El púlpito es para la Palabra y no para la política
Habitamos un mundo confuso, donde las categorías y los valores se han subvertido y donde el deber ser de las cosas colisiona con el ser de las mismas. Habitamos una Salta que se degrada cada vez más en lugar de pensar progreso; jamás pudimos despegar de ser una aldea medieval que de a poco está convirtiéndose en una tribu donde hay cacique, médico brujo, y que de seguir así las cosas no estamos lejos de volver a la caza y la recolección. La Fe es bastardeada por sus propios ministros y la política está muy lejos de aquella finalidad que Aristóteles le asignaba: la de hacer feliz al ciudadano.

SALTA-POR ERNESTO BISCEGLIA.- El pasaje evangélico donde Jesús designa a Pedro como cabeza de su iglesia (Mt. 18, 20), fue interpretado por los armadores de la Biblia como la fundación de una mega empresa político-económica destinada a dominar a la humanidad y someterla al imperio de una voluntad absoluta y absolutista. De hecho, El Vaticano Corp. Inc & Asociated, es el único y último imperio monárquico absoluto.
Nos, entendemos que el pasaje citado «ut supra», en realidad fue la institución de un liderazgo espiritual de tono social y con vocación de trascendencia. Los tonsurados suelen afirmar que todo lo que hacen y dicen está basado en lo que Jesús hizo y dijo en los Evangelios, pues bien, entonces interpretamos el pasaje del llamado «Domingo de Ramos» como la cátedra suprema donde el Mesías enseña cómo rechaza el poder para revestirse de autoridad, y lo explicamos a continuación para una mejor comprensión:
El «Domingo de Ramos», Jesús fue recibido por una multitud que le propuso liderar una rebelión y hacerlo rey. Él rechaza ese poder temporal diciendo «Mi Reino no es de este Mundo» (Lc. 19, 28-40) y se recubre de Autoridad. Si hubiese aceptado ponerse al frente de la masa ululante, seguramente hoy, 2000 años más tarde, leeríamos que un líder alzó a la masa judía y esa rebelión fue aplastada por las legiones romanas y el Jesús hubiera terminado como Espartaco. Pero al rechazar el poder terrenal, esa Autoridad de la que inviste hace que hoy, 2000 años más tarde sigamos discutiendo sobre su persona y divinidad.
Quedan aquí muy bien definidos los dos planos, el del poder temporal que le pertenece al Demonio según la misma Escritura lo detalla en las tentaciones del desierto cuando el Padre de las Tinieblas le ofrece a cambio de postrarse y adorarlo a Jesús el poder temporal: «A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos; porque a mí me ha sido entregada, y a quien quiero la doy…» (Lc. 4, 5-8). Ergo, se deduce -siempre apegados a la Escritura- que todo poder político o eclesiástico depende del Maligno.
Nos hallamos en este punto en la necesidad de afirmar ya basados en la misma fuente bíblica que la religión -toda religión- tiene anclaje en la espiritualidad y la autoridad que de ella emana. ¿Qué carácter tendría esta autoridad espiritual? El que otorga un buen hacer, el que señala caminos de transparencia, de honestidad de procedimientos, de solidaridad y de caridad con todos los que nos rodean, procedimientos ninguno de ellos observables en políticos y jerarcas católicos «como es al mundo bien notorio», diría el Juan Tenorio en su monólogo del Zorrilla (Literatura del Siglo de Oro español para los no iniciados, claro).
Así conceptualizados los ámbitos del poder y de la espiritualidad estamos en condiciones de avanzar sobre la cuestión del Púlpito y la Palabra. El púlpito es un cultismo que viene del latín «pulpitum«, que significaba estrado elevado, tribuna y muchas veces incluso designaba a la escena elevada de los teatros, otras incluso designaban a un atril o caballete. La cosa es que resulta uno de los tantos términos apropiados por la empresa Iglesia desde donde y desde antiguo, los ensotanados supieron predicar la Palabra, lo cual se allana veramente a tipo y función. Era y es el lugar desde el cual el ministro discierne a la grey sobre los avistamientos pedagógicos de los Evangelios, por ejemplo. O debería discernir…
Pero he aquí que en los tiempos modernos -y en todo tiempo, porque recuérdese que ningún emperador podía ser tal sin ser coronado por el Papa. (De allí que Napoleón Bonaparte que entendía bastante de estos asuntos, luego de meter preso al Papa Pío VII, lo hizo encabezar su coronación, más al momento de posar el pontífice la corona sobre su testa, Napoleón se la arrebató y se la colocó èl mismo. Todo un gesto). Dicho esto, observamos cómo el púlpito es utilizado para militar las políticas de turno que le convienen o no a los tonsurados.
Muy largo sería extenderse sobre estos intríngulis, pero digamos nada más que recientemente supimos ver cómo el arzobispo de Salta utilizaba el púlpito y en una celebración del Milagro para castigar al expresidente, Mauricio Macri, echándole en la cara «el rostro de los pobres», predicando que «¡Ellos son dignos!», una trampa dialéctica para el mismo acusado por las monjas de violento, pues era reconocer que él no es digno ya que no es pobre…, por ejemplo.
En horas pasadas, otro miembro de la casta eclesial acaba de utilizar también el púlpito del Milagro para arengar a la multitud sobre las virtudes que adornan al candidato a la presidencia, Javier Milei, nada menos que el individuo que acaba de tratar públicamente al Papa -o sea al soberano de ese religioso- de «imbécil» y «Anticristo», literalmente. Una felonía seguida de otra.
Digamos finalmente que estos hechos que comentamos denotan la decadencia en que se halla sumergida esta sociedad donde los roles se confunden, donde los ámbitos se entremezclan y donde tanto las jerarquías políticas como religiosas utilizan al púlpito como mesa de casino donde juegan sus apuestas.
Homilías teñidas de colores políticos crispan el ánimo de las multitudes que se confunden, porque los fieles supuestamente aman a sus pastores y respetan -supuestamente también- a sus lideres políticos y estos actos de proselitismo en actos religiosos dañan la imagen de la Institución Iglesia (más de lo que ya está) y no contribuyen al progreso de la Fe.
Hacemos memoria en este parágrafo y como colofón, de aquel insigne sacerdote, digno ministro del Padre, Monseñor Oscar Mario Moya, cuando supo decir: «Cuando los pastores y los políticos se pelean, el Pueblo sufre».
Pareciera que a ninguno de los dos, ni políticos ni ensotanados, esto último les preocupa. –