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Cuando la Curia de Salta hubiera entregado a Don Ignacio Torres

El eje de la tensión social en Salta ya traspuso el límite de lo salarial y se ubica en un epicentro de alto tono político donde de un lado no ceden y del otro no saben o no quieren ceder. El gobierno ha hecho un ofrecimiento "prima facie" superador para el momento que se vive, pero los "Autoconvocados" han ingresado en el tono de pulseada que pareciera traducirse "Si pudimos hasta aquí, vamos por más", lo cual tampoco es razonable. En el medio, gremios superados y una jerarquía católica de paupérrimo nivel intelectual, eclesial y político que no aportó ni una hostia a la pacificación del conflicto, por el contrario, demostró su naturaleza soberbia y autoritaria.

SALTA-POR ERNESTO BISCEGLIA.- Me contaban los mayores -yo era muy pequeño en aquellos días- que solían ver en la televisión blanco y negro aquella famosa serie «El Zorro» en la que había un capítulo donde un hacendado, Don Ignacio Torres, es acusado de traidor a la Corona por el pérfido Capitán Monasterio. Don Ignacio se acoge al derecho de asilo de la Iglesia con el Padre Felipe, quien acosado por los lanceros le responde a Monasterio: «La Iglesia le dará asilo a don Ignacio por el término de 40 días, es lo que dice el Derecho Canónico». Y a rascarse con un marlo el Capitán Monasterio.

En Salta, solícita hija del hispanismo y donde la Iglesia Católica gusta de colocar alfiles en los puestos de poder aunque no se sepa bien con qué utilidad para la comunidad sino que más bien como una suerte de cancerberos de los intereses terrenales de los tonsurados, hasta antes de la dictadura eclesial que comanda el autopercibido como arzobispo, Mario Antonio Cargnello, los pastores solían ser eficaces mediadores cada vez que la cuestión social se desbordaba.

Supimos ver en tantas ocasiones el solideo de Monseñor Carlos Mariano Pérez Eslava con esa mansedumbre salesiana y su bonhomía desatando verdaderos nudos gordianos, incluso en tiempos de la dictadura militar. Su sucesor, Monseñor Moisés Julio Blanchoud, aunque lejos de esas capacidades exhibía su don de párroco y se mezclaba entre los levantiscos para llevar palabras de tranquilidad a los corazones. ¡Ni qué decir de Monseñor Mario Oscar Moya! Un sacerdote íntegro, peronista, nacionalista y hábil diplomático que a la guarda del sigilo y la prudencia ataba cabos sueltos para acercar posiciones. Incluso en nuestros días, Monseñor Dante Bernacky, un hombre bueno, santo sacerdote y legitimado poeta de la Virgen, peregrino humilde pero también sagaz componedor. Ya no hallamos entre la clerecía mayor de Salta a estos verdaderos hombres de Dios. ¡Extrañamos aquella Iglesia!

Si bien los Manuscritos de Qumrán declaran aquella famosa frase que dice «Dios no habita en templos de piedra ni de madera sino en el corazón del hombre; quiebra una rama y allí estaré, levanta una piedra y allí me encontrarás», los templos son casas de encuentro con el Altísimo donde los simples acuden a peticionar por sus miserias, a buscar consuelo y en ocasiones también a buscar refugio.

Somos de la idea de que los «Autoconvocados» han ingresado en una fase de tono faccioso e irreductible que no busca ya la solución a la cuestión salarial sino el desgaste de un gobierno que tampoco luce en sus ministros las mejores galas mentales ni capacidades políticas. Ergo, el pueblo de Salta se halla en medio de dos grupos, uno de presión social y otro de poder que no ceden y ambos están avivando un sentimiento que se está calentando al rescoldo. Bastará una chispa para que se genere un verdadero incendio.

Honestamente ya no comprendemos esta actitud de acudir al templo a encadenarse, ¿Un acto desesperado, tal vez? No podemos afirmarlo porque como diría aquel rabino «Nadie puede juzgar lo que ocurre en cabeza ajena»; lo que sí podemos decir es que la medida es desmedida -precisamente- y está fuera del cauce racional necesario para solventar una solución a un conflicto.

Ahora bien, frente a estos actos de levantamiento popular no hemos visto en ningún momento a los pastores del catolicismo interponiéndose entre la furia de la izquierda infiltrada ni la angustia de los docentes en reclamo y el palo policial. Tampoco peregrinando a Grand Bourg para sostener un «Cum Clavis» con el ministro de Educación, ni rezar con él un rosario imprecatorio para resolver el levantamiento. ¿Será que no veían producto posible al pasar la bolsa?

Apenas vio la sociedad una carta de tibias palabras, anhelos lánguidos de llamado al diálogo expresados sobre las cenizas de una hecatombe que llenó decenas de cuadras de ciudadanos reclamando. ¡Era el momento de abandonar el Salón Belgrano del Club 20 de Febrero y marcar las calles con las Sandalias del Pescador buscando la Paz y el Bien que predicaba el Hermano Francisco! (San Francisco, se entiende, porque el otro Francisco estaría enseñando cómo armar una molotov seguramente).

La ausencia de la Iglesia Católica en público en un momento tan tenso denuncia la desarticulación de esta sociedad salteña que ha perdido ya aquella cohesión que la consagrara como la «Capital de la Fe». El amor al Óbolo de San Pedro parece haber adormecido en los tonsurados el ejercicio del ministerio de la conciliación y de la reconciliación. No hay propósito de enmienda sino propósito de lucro. Los mercaderes otra vez hacen su agosto en el Templo.

Un grupete de mujeres llevó la protesta al interior del templo catedralicio encadenándose a las bancas y en Salta, según parece, no lo sabemos, el Derecho de Asilo de la Iglesia ha sido derogado porque antes que diálogo intermedio, desde el teléfono curial se llamó a la Ciudad Judicial y a la Policía que mandó a su cohorte de Infantes armados hasta los dientes para desalojar a cuatro o cinco peligrosas mujeres. Esto demuestra que el «Sistema» está aceitado, jueces prevaricadores, policías genuflexos, políticos incapaces, gremialistas inexistentes y levantiscos populares: un caldo de cultivo peligroso.

Nos viene a la memoria aquel episodio cuando el ex gobernador, Ricardo Joaquín Durán, depuesto por la infame «Revolución Libertadora» buscó refugio entre los frailes franciscanos quienes no sólo lo acogieron y escondieron en los inhallables pasadizos de esa Basílica Menor sino que fueron invadidos -cosa jamás vista- por una horda de uniformados que revisaron cada baldosa y sacaron a Durán en la madrugada vestido de fraile en un auto rumbo a Bolivia. ¿Qué hubiera sucedido si en lugar de aquellos beneméritos franciscanos hubiera sido Provincial Cargnello y sus secuaces? El pobre Durán habría ido a dar con sus huesos en la cárcel o quizás hubiera seguido la suerte del General Juan José Valle.

De haber estado Cargnello en la California del siglo XIX, seguramente habría permitido a Monasterio ingresar al templo y tomar prisionero a Don Ignacio Torres. Incluso más, habría entregado al mismo Zorro para cobrar los $ 2.000 de recompensa (O negociado con los De La Vega un monto mayor a cambio del silencio pontificio, chi lo sa…). Y nos preguntamos ¿Qué vale más para esta cáfila? ¿La Ley de Dios o la ley humana?

¡Ah vosotros, ensotanados, que procuráis llenar la bolsa antes que el corazón! Sois los culpables de los templos vacíos y los corazones cada vez más fríos. ¡Vuestra traición al Evangelio rasga de nuevo el Velo del Templo!

El tren de la oportunidad de mostrar vuestra paternidad espiritual ha pasado arrollando a la caridad y al propio mandato del Cristo «Dejad que todos vengan a mí y no se lo impidáis» (Mt. 19, 14)

Bien os sentencia «El que habla» diciendo: «Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido y no tengo necesidad de ninguna cosa; y no sabes que tú eres un desdichado, y miserable, y pobre, y ciego y desnudo.» (Ap. 16)

Entonces… «Porque eres tibio y no eres ni frío ni caliente, te vomitaré de mi boca» (Ap. 16-17)

¡Penitenciagite!

 

 

 

 

 

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