
www.ernestobisceglia.com.ar – POR ERNESTO BISCEGLIA. – Con la frase lacónica de camarlengo, luego de tocar tres veces la frente del Papa, llamándolo por su nombre: “Il Papa e morto”; se inicia el milenario ritual de la sucesión del pontífice extinto. Francisco ha fallecido y su muerte se produce en un momento de inflexión para la humanidad.
Desde voces y sonido de tambores de guerra de una Tercera Guerra Mundial, hasta la llegada próxima de los alienígenas. Esto último, no es un dato anecdótico o de color.
Recordemos que El Vaticano posee un observatorio astronómico – Specola Vaticana– y otro en, Tucson, Arizona (EE.UU.), donde opera el Vatican Advanced Technology Telescope (VATT), en el Mount Graham International Observatory, debido a la contaminación lumínica creciente en Italia.
También hagamos memoria que en el 2010, presentó en San Pedro, un raro pesebre con figuras extrañas entre las cuales había un individuo con escafandra espacial. La tradición más reservada habla de un contacto del tercer tipo entre el papa Juan XXIII y un extraterrestre cuya nave descendió en los jardines vaticanos.

En unas horas, cuando se cierren las puertas de la Capilla Sixtina tras el último de los cardenales que ingresarán entonando el tradicional «Veni, Creator Spiritus», un himno latino del siglo IX atribuido tradicionalmente a Rabanus Maurus; una invocación al Espíritu Santo para que ilumine y guíe a los electores en su decisión trascendental, inmediatamente, el Maestro de Ceremonias Litúrgicas Pontificias, Monseñor Diego Giovanni Ravelli, pronunciará la fórmula “Extra Homnes” (“¡Fuera todos!”), indicando que ningún mortal podrá acceder al sitio donde los cardenales iluminados por el Espíritu Santo, elegirán al próximo Papa. Claro…, todo mundo sabe que el Espíritu Santo no estará invitado ni siquiera a sentarse en la puerta de la Sixtina. De otra manera, el pontificado no hubiera estado en manos tan truculentas tantas veces. Pero eso, merece otra historia.
Comienza el Cónclave. El mundo contiene la respiración. Pero esta vez, más que nunca, porque la incógnita no gira sólo en torno a conocer un nombre, sino hacia dónde navegará la Barca de Pedro en estos momentos. ¿Vendrá acaso el humo blanco con aroma a incienso oriental?
El fin de un tiempo, pero no el Final de los Tiempos
La muerte del Papa Francisco marca el cierre de una etapa que, para muchos fieles y observadores del mundo católico, ha sido decepcionante. Jorge Mario Bergoglio asumió el papado con la promesa de una Iglesia más cercana a los pobres, más dialogante y reformista. Pero la historia lo atrapó en tiempos que se parecen demasiado a los que narra el Apocalipsis: guerras, pestes, hambre, idolatría tecnológica, corrupción moral. Y en medio de ese caos, su figura pareció oscilar entre el silencio diplomático y una peligrosa simpatía con regímenes autoritarios, especialmente los de izquierda.
Un pontificado marcado por el desequilibrio ideológico
Francisco fue un Papa político, tal vez demasiado. Fue un Papa a quien el hombre Bergoglio, le ganó a la dignidad pontificia. Su acendrado peronismo con reminiscencias a “Guardia de Hierro”, lo inclinaron política más que pastoralmente. “Las 20 verdades peronistas” le pesaron más que los Evangelios, y convirtió -o redujo- al Estado Vaticano, casi a una unidad básica.
Por otro lado, la influencia de Medellín y Puebla, con la opción preferencial por los pobres, terminó transformándose en una opción preferencial por discursos afines al socialismo del siglo XXI. Fue un duro crítico del capitalismo, del colonialismo y del Norte global, lo cual moralmente era correcto, pero lamentablemente, fue más indulgente con los atropellos de gobiernos como el de Maduro o el régimen chino, incluso firmando un polémico acuerdo secreto con Beijing sobre la designación de obispos.
Mientras tanto, la Iglesia en el mundo parecía retroceder. Las vocaciones acentuaron la disminución que vienen observando desde 1960, especialmente, luego de la publicación de “Humanae Vite”, de Pablo VI. Los escándalos no sólo no cesaron, sino que arreciaron. Un caso particular, es el “refugio”, otorgado al obispo Mario Zanchetta, de Salta, literalmente fugado a El Vaticano luego de su condena por abuso sexual pretextando una enfermedad y ahora con un “permiso especial” para permanecer otro tiempo más allá.
Más allá, la persecución religiosa crece en África y Asia, se ha fortalecido cobrándose centenares de vidas cristianas. Y en Europa, el proceso de laicización y vaciamiento de los templos demuestra que la fe se desvanece como incienso en viento fuerte.
Hay que reconocer, sí, el fuerte compromiso de Francisco con el cuidado del planeta. Su vocación por la fraternidad universal que movió a algunos a pensar en que favorecía la teoría de un único culto universal. De hecho, llegó a declarar la conveniencia de un gobierno universal. Pero su cátedra no estuvo muy poblada de temas candentes para una humanidad dolida hoy como el pecado, la esperanza de la redención, una Iglesia pobre en un sentido más literal. Tal vez por eso, muchos creyentes se sintieron huérfanos de un guía espiritual que les hablara con el idioma eterno de la fe.
Se cierra una puerta, se abre una pregunta
Ahora que el papado de Francisco ha llegado a su fin, la Iglesia se enfrenta a uno de sus momentos cruciales. El Cónclave no es sólo la elección de un pontífice. Es un giro en la brújula espiritual del mundo. Y esta vez, las señales del tiempo, y “De los Tiempos”, parecen indicar que esa brújula podría estar girando hacia el este.
Como es ancestral costumbre, a la muerte de un Papa, los vaticanistas se ocupan de proponer a los posibles “papabili”; en este caso, cinco cardenales tendrían chances reales. Pero hay uno que despierta un interés geopolítico particular: Stephen Chow Sau-yan, jesuita, arzobispo de Hong Kong. Inteligente, culto, diplomático, prudente. Un hombre de Iglesia que navega las aguas agitadas de una China que reprime a los cristianos, pero coquetea con El Vaticano. ¿Puede un Papa chino ser la cara visible de una fe que nació en Jerusalén, se consolidó en Roma y ahora buscaría encarnarse en Asia?
Quién sabe. En cuestiones del manejo de la Fe, nada es matemático…, ni siquiera profético. Hoy se viven tiempos pragmáticos. Salvo que esta vez, el Espíritu Santo, sí pueda ingresar a la Capilla Sixtina.
El eje del mundo se traslada, ¿Y la fe también?
Es una realidad evidente que el eje de poder mundial se está desplazando hacia el Asia-Pacífico. La hegemonía occidental cruje entre conflictos internos, polarización y decadencia cultural. Mientras tanto, China construye su influencia con paciencia confuciana. ¿Puede el Vaticano ignorar este proceso? ¿O se sumará, aunque simbólicamente, a ese giro estratégico que ya atraviesa la economía, la tecnología y la política? Si. Sólo falta la religión.
Un Papa asiático sería una bomba simbólica. La señal de que Roma está dispuesta a hablar un nuevo idioma, no sólo cultural sino espiritual. Pero también sería un gesto ambiguo: ¿una apertura a la universalidad del cristianismo o una concesión a un poder político que, en nombre del orden, persigue a sus creyentes?
Después de todo, la historia de los jesuitas en el siglo XVII y XVIII, tuvo una prolífica actuación en Asia con no pocos mártires. Los jesuitas saben hablar el mandarín.
El último Papa, o el primero de otra Era
En las redes sociales ya se desparramaron videos donde profetas de silicona y gurús “al uso nostro”, exhuman las profecías de Nostradamus y más cercanas al ámbito eclesiástico, las de San Malaquías. Los círculos apocalípticos recuerdan con inquietud esas profecías que señalan que tras el papa Francisco vendría el último pontífice: Pedro, el Romano. Un pastor para tiempos oscuros, un testigo del fin. Sin llegar a esos extremos, no hay duda de que el próximo Papa deberá guiar a la Iglesia en una era de profundas convulsiones. ¿Será el Papa que camina llorando entre las ruinas de una Roma humeante y devastada, según afirma la profecía?
O ¿Será un pastor místico? ¿Un diplomático prudente? ¿Un reformista con coraje o un burócrata de la geopolítica eclesial?
Lo cierto es que, mientras el humo blanco se eleva, el mundo ya no es el mismo de aquel 13 de marzo de 2013, cuando Francisco fue elegido. En estos años, muchas, demasiadas cosas han cambiado.
Y tal vez, el próximo Papa tampoco sea lo mismo. Quizás hable en italiano, quizás en español… o tal vez, sólo tal vez, lo escuchemos decir: “Pace sia con voi”… con un leve acento chino.