POR ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar
Cuando el Barón de Montesquieu, redactó su obra “El espíritu de las leyes» (De l’esprit des lois en francés), publicada en 1748, donde inocentemente planteaba su famosa teoría de la separación de poderes, en Ejecutivo, Legislativo y Judicial, lo hizo de buena fe, ignorando que algún día los poderes se separarían tanto, tanto, que jamás volverían a encontrarse. Ni siquiera en una mesa de mediación…, o tal vez se separarían tanto que sí volverían a encontrarse hasta casi volverse uno solo.
Pobre Montesquieu, quiso evitar el despotismo y garantizar las libertades. Lejos estaba de imaginar que algún tiempo futuro, en un lugar perdido del globo, en una aldea de pensamiento ultramontano y decimonónico, su obra, se terminaría convirtiendo en un sainete, o peor aún, en una ópera bufa.
Lejos de inspirar repúblicas modernas, su obra se transformó en Argentina en un manual de cómo disimular la impunidad con toga y protocolo
En efecto, queridos conciudadanos que pagáis los impuestos para sufragar los emolumentos de nuestros magistrados judiciales, nos hallamos respecto de la Justicia, en un punto amargo de su correlato histórico, triste a la vez, pues hemos retrocedido a épocas propias de cuando el Viejo Vizcacha, aconsejaba: “Hacete amigo del juez, / no le des de qué quejarse; / y aunque la verdad te pese, / nunca le digas la verdad.» Porque, al menos en Salta, todo aquello que digáis, puede ser usado en vuestra contra.
Así, esta obra intitulada «Acaríciame el exhorto», podría formularse con la siguiente sinopsis no autorizada:
Diremos, bah, imaginaremos que en esta aldea que cubre su hipocresía y maledicencia bajo un manto de claveles rojos y blancos, se desarrolla un universo paralelo. En términos actuales, un “Metaverso”; pero no el metaverso cuántico, sino el “meta verso” político y judicial. En ese lugar donde la materia oscura del Universo se traga las verdades universales y eternas, existe un mundo donde el tiempo se mide en eras geológicas, las emociones se tramitan en formularios duplicados, y la Justicia… bueno, la Justicia sigue en autos.
Esta ópera bufa se desarrolla en el Palacio de Tribunales, que, en ocasiones, como era en los viejos parques de diversiones, puede llegar a convertirse en el Palacio de la Risa o en el propio Tren Fantasma. Justamente, un edificio donde se dice que en horas inapropiadas se escuchan gemidos en los despachos y hasta se habrían visto féminas transitar en ropas de Médanes o Bacantes griegas. También -dicen-, se verían faunos y sátiros transcurriendo al amparo de los claroscuros. Porque, al parecer, allí adentro, todo es así: claroscuro.
Imaginemos, pues, el escenario. Aparecen en escena espectros togados, expedientes que circulan solos en carretillas y anaqueles que en lugar de jurisprudencia, cargan con colecciones completas de la Revista Humor.
En el Acto I, se desarrolla el drama titulado “El Exhorto Tardío”
La luz se posiciona sobre el protagonista, un joven abogado ilusionado, que presenta un simple exhorto. El novel licenciado en chicanas, ostenta en su brazo una carpeta donde se lee UCASAL, quizás una novela de ficción de Carl Sagan, observa impotente como su documento, como los buenos vinos judiciales, comienza un añejamiento burocrático que lo llevará por pasillos oscuros, escritorios ausentes y secretarías donde el mate está caliente pero la firma, congelada.
El protagonista, ya convertido con el tiempo en un mercenario del Código Civil, hará suya en su subconsciente una frase que marcará su existencia jurídica: “Su expediente está en despacho…” Desde la gestión de Carlos Menem.
Lectores rápidos que sois, sabréis interpretar lo que sigue: Nada.
Acto II: La Mesa de Entradas y la Cámara de los Suspiros
La escena muestra al protagonista, de pie, frente a la mítica Mesa de Entradas, donde todo entra, pero poco sale. Es el momento en que los abogados se transfiguran y pasan de tramitadores de ilusiones a émulos de Merlín el Mago, aprendiendo a murmurar conjuros legales esperando que algún decreto esotérico les sea escuchado desde el más allá del escritorio. No comprenden que la “Mesa de Entradas” es un concepto filosófico y no administrativo. En ocasiones, un concepto metafísico.
Desde el éter, una voz ronca, casi mefistofélica, se escucha decir: “Pase el mes que viene, doctor… con un poco de suerte ya lo habremos perdido.”
En ese punto, el protagonista, gira, mirando al sudeste hacia el Monte Grand Bourg, pensando en cuál será el dios más indicado ante quien prosternarse con una ofrenda en las manos a fin de que toque la conciencia bancaria de algún juez a quien la “Campanita” de Peter Pan, le ponga una lapicera en la mano para firmar el amarillento expediente. No sabe que de todos los dioses, allí, sólo han quedado Dionisio y Baco.
Acto III: La Justicia No Se Toca (porque está en feria)
La escena comienza a llenarse de humo, el abogado y su cliente, son rodeados por la nube y lentamente van desapareciendo. En medio de la nebulosa, una figura togada se perfila y dice con voz ronca y grave: “Nihil firmatum est nisi coima solvitur”…, sólo para entendidos.
El humo va disipándose y el abogado y su defendido, que ahora luce esposas en sus muñecas, son retirados por uniformados sin rostro. El abogado, se detiene un momento, gira mirando al público y dice: “La justicia es ciega, pero además tiene sueño y problemas de agenda.”
Así, el final queda abierto, porque el expediente sigue en trámite. Como toda buena comedia judicial, la obra no termina. Se suspende. El protagonista queda esperando un dictamen que llegará algún día, cuando el destino, el karma o el nuevo secretario decidan desempolvar el caso.
La escena va apagando sus luces y sólo un reflector ilumina un ventanuco al costado, donde arriba, se lee la inscripción: “Ingreso de jueces a la Corte de Justicia”.
Sí, conciudadanos, un burdo sainete el que presentamos, tanto como la realidad que intenta describir. Porque el sistema judicial es el único organismo vivo donde un papel puede vivir más que una persona. Donde se puede contemplar una escena de ciencia ficción cuando se pide una resolución a término, el único escenario donde los fallos no bajan el telón… sólo lo esconden.
Así se cierra esta obra que no cierra, este sainete que no termina, esta ópera bufa sin partitura. Porque en la Justicia, el tiempo no cura las heridas: las archiva.
Donde el Derecho duerme la siesta, el expediente medita, y la sentencia… reencarna.
Por eso, en este país, el primer derecho es tener un buen contacto. El segundo, tener suerte. El tercero, rezar. Los demás… están en la Constitución, pero nadie la lee.
Donde un inocente puede estar detenido el tiempo que a la política le conviene. Donde una medallita bendecida tiene más poder de resolución que un “Pronto despacho”.
Donde, al fin de cuentas, es como decía Quevedo: “En un lugar donde hay poca justicia (o ninguna), tener razón es peligroso”. –