Elecciones… pero no tanto

www.ernestobisceglia.com.ar – POR ERNESTO BISCEGLIA. – Una recorrida por los pueblos del Valle Calchaquí, nos otorga dos comprobaciones. La primera, es que el país todavía continúa siendo macrocéfalo y unitario. Con ciudadanos de primera, de segunda y quizás de otras categorías aún más inferiores. Luego, que la democracia tampoco es para todos. Porque para que exista un verdadero sistema democrático debe haber igualdad en el conocimiento. Inclusión en materia de educación. De lo contrario, el Artículo 16 de nuestra Constitución Nacional que declara la igualdad de todos antes la ley, es letra metafórica, una ilusión. Como tantos otros, particularmente el que invoca el federalismo.

En los pueblos, ese fenómeno de exclusión federal, de conocimiento y de inclusión electoral, se repite. Mientras el sol baña las casas de adobe y esos rostros morenos deambulan en sus diarios quehaceres, buscando “el mango que te haga morfar”; están ajenos, absolutamente ajenos a lo que hacen los que deciden los destinos del país. Su propio destino, también.

A días de unas elecciones que amenazan ser la peor convocatoria de toda la historia reciente, sin partidos políticos, con candidatos que no se sabe qué representan porque son en su mayoría -gran mayoría- oportunistas políticos, semianalfabetos que firman leyes sin leerlas, faranduleros y admiradores de las empanadas, abajo, el Pueblo que realmente trabaja para obtener unos mendrugos diarios, que intenta educar a sus hijos, que sobrevive para que la familia viva; esos, no tienen idea de qué hay elecciones, ni mucho menos, a quién hay que votar. Lo peor del caso, es que tampoco les interesa.

Recorrer los pueblos donde la cosa telúrica es una vivencia cotidiana, donde la esencia gaucha se palpa en esa disposición franca a ser servicial, donde la mirada de los niños y de los ancianos comparte esa luz de inocencia y resignación con la suerte que la vida les ha echado, es una experiencia movilizadora que lleva a dar vuelta la mirada hacia el mundo “civilizado” en que vivimos, hacia el “orden democrático” en que sufrimos y darnos cuenta de qué manera somos timados por clanes que sólo buscan satisfacer ambiciones económicas o de poder: “Vanitas, vanitatem, Omnia vanitas”, dice el Eclesiastés.

Uno echa unos párrafos con aquellos conciudadanos -porque lo son, aunque no los traten como tales- y comprueba que no tienen idea de lo que se avecina: “¿Cuándo hay elecciones?”, “¿Qué se vota?”, y la mejor de entre tantas preguntas que escuchamos: “¿Se vota en toda la provincia? ¿Nosotros también?”.

En esos pueblos, no hay demócratas sino señores feudales. Sujetos inescrupulosos que se han atornillado al poder local y obran como padrinos de los simples. En algunos sitios hasta ejercen el derecho de pernada, incluso. Son los resabios de un modo oligárquico de medrar en el poder;  pero lo más curioso -paradójico- es que son oligarquías “peronistas”. Y esas gentes los apoyan porque les enseñaron que “Perón era bueno con los pobres” o que “Gracias a Perón hoy podemos vivir así”. Esto último estremece: “Podemos vivir así”.

Entonces es cuando se comprueba el daño que le hace a la sociedad la ignorancia, la ausencia de ideas. Confunden tradición con sumisión. “Ahí, don Ruperto (nombre imaginario) es candidato otra vez (la cuarta). Ahí ha venio trayéndonos azúcar y yerba pal mate” (SIC). Y lo peor: “Ahora, nos va a hacer un asado”. Entonces, uno piensa: “Que hdp, don Ruperto”.

Esta escena se repite en cada lugar donde se intente preguntar y se comprueba que en interior de una provincia como Salta, que tiene todo para liderar la Región en un momento en que asistimos a un cambio de era, hay grandes sectores de la población que viven como en la Argentina de 1930.

Eso justifica y da razón del por qué del peronismo. El peronismo no fue bueno ni malo, fue necesario. Pero bastardearon la doctrina que ahora está tan sepultada como el cuerpo del General.

Estamos en una situación terminal. El sistema está agotado. Sin partidos políticos no hay democracia posible. Por eso los buitres extranjeros sobrevuelan la Patria eligiendo el pedazo que van a rapiñar. En el gobierno central, un psicótico imagina que es más grande que Winston Churchill, mientras en las provincias, los argentinos languidecen y observan impasibles los estragos que se cometen.

Una vez -vaya la casualidad-, en una conferencia aquí mismo, en Cafayate, desde donde escribo estas líneas, el Dr. Félix Luna, dijo: “Lo peor que le puede pasar a un país es cuando los ciudadanos no saben qué votan, a quién votan, ni para qué votan. Entonces, ese país, no tiene destino”.

Ya hemos llegado a ese momento.

Y lo peor no es haberlo alcanzado.

Lo peor es que, mientras el país se desangra, muchos ni siquiera se enteran. –