Y un día volvió Perón… pero no alcanzó
Bien se puede afirmar que la tragedia política y social de aquella Argentina de los años 70 tiene su origen en la llamada "Revolución Libertadora", acaso la muestra de soberbia y autoritarismo más elocuente que haya vivido el país del siglo XX. Pero también es cierto que esos facciosos del '55 actuaron para terminar con un peronismo que había mutado también hacia un autoritarismo dictatorial. La consecuencia de esos días, el exilio del General Juan Domingo Perón abrió un ciclo que los argentinos no supieron cerrar, porque a la violencia se respondió con una violencia mayor. El regreso del Líder no alcanzó para cerrar las heridas abiertas y el saldo se pagó con demasiada sangre de argentinos.

SALTA – POR ERNESTO BISCEGLIA.- Estudiar el fenómeno del peronismo es fundamental para comprender la política argentina contemporánea; comprender que el peronismo como militancia ha fenecido también es un acto de lógica y de lucidez para entender la necesidad de recuperar a la doctrina y enterrar de una vez a los muertos que los facciosos de uniforme, sotana y traje provocaron en 1955, y aquellos otros muertos que los «jóvenes idealistas» causaron después.
El patrón fenotípico argentino en materia de política, si acaso hubiese de representarse, quizás debiera ser el cuchillo ensangrentado del mazorquero, pues ¿Qué proceso argentino desde 1810 no se ha saldado con sangre? Desde el fusilamiento de Santiago de Liniers ordenado por el jacobino, Mariano Moreno, los desmanes de Juan José Castelli en el norte con el Ejército Auxiliar, pasando por la era rosista hasta el asesinato de Justo José de Urquiza. Y aún en la era constitucional y hasta la Revolución del Parque, las cabezas en las picas de las plazas de los pueblos continuaban advirtiendo sobre los peligros de «ser el otro», el que piensa distinto.
Con el peronismo como suceso extraordinario de conmoción social, política y económica ocurrió lo mismo. Perón irrumpe en la historia motorizando un golpe de Estado para impedir que Robustiano Patrón Costas sea presidente. En realidad, ese Golpe de 1943 venía a poner punto final a la «Década Infame y al Fraude Patriótico». Curiosa manera de resolver los problemas de una democracia incipiente y enferma de conservadurismo.
El peronismo vino a saciar las ansiedades de millones de postergados, herencia de los absolutismos patriarcales decimonónicos, víctimas de los resabios feudales, quizás herencia hispánica, que habían dominado la política argentina hasta ese momento allende incluso la vigencia de la «Ley Sáenz Peña» que consagrara el sufragio universal, secreto y obligatorio.
Allí, pues, se encuentra uno de los avances del peronismo, porque desde 1912 había sufragio, pero no era universal porque la mujer no votaba a pesar de los proyectos presentados desde fines del siglo XIX hasta el más importante de 1911 de Alicia Moreau de Justo. Recién en 1947, el peronismo consagrará los derechos políticos de la mujer otorgándole acceso a la militancia y a los cargos públicos. Hasta eso, la democracia ya había sufrido dos interrupciones golpistas.
La muerte de Eva Perón desbarrancó ese proceso revolucionario que significó el peronismo hacia el abismo del autoritarismo que decía haber venido a combatir: censura en la prensa, proscripciones a «los contras», persecución, cárcel y torturas. Instalación del pensamiento único, adoctrinamiento en la escuela pública, delaciones y temor social. Finalmente, el golpe de gracia: la pelea de Perón con la Iglesia que certificó la razón del axioma que señalaba: «Gobierno que se pelea con los curas, gobierno que cae». Y Perón cayó.
Los «Salvadores de la República» resultaron más impiadosos que aquel peronismo decadente. La «Libertadora», un eufemismo para cubrir las apetencias más abyectas que desfogarían los autócratas de uniforme, los tonsurados filonazis y los empresarios liberales que hicieron su agosto, resultó en un baño de sangre que se cobró vidas de argentinos decentes como el General Juan José Valle y otros camaradas, la de civiles asesinados al amparo de la medianoche y la implantación de un régimen que montado en un delirio sólo comparable al de Adolf Hitler o Benito Mussolini, pretendió extirpar de raíz al peronismo. Además de violentos, estúpidos.
La consecuencia inmediata de aquel Golpe fue el exilio de 18 años de Perón, la proscripción del peronismo y dos intentos de imponer una democracia raquítica donde se desperdició a dos grandes hombres de la política: a un estadista como el Dr. Arturo Frondizi y al presidente más honesto de todos los tiempos desde Hipólito Yrigoyen, el Dr. Arturo Illia, ambos fenecidos otra vez bajo la bota militar y la casulla. Males de esta Argentina cíclica.
El hombre fuerte de aquel periodo era el General Alejandro Agustín Lanusse, que comprendió en algún momento de que Perón tenía que retornar a la Argentina sino la cuestión social se pondría más álgida. El experimento de gobierno con el General Juan Carlos Onganía, un mediocre personaje y el fugaz intento con Marcelo Levingston, no habían prosperado y Perón desde Madrid agitaba el ambiente utilizando a la juventud.
Hay que decir que Perón aprovechó además el momento internacional, cuando en el mundo se esparcían ideas de libertad, socialismo, derechos, en fin. Desde los días del Mayo Francés un ambiente levantisco movilizaba a la juventud que soñaba con un mundo tan idílico como nihilista.
Las paredes en las calles argentinas lucían inscripciones como «Luche y Vuelve» o «Perón Vive» -¡Y claro que vivía!- y similares. La agitación bullía en las universidades, en las fábricas, en todas partes donde se animaba la idea de que la solución a los males políticos, económicos y de la violencia que ya se había desatado era el regreso de Perón.
El famoso discurso del General Lanusse en el Colegio Militar de la Nación, en enero de aquel 1972, disparó el tan ansiado retorno cuando dijo: «Perón puede volver cuando quiera. Perón no vuelve porque no le da el cuero». Y al viejo caudillo le dio el cuero y el 17 de noviembre de ese año, a las 11 de la mañana, el Boeing 707 de Alitalia aterrizó en el Aeropuerto de Ezeiza en medio de una intensa lluvia, trayendo de regreso al expresidente.
El momento quedó retratado en aquella mítica fotografía donde Perón saluda a la militancia bajo un paraguas que le sostiene, José Ignacio Rucci, su hijo político dilecto que moriría bajo las balas de los «jóvenes idealistas» agrupados en Montoneros apenas unos meses más tarde. En un reportaje dado por Rucci a la Revista Gente, días antes de su muerte dijo: «Lo único que temo es no ver la cara de mis asesinos». No las vio, porque esos terroristas como las alimañas actuaron desde los albañales donde se ocultaban para salir y golpear a la sociedad argentina, al mismo gobierno constitucional peronista, secuestrando, torturando y asesinando a mansalva… una parte de la historia que se ocultó deliberadamente y sin la cual no tiene sentido la historia contemporánea.
En suma, ese día volvió Perón, reconociendo que ya no era aquel dictador del ’55 sino un «León herbívoro» pero que pretendía ser la prenda de paz, el broche a ese proceso sangriento que inició «La Libertadora» y a los problemas de dos décadas sin resolver. Intentó pacificar los ánimos, trabajó para lograr la unidad nacional que en su punto más elocuente se selló con el abrazo de Perón y Ricardo Balbín en la casa de la calle Gaspar Campos.
Hizo todos los intentos posibles en el breve tiempo de vida que sabía que tenía, porque tenía claro que venía a morir a la Argentina.
Pero no alcanzó.
A la muerte de Perón las furias ya expresadas en su retorno definitivo el 20 de Junio de 1973 en la matanza de Ezeiza, prólogo del tiempo violento que sobrevendría, se desataron con toda su intensidad. El resultado no podía ser otro que un nuevo Golpe de Estado en marzo de 1976 que hundiría al país en el abismo más profundo donde lo bestial superó a lo humano.
Lo demás es historia conocida…, bueno por conocer porque el pseudoperonismo kirchnerista la tijereteó, la ocultó…
Porque era la única forma de terminar de matar a Juan Domingo Perón. –