Miguelito Primero: El Incendiario del radicalismo y el Funeral de Cafayate

POR BORIS SENARRUSA – www.ernestobisceglia.com.ar Hay dirigentes que hacen historia, y otros que la achican. Miguel Nanni eligió la segunda opción con entusiasmo, como quien decide romper los platos antes de lavar la vajilla. Su carrera política, construida sobre el disfraz de radical moderno y dialoguista, terminó revelando a un actor menor, versátil en la obediencia y especialista en alquilar convicciones al mejor postor.

Desde su bunker entre los viñedos, este aprendiz de Maquiavelo en versión varietal creyó que la Unión Cívica Radical era una propiedad privada: la decoró a gusto, la vació de sentido (y contenido), la pintó con los colores del gobierno de turno y finalmente la dejó arder como una vieja casona abandonada en el casco céntrico del olvido.

Nanni no sólo aplaudió cada disparate oficialista -de quien fuera- como si fuera una ópera de Verdi en funciones gratuitas, sino que además se ofreció de voluntario para sostener la escenografía.

Así, la UCR salteña dejó de ser un gran partido político para convertirse en un apéndice decorativo, un instrumento de utilería política, útil para firmar comunicados que nadie lee y repartir alguna que otra prebenda entre los fieles del oportunismo. En definitiva, un Comité de cartón sostenido por una minoría sin músculo, sin ideas y sin vergüenza.

Del comité a la ceniza

La Unión Cívica Radical en Salta ya no es más un espacio de debate ni una casa de militantes. Es un páramo. Un eco sin voces. Un sello gastado. La conducción personalista, vertical y funcional de Nanni eliminó toda disidencia interna con la eficacia de una motosierra doctrinaria: el que pensaba, molestaba. El que discutía, quedaba afuera. El que militaba, se fue.

El resultado es innegable: no hay partido, no hay proyecto, no hay presente ni futuro. Hay sólo cenizas humeantes y un silencio cómplice. La vieja casa radical ya no cruje: directamente colapsó.

Un velorio sin lágrimas

A diferencia de los funerales tradicionales, el del radicalismo salteño no tuvo lágrimas. Ni siquiera duelo. Porque Nanni, con la serenidad de quien cree estar haciendo historia, firmó el certificado de defunción sin consultar a nadie, como todo buen albacea del poder ajeno. Entregó la memoria de Yrigoyen y Alfonsín al altar del poderoso que le proponía ponerse el traje de Arlequín. No necesitaba cascabeles, porque los pocos gramos de cerebro le rebotaban en la cabeza como las semillas de una maraca bailantera.

Hoy, los correligionarios que alguna vez soñaron con un radicalismo activo, ético y popular, sólo encuentran ruinas: las que dejó Miguelito Primero, el gran incendiario del partido de Leandro Alem, llamas que llegaron hasta Cafayate en esta última elección para incinerar a toda la familia Nanni, a la política y por supuesto, al radicalismo de Cafayate.

Este personaje que pasará a la historia no por lo que construyó, sino por lo que ayudó a demoler con sonrisa de selfie y espíritu de felpudo. –