Por Ernesto Bisceglia – www.ernestobisceglia.com.ar
La lógica gobierna al mundo, supo decir Aristóteles; pero tal se ve y comprueba, la lógica y el sentido común, junto con las ballenas y el pensamiento crítico, son especies en extinción. Ahora, otras formas de vida y de viveza, al parecer también han ingresado en el catálogo de las especies en extinción, entre las que parece que han de contarse los encuestadores.
La encuesta es una ciencia, sin duda. Porque contempla todo lo que exige que ha de tener una ciencia: método, análisis y comprobación. Sin embargo, en Salta, desde hace unos años a esta parte, las encuestas parecieran no obedecer a esos patrones científicos y mirar la cosa “a ojo de buen cubero”. Los resultados avalan nuestro aserto, sin duda.
Recordamos, por ejemplo, la consultora de un tal Federico Posadas, que le siseaba al oído números favorables al reciclado y ahora autopercibido estadista, Juan Manuel Urtubey. En aquella ocasión, el dicho Posadas le vaticinó un triunfo del 43%. Contento y en ganador, Urtubey montó su búnker el día del sufragio, dispuesto a lanzar esa tarde el anuncio de su candidatura a presidente. Lo único que pudo anunciar el pobre Urtubey fue que iba a ser papá, porque los números de Posadas se cayeron como en veinte puntos, más o menos. Sabido es que Posadas fue a dar con sus huesos a la vecina Jujuy, donde su maestría fue premiada con un cargo ministerial. Ya lo decía Discépolo: “Da lo mismo un burro que un gran profesor”.
Han pasado años desde aquel entonces, y con más y con menos, las encuestadoras en Salta le vienen errando como a las peras. Lo que no se comprende es cómo, con qué argumentos, los gobiernos y políticos continúan derrochando nuestros dineros en sufragar números que cada vez le pegan menos a la realidad.
Pensamos, por ejemplo, en el Oráculo de Delfos, o cuando Agamenón consultaba a los augures que leían las entrañas de las aves y le dijeron que ganaría la guerra contra Troya, que finalmente ganó. ¿Debieran acaso estos encuestadores dedicarse a la caza de palomas de la Plaza 9 de Julio –que crecen desmedidamente– y destriparlas para leer el futuro del gobernador y los candidatos? Por ahí, a los que encargan estas encuestas les va como a Agamenón.
Tal vez, nuestro amigo, el doctor Bernardo Biella, debiera haber consultado a Don Sixto Tolaba, un viejo augur y anacoreta de los Valles Calchaquíes, que posee ese aire de sabiduría ancestral, mezcla de catolicismo popular y cosmovisión andina, del que dicen que “lee el vuelo del cóndor y conversa con los cerros”. Capaz que Don Sixto, mirando el cielo les decía que los puntos que le auguraban sus encuestadores eran reales, pero desde abajo.
Incluso, pensamos… ¿Debería el gobernador de la provincia consultar con la Ñaña Dominga Apolinar, que vive entre sus cabritas en las cercanías de La Poma? La Ñaña Dominga, dicen, tiene el don de profecía, y seguramente le hubiera dicho: “Cambiá a todos, chango, rajalo a Villada, a Mimessi, a la Fiore y quédate solo con Camacho, que es el único sensato y con cerebro. También rajalo a Madile, y por ahí no te ganaban en la Capital”. Pero no, en lugar de visitar a “La Ñaña”, prefirieron pagar fortunas “de la nuestra” a los expertos y científicos de la numerología social. Allí están los resultados.
Mi abuelo, hombre de campo y boticario del pueblo, se paraba en la galería de su finca, olfateaba el ambiente y nos decía: “No se vayan lejos con los caballos porque más tarde va a llover”. Y uno, muchachón indolente, pensaba: “El viejo está loco, si el sol está partiendo la tierra”. A la tarde volvíamos chumuco de la tormenta que se había desatado.
El cuento nos dice que con el ánimo social pasa lo mismo: se olfatea, se percibe en el ambiente. Más aún, es como en el campo cuando a lo lejos “el río rumorea”, es porque viene crecida y ese rumor de las piedras te advierte: “Correte que viene crecida”.
El gobierno del doctor Sáenz ha perdido la Capital porque sus candidatos no huelen el ánimo social. Claro, cuando se vive en las nubes de la obsecuencia y se navega por los mares de la opulencia que otorga el erario público, esa palabra tan importante, ¡PUEBLO!, deja de tener sentido, sabor y trascendencia.
Mientras el PUEBLO tiene necesidades, en la campaña le hablan de cómo manejar las flatulencias que produce el locro y el asado a la gente que no puede comprar ni un osobuco. Mientras el PUEBLO hace cola desde las cuatro de la madrugada para que un médico lo atienda dentro de dos meses, algunos candidatos a esa hora están saliendo de un boliche, o más vulgarmente dicho también, “de un telo”.
Mientras el PUEBLO junta los mangos para pagar la SAETA (que ahora sube otra vez) y que los chicos vayan a la escuela, algunos candidatos pasan holgados la mañana en los bares de los hoteles más lujosos de Salta, “picando” delicatesen.
Que alguno desmienta que esto no es así.
¡Todo esto, el PUEBLO lo ve! Los únicos que no ven la realidad son estos fantoches de feria barata que graban videos para TikTok, aparecen juntos sonriendo y diciendo vaguedades, comentando la comilona del fin de semana y todo sin disimular algunos la expresión de estúpidos que los preside. Repito: ¡El PUEBLO lo ve!
Por eso, compañeros y compañeras, como dirían los ignorantes kirchneristas que no saben que existen los sustantivos epicenos que designan “per se” ambos géneros, así, los pseudoperiodistas –otro género que está en camino a la extinción– terminan escribiendo “fiscala” o “árbitra”; por eso digo: este asunto de las encuestas se podría contar entre estas especies en extinción.
En realidad, la cosa es relativamente más sencilla: se trata de orden, razón, trabajo con las comunidades, caminar, escuchar, compartir con los compañeros –en el caso de los peronistas, sobre todo–. Porque este asunto del besuqueo, la alzada de chicos mocosos, el reparto de huevitos, ya tiene los propios llenos al PUEBLO. Ha terminado una época y, como nunca, se levanta desde su tumba el general Perón, para repetir: “LA ÚNICA VERDAD ES LA REALIDAD”. No la encuesta.
Queda muy poco tiempo para las elecciones de octubre, y pensamos que, a la luz de los resultados, los encuestadores, antes que cobrar, deberían indemnizar al Estado, porque estamos ante un evidente caso de mala praxis. La otra es contratar empresas en serio y no a los amigotes que un día dijeron: “¡Somo encuestadores!”. Se entiende, ¿no?
O bien, restaurar a la política y a los partidos políticos, porque lo demás, es como diría Mark Twain: “Existen las mentiras, las malditas mentiras y las encuestas”.