Cementerio de la Santa Cruz: De fantasmas y otras yerbas
El imaginario popular se halla siempre compuesto por historias de seres imaginarios que habitan espacios que supuestamente pertenecen a los mortales que aún respiran. Sin embargo, la memoria folclórica repone permanentemente historias de aparecidos y de seres atormentados que quizás por no haber hallado su lugar en el “más allá” insisten en tratar de convivir –si cabe el término- con los vivos.

SALTA – POR ERNESTO BISCEGLIA.- Desde que el mundo tiene memoria el tracto -y el trato- con los que ya fueron pero siguen siendo ha constituido una realidad paraterrenal. Entre los griegos el Hades era de hecho un sitio donde podían interactuar vivos y fallecidos; en «La Ilíada» Ulises desciende al inframundo para entrevistarse con espíritus de antepasados y regresar de nuevo entre los humanos.
Ahora, desde que se levantara el Mausoleo de Halicarnaso y desde allí -antes también, claro- cuando se organizaron los enterratorios o cementerios, palabra muy griega por cierto pues su etimología deriva de koimêtêrion o ‘dormitorio’, derivado de koiman ‘acostarse’, por comparación del cementerio con un dormitorio, la desconfianza de los vivos para con posibles andanzas de los difuntos llevó a que los «dormitorios de la eternidad» se instalaran lo más alejados posibles de las ciudades, hecho todavía verificable en los pueblos.
El problema es que ocurrió al revés y fueron los vivos los que avanzaron hacia los difuntos ya que el crecimiento de las ciudades terminó abrazando a esos campos santos como es el caso del Cementerio de la Santa Cruz cuyos nichos y mausoleos son la primera y la última postal de los viajeros que llegan o dejan la Ciudad de Salta.
Si bien ya supimos dar razón del comportamiento de algunos difuntos cuyas ánimas insisten en rondar el pavimento y las casas de familias, dicen «los que saben» que incluso entre las almas existen categorías y calamidades. Así, el menú de aparecidos es variado, los hay perversos que se ocupan de dañar a las personas o que incluso son utilizados por los espiritistas y brujos modernos. Están también aquellos que se divierten haciendo travesuras que algunos llaman “Querubines”, que -dicen- son niños todos blancos de una altura promedio de unos 90 centímetros y que se ocupan de mover las cosas de lugar, esconder llaves y cuestiones así, travesuras propiamente. Las hay aquellas almas puras que se manifiestan en ocasiones cumpliendo algún mandato o misión para consolar a los afligidos, claro, siempre que estos últimos sean personas de profunda fe o alta vibración como para resistir ese encuentro de dimensiones espirituales.
Entonces ¿Dónde habrían de manifestarse con mayor asiduidad estos antepasados? ¡En el cementerio! Una charla con los empleados más antiguos del cementerio exhuma historias ya comunes para esos seres de espíritu curtido pero que resultan escalofriantes al lego que nada sabe de la vida entre los muertos.
Entre esas historias se cuenta la de un hombre que pasadas las 21 horas cuando las luces de las galerías echan fantasmagóricas sombras y el viento mueve los cipreses que silban finamente, desde las galerías del fondo se advierte avanzar una figura masculina imponente que porta un sombrero gaucho. Comentan los aguerridos cuidadores que al principio avanzaban hacia el visitante en el pensamiento de que se trataba de algún intruso -que los hay- o un merodeador de los que saquean del bronce de los nichos, pero lo cierto es que al llegar los hombres a la dicha galería a nadie podían hallar. La figura se había desvanecido. Desde entonces la llaman «El Gaucho» de la Galería C.
Otra de las anécdotas que escurren estos inhumadores cuenta que en tiempos ya lejanos solía ocurrir que hacia el fondo del cementerio, cuando todo ese sector detrás del Mausoleo del Centro Argentino era un campo de cruces donde iban a dar los más desposeídos cuya memoria solía borrar la intemperie que roía las cruces que caían al suelo y se fundían con la tierra desapareciendo junto con el nombre del allí enterrado (para situar en el tiempo, casi medio siglo atrás), había para entonces varios árboles en esa zona, bajo los cuales decía el relato, en las noches solían escucharse voces en tono de algarabía, incluso dicen que se llegó a afirmar que hasta música podía escucharse. Ese sector carecía de toda luz, pero comentan que ante la cercanía de humanos que atraídos por la vocinglería acudían a investigar cesaba todo ruido y quedaba nada más que el filoso silencio de la noche.
Otra visitante de las noches en el cementerio de Salta es una mujer de apariencia madura que pasada la medianoche transitaba los largos pasillos donde descansan los demás. Se comenta que jamás nadie pudo acercarse como tampoco verle el rostro porque siempre se mostraba de espaldas. Quienes la vieron la describían como una mujer de cabello negro y batón blanco que se desplazaba descalza por las galerías.
Dónde comienza la leyenda y dónde termina la fantasía? La imaginación puede hacer ver cosas que no son… pero que la vida más allá de muerte existe y continúa la diversificación entre buenos y malos es cosa cierta. De otra manera ¿para qué existirían los exorcistas, verdad?