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Ensayo Breve: Manuel Belgrano ya los hubiera deportado o metidos a todos presos

El General Manuel Belgrano se destacó por su labor en la gestión pública y por su deseo de impulsar el desarrollo y la justicia en el Río de la Plata. Siempre manifestó su preocupación por la administración transparente de los recursos y la importancia de la probidad en el ejercicio del poder. Su rechazo a la corrupción quedó evidenciado en las medidas que dictó para combatir el contrabando y el fraude en el comercio. Fue el gran defensor de la ética y la honestidad en la vida pública. Hoy Belgrano hubiera llenado las cárceles y deportado a muchos.

SALTA-POR ERNESTO BISCEGLIA.- Como ocurre con todos los próceres de esta Nación, en el caso del General Manuel Belgrano, si sus valores no son encarnados por los ciudadanos cualquier homenaje es letra vacía. Frente a los escandalosos niveles de corrupción que caracterizan a la clase política sus últimas palabras resuenan como el lamento de quien en la hora undécima comprendió que había dilapidado su vida en balde.

En líneas generales la vida de Manuel Belgrano es medianamente conocida por su actuación militar, sin embargo, antes de asumir el mando de los ejércitos de la Patria fue funcionario público y el primero que pensó el país hacia el futuro, demostrando un compromiso profundo con los principios de justicia, honestidad y transparencia en el ejercicio del poder.

Le resultaba intolerable a Belgrano que un funcionario público, un militar o incluso un prelado fuese corrupto o no estuviese a la altura de su rango en su comportamiento.

Sólo dos casos nos abonan este ejercicio de meditación sobre Manuel Belgrano; ambos acaecidos en Salta cuando llegara para hacerse cargo del Ejército del Norte en 1812 y estacionado en el campamento de Campo Santo dictara dos resoluciones: la primera de extrañar de Salta a Martín Miguel de Güemes por su indecoroso comportamiento con la mujer de un oficial y la segunda, la de ordenar detener y mandar también a Buenos Aires nada menos que al primer obispo de Salta, el Dr. Nicolás Videla del Pino.

En el caso de Güemes, un dato quizás no tan conocido de su vida privada es lo que llevó a Belgrano a tomar la decisión de sancionarlo y fue su amorío con Juana Inguanzo, quien estaba casada con el teniente Sebastián Mella. Este romance escandalizó a Manuel Belgrano, al punto que ordenó la salida de Güemes del Ejército del Norte, y por ese motivo no participó de la Batalla de Salta del 20 de Febrero de 1813.

Según los relatos históricos, en el mes de junio de 1812 Belgrano tomó conocimiento de que el joven Güemes -aún soltero a sus 27 años- mantenía una vida amorosa desordenada  con mujeres casadas. A diferencia de hoy cuando los funcionarios se jactan de sus queridas y queridos, en cuestiones de moral pública Belgrano era inflexible y procedió a separar al teniente coronel graduado Güemes del Ejército del Norte confinándolo primero en Santiago del Estero por su escandalosa relación con «la Juana Inguanzo», a la sazòn mujer del teniente Sebastiàn Mella que obviamente pasó a la historia como un ilustre… víctima de adulterio.

Ocurrió entonces que «la Inguanzo» se trasladó hacia Santiago del Estero donde la verbena con Güemes prosiguió y enterado Belgrano de esta situación decidió enviar al salteño a Buenos Aires.

Demandado Belgrano por el gobierno central de los porqué del envío de Güemes, el comandante dice en el oficio enviado que: «Habiéndome informado el alcalde de la ciudad de Santiago don Germán Lugones de la escandalosa conducta del teniente coronel graduado, don Martín Güemes, con doña Juana Inguanzo, esposa de don Sebastián Mella, teniente de dragones en el ejército de mi mando, por vivir ambos en aquella ciudad aposentados en una sola mansión, y habiendo adquirido noticias que este oficial ha escandalizado públicamente mucho antes de ahora con esta mujer en la ciudad de Jujuy… Con estos antecedentes indubitables, considerando que cualquier procedimiento judicial sobre la materia sería demasiado escandaloso y acaso ineficaz, he tomado la resolución de mandarle a Güemes … Espero que vuestra excelencia se dignara aprobar estas medidas en que sólo he tenido por objeto la conservación del orden, el respeto a la religión».

Y agrega Belgrano: «Su propia conciencia (la de Güemes) lo debe acusar de que su vida escandalosa con la Iguanzo ha sido demasiado pública en Jujuy y después en esta ciudad y en la de Santiago del Estero».

Los relatos cuentan que Juana Inguanzo era una mujer hermosa de facciones criolla-andaluz, pelo lacio y negro con ojos color verde, sumado esto a una gracia especial para hablar y moverse. Güemes quedó ‘flechado’ con ella, expresándole en una carta «Nunca debí mirarla dos veces».

El caso del Obispo Videla del Pino

Para conocer más en profundidad sobre la personalidad del Dr. Nicolas Videla del Pino citamos nuestro Trabajo en EDI SALTA, pero sea dicho que en aquellos dìas fuera informado el General Manuel Belgrano de que el prelado salteño «Se carteaba con el general realista Goyeneche», delitos tenidos entonces como de lesa patria o alta traición.

La cuestión de Videla del Pino es azarosa y ameritaría todo un volumen porque para comprender el por qué Belgrano tomó la decisión de expulsarlo de su Silla nada menos hay que atender al ambiente de la época donde la ambivalencia de la Junta de Mayo entre marcar el fin de un gobierno monárquico y mantener «La Máscara de Fernando VII», es decir gobernar hasta «que su graciosa majestad sea repuesta en el trono de España», obligaba a los hombres públicos a moverse en aguas cenagosas.

Prueba de esta situación es la carta que Santiago de Liniers envía a Córdoba diciendo que “nuestro indigno amigo el Obispo” se había puesto en Salta “a la cabeza de los que se atreven a decir que se debe reconocer la Junta de Buenos Aires”. Recordemos que el foco antirrevolucionario se concentró en Córdoba donde luego Juan José Castelli -primo de Belgrano- fusilaría al héroe de la Reconquista de Buenos Aires por orden de Mariano Moreno.

Por otro lado estaba el alto clero juramentado al rey de España y Videla del Pino era uno de ellos, es decir, que esa tensión encendió el ánimo de Manuel Belgrano cuando le dijeron del dicho carteo entre el obispo y el general realista.

A Belgrano lo apremiaba la guerra y ante las acusaciones Belgrano dice: “Me llené de angustia, mi corazón padecía, y me detuve para la primera resolución que me dictaban las leyes marciales que me gobiernan. La consideración, el respeto y veneración que tengo a una dignidad meditó la de alejarlo de entre nosotros para no comprometer vuestra seguridad ni la del ejército de mi mando. Un espía de esta clase era indispensable que hiciese continuar los desastres de la guerra civil, para envolvernos en males que el común de vosotros aún no llega a penetrar».

Tiempo después, Manuel Belgrano, reconocería que «nunca vio tales pruebas» de la traición, pero el hecho es que dictó un oficio otorgándole al prelado el perentorio tiempo de 24 horas para marchar de Salta hacia Buenos Aires de donde nunca pudo regresar y esa decisión de Belgrano dejó una sede vacante en la iglesia de Salta de cuarenta años.

Consideración final: Con un Belgrano en la actualidad quedarían diezmados los gobiernos

Los dos episodios consignados «ut supra» nos informan de un elevado concepto de la ética y la moral, de la probidad como materia insigne en la vida de un hombre público. Manuel Belgrano llevó al cenit estas categorías y como queda visto las aplicó a rajatabla.

En tiempos donde el hedonismo, la lujuria y la avaricia han ganado a la clase política, de llegar otra vez el General Belgrano a Salta, quizás no le alcanzaría el papel y la tinta para dictar prisiones y exilios a toda la cáfila de funcionarios que llegados a jurar con un traje prestado hoy ostentan mansiones, vehículos y un nivel de vida que no se compadece con el ingreso público.

Cuántos se conocen que huyen de la función pública a zambullirse en las Cámaras en busca del refugio que les otorgan los fueros legislativos mientras otros, directamente, son promovidos a la propia Corte de Justicia para cajonear las causas existentes y evitar las venideras.

Si por una andanza sentimental al propio Güemes no le sirvieron sus pergaminos como la toma de la Justina o sus impecables servicios militares y fue deportado, no imaginemos lo qué haría Belgrano con tanto tramposo, pillo, sinvergüenza, ladrón, timador, estafador de la fe púbica, granuja, taimado o abusador sexual que medra en los intersticios del poder. Algunos intendentes y funcionarios de alto rango caerían como fruta madura.

Ni qué decir si tenemos en cuenta que el cristiano General no dudó en extirpar nada menos que a la mayor autoridad eclesiástica de la región por una sola sospecha, qué haría hoy Belgrano con un arzobispo demandado por violencia de género y tantos curas sospechados y condenados por ejercicio de la lujuria. El Presbiterio quedaría menguado y a la deriva. Bueno, a la deriva ya está…

Qué falta le hacia a Manuel Belgrano mezclarse en la lucha por una patria posible que él pensó si tenía fortuna y puesto vitalicio asegurado en el Consulado. Departía con lo más granado de la sociedad porteña y podría haber formado parte del gobierno central con gran tranquilidad.

Pero prefirió ser digno a su elevado espíritu y honrar su apellido y se desgajó en salud y dinero hasta terminar sus horas en la más paupérrima pobreza, al punto de que no hubiera una moneda para hacer su lápida la que se grabó en el mármol de una cómoda.

Lo dicho, hoy el país lastimado por la corrupción, anegado por la ignorancia de sus ciudadanos y hundido en la pobreza, violentado por la desigualdad de los que nada tienen frente a los enriquecidos funcionarios, se estremece otra vez con aquellas palabras póstumas del insigne Belgrano: «¡Ay, Patria Mía»!

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