Breve Ensayo Herético: La Libertad entre el liberalismo y la apostasía vaticana

Conviene señalar que la Libertad jamás puede ser un Bien -en sentido platónico- que se resuelva en favor de alguien por donación de otro. La Libertad es un Bien ínsito en la naturaleza del hombre, todos somos Libres por derecho propio, por el sólo hecho de nacer. La Libertad jamás puede sernos otorgada ni por un gobierno ni mucho menos por un fabulador como el Papa católico que es un farsante que engatusa multitudes con apólogos metafóricos como el Cielo y el Infierno. No, la Libertad, primero, es un despertar de la Conciencia individual; cada uno debe hallar su propio camino libertario. Luego, el ejercicio de la misma sí ya es una cuestión a comparecer. Podemos estar equivocados, pero sabemos que tenemos la Razón.
SALTA-POR ERNESTO BISCEGLIA.- Puede ser que Nos, en el uso de nuestra Libertad de raciocinio nos hallemos en algún margen de error, pero vaya en mérito nuestro el intento de aproximarnos a una discusión que muy pocos darían, ya por ignorancia, ya por sujeción al dogma, ya porque les conviene a sus intereses ser súbditos ovinos de la Corona eclesiástica o el Imperio político. Ya por cobardía, también.
Ya supimos discernir y entendemos tenerlo claro al hecho de que como diría Jean Jacques Rousseau: «El hombre nace libre, pero en todas partes está encadenado», mas, no entendemos como el francés a la Libertad encadenada por yugos dogmáticos, sino encorsetada por los razonables límites que demanda la convivencia social. Nadie en sociedad puede ejercer una Libertad absoluta pues necesariamente comenzaría a dañar libertades ajenas, caso contrario, estaríamos frente al supuesto dictado por Aristóteles de que «Fuera de la sociedad sólo viven los dioses o las bestias». Y sabido es que la bestialidad es la ley de las fieras.
Pero entonces hay que definir primeramente que la Libertad como Bien ínsito del ser humano es propia y se resigna a voluntad en favor de un Bien Social mayor como es la convivencia armónica. Pero he aquí donde reside el mayor peligro, pues, no sea que el Estado o la Iglesia, aprovechándose de esa necesidad de equilibrio avancen sobre la Libertad individual del ciudadano y la conviertan paradójicamente en las cadenas que sojuzguen a la razón y reduzcan al individuo a un servil esclavo de esos sistemas demoníacos.
Y pues decimos así porque tanto la Iglesia -las iglesias- como el Estado proceden de la naturaleza maligna como lo demuestra el mismo Cristo cuando es tentado por Lucifer, cuando este último ya vencido muestra su último expediente diciéndole al Maestro: «Todo esto Te daré, si Te postras y me adoras» (Mt. 4-9 y otras citas semejantes en Lucas 4, 5-8) y agrega Belcebú: «Todo este poder me ha sido dado»; es decir, los poderes de la Tierra: el Estado y los reinos confesionales. ¿O acaso el Estado Vaticano es una democracia popular o una Asamblea de todos en estado de igualdad? ¡Claramente que no! El Estado Vaticano es la última monarquía absolutista y teocrática de la Tierra «Como al mundo es bien notorio», diría el Juan Tenorio del Zorrilla.
Luego, ingresaremos en la «quaestio» de la Libertad en relación con la Pobreza y hemos de preguntarnos: ¿El hombre Libre es necesariamente pobre? La respuesta es un contundente ¡No!, pues la Libertad hace a la esencia del crecimiento del individuo. ¿Quiénes son los únicos que no pueden crecer? Los sometidos y los débiles mentales por imperio de su patología. Pero el hombre Libre y capacitado sólo tiene el límite de su imaginación y voluntad.
Y aquí es donde esa bifurcación halla sentido, pues el Estado ha de ser liberal, separado de toda confesión y aplicar a rajatabla la letra de la Constitución Nacional que en el caso de la República Argentina es de profundo cuño liberal. De hecho, el Artículo 19 de la CNA señala el «Principio de la Libertad» al decir que: «Las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden o a la moral pública, están exentas de la autoridad de los magistrados y sólo reservadas a Dios. Nadie puede ser obligado a declarar contra sí mismo; ni arrestado sino en virtud de orden escrita de autoridad competente. Es inviolable la defensa en juicio de la persona y de los derechos.»
Fundamental declaraciòn de que el individuo para ser un ciudadano pleno no puede tener ataduras polìticas ni ser sometido por dogmas religiosos. Es menester y un acto de imperativa necesidad separar al Estado de la Iglesia, como corresponde a todo Estado moderno.
El sostenimiento de cultos -cualquiera sea- por parte del Estado es un saqueo compulsivo a los no creyentes en ese culto como así también a los agnósticos y ateos. ¿Por qué han de solventar un culto aquellos que no creen? Esto último viola el Artículo 16 de la CNA que sienta el principio de igualdad ante la ley. Luego, para ser todos iguales, no deben mezclarse Estado con confesiones. Mantener en nuestra CNA el sostenimiento del culto católico es una rémora atávica y medieval.
Así, una vez separados Estado e Iglesia/s, el Estado debe promover la libre competencia entre ciudadanos y empresas favoreciendo el libre comercio. Recordemos que esta cuestión del libre comercio es precisamente la que dio origen a este país, porque sin la siembra de esa idea por parte de los ingleses invasores, estas tierras hubieran continuado por muchas décadas más bajo el gobierno monopólico de España y bajo las crueles limitaciones que imponía la Iglesia Católica a través de los inquisidores que en la Sudamérica desarrollaron su miserable misión hasta casi finales del siglo XIX, encubiertos, eso sí, como corresponde a las alimañas.
El hombre, el ciudadano ya liberado de dogmas religiosos y aplicaciones reduccionistas estatales, se halla en el estado pleno de producir según sus facultades (o talentos como dice el Evangelio). Será exitoso en la medida de su capacidad natural para producir. Ahora sí, el Estado debe jugar un papel fundamental en dos casos: velar porque esa competencia libre se de en el marco de un irrestricto respeto por la Ley, y proveer a contener a los que «Natura non da» porque es una causa de justicia social. Y entiéndase por esta última la aplicación de uno de los tres principios del Derecho señalados por Ulpiano, el de «Dar a cada uno lo suyo». No la «justicia social» donde el Estado le quita al que más tiene para repartir alegremente al que tiene menos o no tiene, porque esa es una engañapichanga para atomizar al menos favorecido manteniéndolo en la frustración a cambio de unos mendrugos. Demagogia, la llaman.
¿Y qué hacemos con la pobreza?
En un Estado liberal la pobreza tenderá a descender porque los ciudadanos capacitados suman en millones más a los que realmente no pueden competir. Si por caso se diera la posibilidad de que se pudiera competir por mejores ingresos -por ejemplo-, varios millones de esos que hoy se debaten en la miseria alcanzarían niveles más que dignos de vida. Porque el problema de esa gente es que le han mentido desde el Estado haciéndoles creer que la suya es una «pobreza cuidada», que a través de un subsidio podrán salvarse de una muerte por inanición, cuando en realidad ya los han condenado a muerte, la peor de todas, la muerte civil de ser ciudadanos inservibles para todo. Esta es la magnitud de la maldad de la pobreza que predica el Estado prebendario. El Estado así concebido es como el Cronos del mito griego que se fagocitaba a sus propios hijos.
Y aquí está el otro problema a liberar de la mente y el espíritu del hombre; el del yugo de la perversión católica. Porque dígase claramente, Jesús el Nazareno, NO FUE CATÒLICO, no vino a fundar ninguna religión pues las religiones según su sentido etimológico (religare, volver a unir lo humano con lo divino) han existido desde milenios antes. Jesús el Nazareno ¡Vino a Liberar! Era un libertario si se quiere en una aproximación dialéctica del término.
En el pasaje sobre el cual la monarquía católica vaticana sienta su supuesta razón de ser adjudicado a Mateo, cuando Jesús dice: «Tu es Petrus Et super hanc petram ædificabo ecclesiam meam…, etc» (Cfr. Mt. 16, 19), no habla de «Establezco sobre vos esta religión», sino que el Nazareno sienta las bases de una ASAMBLEA, de una COMUNIDAD de cuño espiritual con sentido TRASCENDENTE y donde todos SON IGUALES por naturaleza. ¿Existe igualdad en esa Iglesia Católica donde los fieles deben postrarse ante el ensotanado y besarle el anillo? ¿Dónde los fieles le deben pleitesía a los individuos del alba y la casulla que se arrogan el derecho de interpretar el pensamiento de Dios? ¿Existe igualdad en esa cáfila de tonsurados que discrimina a la MUJER, Génesis de la génesis y vehículo iniciático de la Unión Hipostática sin la cual la Redención no sería posible? ¡No, pues! ¡Ved sólo en estos míseros ejemplos cómo el mitrado que usurpa el Trono de Pedro engaña con la habilidad de un beduino que vende sus bienes al mejor postor!
De la misma manera el Estado Vaticano engaña con la cuestión de la pobreza incitando a militar y vivir en un estado de pobreza material mientras ellos utilizan el púlpito para llenar su bolsa poniendo de ejemplo a la viuda que daba sus «Únicas dos blancas» (Cfr. Mt. 12, 41-44) a la caja del Templo. Pero bien ser guardan de explicar que la pobreza evangélica se halla en la línea del espíritu, emparentado con la humildad, pero ningún momento el Nazareno dice en las Escrituras «Vivid míseramente, sed comidos por la angustia de no poder dar el pan diario a vuestros hijos» y barbaridades semejantes. La pobreza espiritual es una metáfora para combatir a su opuesto, la soberbia que lleva a la codicia material.
Dígase así que ser rico no es un pecado, la condenación viene del enriquecimiento ilícito, que es muy distinto. Pues si ser rico fuera condenación, el Padre no nos hubiera dotado de la capacidad de crear riqueza. Y aquí es donde conviene denunciar la falacia de la prédica que utiliza el ensotanado de blanco: ¿Ese que predica la pobreza, no administra acaso el Estado más rico y poderoso de la Tierra?
En lo particular, el Papa Francisco es un insigne traidor a la Escritura, primero, porque ha abdicado de la enseñanza evangélica para convertir a su misión en una militancia política de izquierda, utilizando el Trono como Vicario de Dios para bendecir a las dictaduras más miserables de la Tierra, particularmente las sudamericanas. Este monje negro paradójicamente revestido de blanco, ha saludado con tierna temperancia a Fidel Castro y a su hermano, causantes de miles de muertes y pobreza en su pueblo y con su maléfica influencia en la Sudamérica. Bendice a un asesino como Nicolás Maduro y predica en favor de Cristina Fernández de Kirchner cuya banda ha saqueado monetaria, moral y espiritualmente a su propia cuna, la República Argentina. Decididamente, es menester del librepensador repudiar a este monarca teocrático que en nada coincide con el mandato del Nazareno ni con la Escritura.
En síntesis, el hombre libre es aquel que vive en un Estado liberal y laico, donde puede desarrollar sus capacidades y no verse limitado ni por resoluciones restrictivas ni por dogmas reduccionistas.
El hombre pleno es aquel que puede comprender el sentido profundo de la sentencia del Nazareno cuando señala «La Verdad os harà Libres» (Jn. 8, 32). Y esa Verdad como esa Libertad, comienzan y terminan en la propia Conciencia del individuo.-