nuestra portada: “Nos mean y la prensa dice que llueve”.
En estas horas aciagas del país, lo que debiera ser una celebración tiene más de réquiem. Porque no se honra el oficio, que cada vez menos es una vocación almática sino una salida laboral que fomenta la ociosidad del pensar. Y lógicamente, quien no piensa, no puede decir.
Periodismo en estado pudo y poder, desde los inicios de la historia, jamás pudieron comulgar, excepción hecha de los contubernios que reemplazaron al periodista por el formador de opinión y a la prensa libre por la “operación de prensa”.
Los gobiernos tienden, como las sectas, a formar elencos estables de decidores a precio. De halagadores y -por qué no decirlo- de serviles funcionales, que callan ante el oprobio y cantan loas a la inexistencia de la eficacia. Como diría, Joseph Pulitzer, uno de los padres del periodismo moderno: «Con el tiempo, una prensa cínica, mercenaria, demagógica y corrupta producirá un pueblo tan vil como ella misma.» Ya hemos llegado a ese tiempo.
Hemos llegado al tiempo más pérfido y miserable en que públicamente se le pida al presidente de la Nación que “meta presos a tal o cual periodista”. Y más ruin y canallesco, que el presidente, pregunte “¿Tenés la lista de los periodistas que tengo que meter presos? El sentido profundo de estas miserables expresiones, delata el nivel de corrupción de nuestra democracia.
Por nuestra parte, quienes aún creemos en el valor de la Palabra, en la virtud del Periodismo como oficio generoso y en la vivencia existencial del Verbo, los que jamás fuimos invitados a una celebración del Día del Periodismo por ningún gobierno; los que creemos en la militancia de las Ideas y hemos transitado décadas fundando medios de más o menos duración, utilizando micrófonos y diciendo ante las cámaras; renovamos en esta fecha ese compromiso con la Verdad, y dejamos testimonio de nuestra Esperanza en un tiempo mejor, en una democracia más madura, gritando como Sarmiento en “Facundo-Civilización o Barbarie” (nunca más oportuno el título): “A nosotros, a los combatientes de la libertad no nos es dado usar otras armas que la prensa libre… ¡La Prensa Libre!». –