Elecciones en Salta: Cuando se acaban los argumentos y comienza la calumnia

POR ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar . – Aquella famosa frase, atribuida a Sócrates, que sentencia que: «Cuando el debate se pierde, la calumnia se convierte en la herramienta del perdedor.», se ha convertido en el paradigma de este tiempo electoral en Salta y en el país. Esto ocurre cuando la política ha muerto porque la inteligencia se ha retirado de los cerebros de quienes se autoperciben como «políticos».

Hay candidatos a los cuales hay que reconocerles el mérito de no tener vergüenza, de haber pedido todo pudor y sobre todo, de poseer esa capacidad para mirar a las cámaras y mentirle a los ciudadanos de la forma más descarada y con una pasmosa naturalidad. Son dones que no los posee cualquiera.

Por ejemplo ¿Cómo se puede haber sido concejal, legislador, funcionario, y no haber hecho absolutamente nada y volver a sonreír desde las fotos y prometer “cambio”? Cambio chico, efectivo será, porque si algo no les conviene a esta gente es precisamente, el cambio.

Otros, van por los caminos prometiendo “poner límites”, cuando fueron funcionales siempre a los gobiernos de turno. Más allá, unos vestidos de morado, van en helicóptero a visitar las comunidades más pauperizadas para describirles todos los males que padecen y que todo es culpa del gobernador. Pero no les llevan ni un paquete de galletas, mucho menos soluciones.

Está el sector de los monigotes que danzan como muñecos dislocados en las mañanas desde la pantalla del televisor, hablando como oligofrénicos. Más allá, alguna candidata que intenta domar megapeluches rebeldes mientras reparte ropa interior y preservativos… esto de los preservativos… ¿será para que los votantes sigan siendo sodomizados por esta piara de “minus habens”?

Mientras tanto, otros han convertido a la legislatura en un conventillo tan barato que la Vecindad del Chavo, es un condominio de lujo: acusaciones varias, amenazas de pugilato femenino (Podrían poner una piscina con barro en el estacionamiento), juegan al “Gran Bonete”, ¿Yo señor soy corrupto? ¡No señor, no tengo parientes acomodados! En síntesis, una vergüenza.

Pero lo más triste es comprobar cómo la política se ha degradado al punto de extinguir la reflexión sobre las cosas de la Polis. Explicaré para estos “candidatos”, que Polis era la ciudad griega, un ámbito sagrado. Y -dicho sea de paso-, “Político”, era aquel “que se interesaba por las cosas de la ciudad”. Los comportamientos de esta gente revelan que no les interesa lo que pasa en la ciudad ni a los ciudadanos. No hay reflexión, hay chanza, jugarreta, manoseo y agresión.

De este hundimiento no se salva tampoco el periodismo, cuya materia es la palabra que ha dejado de ser instrumento de entendimiento para transformarse en proyectil. En el barro de las redes sociales, en los pasillos de la política y hasta en sobremesas familiares, el desacuerdo ya no se tramita con ideas sino con etiquetas, burlas y difamaciones.

Aquí es donde aparece el amigo, Sócrates, diciéndonos que cuando no se tiene razón, cuando se agota el recurso del pensamiento, aparece la injuria como último refugio del que no sabe defender lo que cree. La calumnia es la confesión tácita de la impotencia intelectual.

En nuestro país, la política —alguna vez la más noble de las actividades— se ha contaminado de esta lógica. En vez de proyectos, se ofrecen chismes; en vez de plataformas, se emiten agravios. El que piensa distinto no es adversario, sino enemigo. Y cuando no se lo puede refutar, se lo ensucia. No imaginamos a un Alem, a un Palacios, a un Justo, a un de la Torre, haciendo videos anónimos para denigrar al adversario. Eran aquellos tiempos en que se ponía el pecho desde una tribuna y se asumían los riesgos. Pregúntenle a Enzo Bordaebere, sino, asesinado en el Senado de la Nación.

Pero lo más preocupante no es que algunos apelen a la difamación: lo grave es que como sociedad hemos comenzado a consumirla con voracidad. Se viraliza más rápido un apodo ofensivo que una propuesta seria. Se aplaude más una ironía maliciosa que una frase lúcida. Y así, degradamos la conversación pública al nivel de un chisme de vecinas barriendo la vereda.

Volver al pensamiento socrático es volver al diálogo, al arte de preguntar y escuchar, de poner en duda sin humillar, de construir sin necesidad de destruir al otro. La política, el periodismo, la ciudadanía toda, necesitan urgente un baño de filosofía. Porque si seguimos premiando al que difama y castigando al que piensa, no sólo perderemos los debates: perderemos la posibilidad de convivir.

Creo, que estas elecciones son el certificado de defunción de una forma de gestionar el poder. También pienso, que el tiempo de los monigotes se termina porque las carencias del pueblo en algunos casos son ya irreversibles. Y nadie en los círculos poder acusa recibo de la calentura de la gente, dicho así, popularmente.

Si bien Tácito, supo enunciar aquellos del “Homo hominis lupus”, nunca hay que olvidar que la naturaleza de las cosas es como los ríos, tiene memoria… y un día vuelve con furia por su cauce llevándose por delante todo lo que encuentran. –