Como en la antigua Grecia, en Argentina la Democracia del eterno retorno
Sin partidos políticos no hay buena política. Y sin buena política no hay democracia sino un sistema extraño al decir y hacer de lo que enseñaron los Padres Intelectuales de la República. Porque la ignorancia que han consagrado como la matrix de un pensamiento único, reduccionista y manipulado es la ganancia de los dictadores del proletariado, de los que conforman la nueva oligarquía a través de la demagogia.

SALTA-POR ERNESTO BISCEGLIA – PUBLICADO EN NUEVA PROPUESTA.- Para los griegos antiguos la historia era circular. Se inspiraban como filósofos de la «Psifis» en los ciclos de la naturaleza que inexorablemente se repetían a lo largo de las generaciones. Todo volvía a comenzar, crecía, se reproducía y fenecía… y otra vez.
Esta continua sucesión hizo decir al mismo Aristóteles que siendo la historia un eterno retorno, «Eventos como la Guerra de Troya, podían volver a repetirse». Claro, no los protagonistas, pero si el mismo e idéntico proceso.
En la Argentina de inicios del siglo XXIII, aquellas fases cíclicas de los griegos se conservan y repiten en la democracia. Cuando se cumplen 40 años del retorno y ejercicio ininterrumpido del sistema democrático, sin embargo, todo diera la impresión de que sigue igual.
En realidad, es peor, ya que en el caso de los griegos se repetía el proceso, pero no los personajes. En la democracia argentina además del proceso se repiten los personajes ya que hace décadas el sistema político está copado por los mismos individuos. De hecho, la democracia argentina pareciera ir mutando hacia una monarquía porque los cargos parecen ser hasta hereditarios.
Desde que se reinstaló el orden democrático, este país, sus ciudadanos han visto transcurrir toda clase de sucesos, incluso hasta el impensado momento de tener cinco presidentes de la Nación en el lapso de unos doce días. Han pasado cuatro décadas, algunos ya han envejecido lucrando en la función pública y allí siguen, repitiendo lo mismo, haciendo lo mismo y hasta diciendo lo mismo. Es sin duda, el sueño griego del eterno retorno hecho realidad.
Esos procesos de fosilización y formación de un consorcio político son propios de lugares donde la cultura cívica es pobre o quizás nula, porque sólo de esa manera se comprende que desde los gobiernos se discierna la vida de los ciudadanos, particularmente su voto, porque ya hace muchos años que la gente dejó de votar lo que quiere y vota lo que le sugieren o directamente imponen.
El destacado historiador, el Dr. Félix Luna, enseñaba de que lo peor que le puede pasar a un pueblo es no saber qué vota, a quién vota ni para qué vota. Y en ese estado está la Patria, con casi la mitad del electorado convencido de que debe continuar votando a ese poder que le da unos mendrugos con los que apenas sobrevive. La otra mitad no está mejor ya que piensa elegir algo que no conoce y que colisiona con la mentalidad del argentino promedio, porque el mensaje del candidato libertario se adaptaría con mayor facilidad en un país europeo antes que este país convertido en una factoría propiamente.
Pero lo peor no es la dicotomía ante la cual se plantean dudas y acertijos sino la destrucción literal del sistema democrático. El mismo Aristóteles en su distinción entre formas puras e impuras de gobierno, cita que a la monarquía se le opone la tiranía, a la aristocracia la oligarquía y a la República como gobierno de la mayoría a la cual se le opone la demagogia.
En la Argentina contemporánea todo es peor que un Revuelto Gramajo, porque la democracia se ha «monarquizado» llegando a que los cargos sean en algunos casos hasta hereditarios; ya no hay aristócratas ni formas finas sino simplemente una indolente oligarquía enriquecida a costas del saqueo de la cosa pública y la demagogia se ha impuesto por sobre la República.
El Dr. Hipólito Yrigoyen decía «Que se pierdan mil gobiernos pero que se salven los principios», ya no quedan principios en la política actual, todo ha sido asaltado por la crematística que ha desplazado a la economía, porque esta última es producto de la producción y del intercambio de bienes y servicios contra aquella que solamente se fija en el lucro y al precio que sea.
Esta es la Argentina de las contradicciones, donde la justicia social impuesta por el General Juan Domingo Perón ha sido convertida en un sistema prebendario desde el cual se subsidia la vagancia y la indolencia mientras unos pocos pervertidos se enriquecen al amparo de un sistema corrupto. Ergo, ya no es justicia ni mucho menos social porque el progreso que debiera desprenderse de la atención del Estado ha desaparecido reemplazado por el asistencialismo más perverso. Es la oligarquía interna que atemorizaba a Eva Perón, la del propio partido.
En los últimos cuarenta años de democracia transcurridos no sólo no se ha mejorado el sistema, sino que se lo ha corroído y corrompido hasta las bases mismas como son la eliminación de los partidos políticos. ¿Puede hablarse de democracia en un país donde no corre la savia que sostiene la vida institucional y cívica de la República? ¿Cómo se puede alabar a una democracia que carece de la representación que le otorga legitimidad a través de la militancia que no es sino participación ciudadana? ¿Qué clase de dirigencia es esa surgida bajo el manto abyecto del contubernio más soez complacido por pseudo dirigentes que traicionan sus principios en beneficio de un lucro personal o de grupo?
Ningún sistema puede llamarse democrático si no hay discusión de bases, si no existe ideología que sustente a las acciones, sino se carece de proyecto político y de plataforma electoral. Así, la democracia se atomiza y se reduce a un guiñapo de individuos que se apropian del país e implantan sus ideas argumentando la falacia de que obran en beneficio de las mayorías cuando no son más que un grupo de salteadores de los principios republicanos.
La Constitución Nacional, biblia laica de todo ciudadano, es violentada en sus bases y principios cuando se arguyen motivos políticos para adulterar el significado de su letra. Cuando eso ocurre se violentan esos principios rectores y no importa si acaso se trata de un gobierno de facto o elegido por el pueblo, porque siempre que la Carta Magna es asaltada para usarla como apaño de los intereses particulares o sectoriales, esos que así obran no son políticos sino facciosos que asaltan el poder para vivir y enriquecerse con el impuesto que se deduce del salario dignamente ganado.
La República Argentina enfrenta en estas elecciones el reto de consolidar el proceso de decadencia o de ingresar en el terreno gris de la duda y la angustia ante lo que puede suceder. Pues se dirá entonces que el resultado termina siendo una quimera, simplemente porque no es el resultado del juego de las instituciones democráticas sino de una orquestación mediática que propone candidatos en la misma forma en que se ofrece a la consideración pública la venta de un objeto.
Sin partidos políticos no hay buena política. Y sin buena política no hay democracia sino un sistema extraño al decir y hacer de lo que enseñaron los Padres Intelectuales de la República. Porque la ignorancia que han consagrado como la matrix de un pensamiento único, reduccionista y manipulado es la ganancia de los dictadores del proletariado, de los que conforman la nueva oligarquía a través de la demagogia. ¡Ah, pero la llaman democracia!
No importa a la esta altura el resultado de estas elecciones porque de una forma o de otra el que ha perdido es el país. Los que han perdido son los ciudadanos y cada argentino, al fin de cuentas, al día siguiente del acto eleccionario deberá continuar con su trabajo diario.
A cuarenta años de la reconquista de la democracia el sistema está atrofiado, exige una urgente reforma política que reorganice la vida política del país, que restablezca el régimen de partidos políticos. Que estos vuelvan a ser escuelas de la democracia donde no sólo los educandos se instruyan en los rudimentos de la vida política sino que sean faros referenciales para todos los argentinos, de este tiempo y de los venideros.
Por fin, resulta necesario abrevar en el pensamiento de los grandes muertos del país, entre ellos Leandro Alem que dictó la cátedra más pulida de los principios que deben asistir a los políticos, y entiéndase este término en su acepción etimológica de «Polis», como «todo aquel ciudadano que se interesa de las cosas de la Polis», de su ciudad, de su país. Esas líneas directrices se hallan en esa magnífica exposición del gran caudillo radical cuando dijo:
” Es inútil, como decía en otra ocasión: no nos salvaremos con proyectos, ni con cambios de ministros; y expresándose en una frase vulgar: ¡Esto no tiene vuelta!
” No hay, no puede haber buenas finanzas, donde no hay buena política. Buena política quiere decir, respeto a los derechos; buena política quiere decir, aplicación recta y correcta de las rentas públicas; buena política quiere decir, protección a las industrias útiles y no especulación aventurera para que ganen los parásitos del poder; buena política quiere decir, exclusión de favoritos y de emisiones clandestinas.
” Pero para hacer esta buena política se necesita grandes móviles, se necesita buena fe, honradez, nobles ideales; se necesita, en una palabra, patriotismo. Pero con patriotismo se puede salir con la frente altiva, con la estimación de los ciudadanos, con la conciencia pura, limpia y tranquila, pero también con los bolsillos livianos… (…)
Algo bueno va en esta oportunidad a pesar de la gran crisis de la democracia, por lo menos y hasta ahora no ha corrido sangre, porque todos los procesos que coadyuvaron a la vida democrática de la República costaron sangre.
Esta vez no, y eso, ya es un gran inicio. –