POR: ERNESTO BISCEGLIA – www.ernestobisceglia.com.ar
El “Día del Pensamiento Nacional” se celebra en homenaje al nacimiento de Arturo Jauretche (1901-1974), influyente escritor, político y pensador argentino, referente del nacionalismo popular y cofundador de FORJA. Su obra estuvo centrada en la reivindicación de una cultura propia frente al europeísmo y en la defensa de la soberanía nacional, tránsito que lo llevó del radicalismo al peronismo.
Su formación ocurrió en tiempos en que la educación pública estaba fortalecida —además de sus condiciones personales— y en una Argentina que aún producía intelectuales capaces de traducir los humores profundos de la sociedad en libros, notas y debates. Era un pensamiento que hurgaba en los defectos más que en las virtudes: una radiografía implacable de esa criatura singular que somos los argentinos.
Ese tiempo de debate ha desaparecido porque la ilustración general también es ya un recuerdo. Al destruir la educación pública hemos destruido el nervio productor de ideas argentinas. El pensamiento nacional ya no se juega en las cátedras sino en la capacidad de nombrar el mundo con nuestras propias palabras.
Somos una colonia mental
Un país se invade con las armas o con la cultura. Lo que los ingleses no pudieron en 1806/07 lo hicieron luego mediante el trabajo ideológico de la Masonería y, más tarde, con el endeudamiento. Pero la Ley 1420 echó las bases de una formación capaz de generar, precisamente, un pensamiento nacional.
Jauretche lo entendió antes que nadie: la dependencia comienza cuando se nos convence de que el espejo ajeno refleja mejor. Pensar nacionalmente es un acto de soberanía intelectual, una forma de insurrección contra la idea de que todo valor —moral, estético o político— viene de afuera.
En la presidencia de Carlos Menem se desguazó el sistema educativo y el pensamiento nacional fue convertido en una masa irreconocible de ideas extraviadas. Aquella tarea fue completada por el kirchnerismo. Hoy estamos al borde de convertirnos en un “ex país”.
Porque hubo pensamiento nacional cuando los intelectuales supieron interpretar el drama argentino desde posiciones diversas. Ahí están Domingo Faustino Sarmiento con Facundo, José Hernández con el Martín Fierro, Leopoldo Marechal, Leopoldo Lugones y Scalabrini Ortiz. Con luces y sombras, cada uno intuyó un país posible y le aportó ideas.
Eran ideas propias, ideas criollas, que reflejaban las tensiones de su tiempo y contribuían a darle forma a un país incipiente pero potente. Hoy la pregunta es urgente: ¿pensamos como nación o como sucursal cultural del hemisferio norte? ¿Creamos o repetimos? ¿Producimos pensamiento o consumimos ideología?
El discurso interesado y desviado de una dirigencia cipaya ha convencido a las nuevas generaciones de que están negadas a toda formación intelectual y carecen de juicio crítico. Les han enseñado que aquellos autores y protagonistas que ganaron un lugar en la historia son genocidas, apátridas o meros bufones. Fijan la mirada en los deméritos, jamás en los méritos que nos dieron una nacionalidad.
No podemos hablar hoy de pensamiento nacional cuando ni siquiera las clases que se autoperciben dirigentes tienen ideas claras sobre lo que significa la política. Los intereses han reemplazado a las ideas. Y aquella vocación de servir, sostenida en las ideas nacionales, ha sido sacrificada en nombre de la urgencia por servirse de la función pública y del país.
Tener pensamiento nacional no es aislarse del mundo, sino participar de él desde una raíz. Y acaso esa sea la tarea pendiente: volver a pensar la Argentina no como un territorio administrado, sino como una idea en construcción. –
