Dime cuánto ganas y te diré quién eres
Los montos de los sueldos de los funcionarios ha sido siempre un secreto a voces, el problema de los pueblos chicos es que cuando se rompe el precinto que guarda el "De eso no se habla", lo que se sabía se convierte en escándalo. Y ni siquiera ése sería el problema sino el momento en que desde una banca se sincera el monto del ingreso justo en horas en que la sociedad se moviliza por mejores salarios.

SALTA – POR ERNESTO BISCEGLIA.- El concejal capitalino, José García es por estas horas el pato de la boda debido a su imprudencia de montar en cólera y defenestrar a su colega de banca que transparentó el sueldo que cobran batiendo argumentos que son por lo menos improcedentes e irritantes.
El pueblo nunca le pidió a García ni a ninguno de los funcionarios públicos que rinda cuentas de cuántas horas dedica al cargo aunque todo el mundo intuye que los ingresos de los funcionarios públicos cifran abultados números contra escasas horas de trabajo en relación de la proporción «dedicación-sueldo». Cabe para García practicar aquello de que «Callado te defiendes más».
En el fondo la cuestión no pasa por cuánto gana un funcionario porque podríamos argumentar que el ejercicio de la función pública de suyo es costosa ya que hay que sufragar del propio ingreso gastos protocolares, ayudas y un nivel de vida que el propio cargo exige. Hay que ser realistas. El problema es la falta de equidad entre lo que gana un funcionario frente a lo que cobra un ciudadano trabajador.
La «grieta», supimos decirlo, no se da ya entre izquierda y derecha porque eso ya está superado por la coyuntura global, la «grieta» se produce entre la clase política ya convertida en una suerte de consorcio donde se compran acciones para ingresar y el pueblo. En medio no ha quedado nada, ni partidos políticos, ni militancia, ni proyectos políticos, ni ideas como tampoco ideales, no ha quedado nada. En ese mismo rango de distancia de funciones se ha ubicado también la diferencia de los ingresos.
En atención a lo antes expresado un gobernador, un legislador -nacional o provincial-, los intendentes e incluso los concejales deben ganar bien, pero el Pueblo también, sino se rompe el principio de igualdad de oportunidades que consagra la Constitución Nacional en su Artículo 16. ¿Por qué unos tanto y los otros tan poco?
Como en las casas antiguas el techo salarial de los funcionarios es muy alto en relación al piso donde caminan los demás mortales. Uno de los Principios del Derecho enunciados por Ulpiano señala aquello de «Dar a cada uno lo suyo» pero funciòn de un criterio de equidad que deberìa inscribirse en el marco de un principio de Justicia Social. Toda desproporciòn conduce inevitablemente al conflicto. El caso paradigmàtico de esto ùltimo es sin duda la Revoluciòn Francesa.
Se ha planteado aquí verdaderamente un Nudo Gordiano porque la situación no se resuelve bajándole el sueldo a la clase política porque no compensaría esa diferencia un incremento a los de más abajo. Es un utopía pensar así. Pero tampoco se puede elevar más los sueldos porque el Estado argentino está quebrado y los recursos económicos sobregirados como lo muestra la alta y creciente inflación. ¿Qué hacer entonces?
La cuestión de fondo es la ausencia de un programa político, la falta de políticas públicas. Sin buena política no puede haber buena economía. Pero no habrá buena política ni buena economía sin moral ni ética en la función pública.
Recordaremos que las Naciones Unidas sentaron el principio de que «La equidad salarial es imprescindible para un construir un mundo digno y justo para todos», es decir, cada quien en su responsabilidad y rango debe ganar bien, es el famoso «justo medio de la prudencia» que enseña Aristóteles en la «Política».
No resulta ahora hacer como Alejandro Magno y cortar el Nudo Gordiano sino apaciguar los ánimos con prudencia y un llamado al diálogo para establecer un pacto social; sería lo ideal pero los ánimos están demasiado caldeados y la situación a punto de revelarse incontrolable.
Sostener posturas irreductibles es perjudicial para todos, y lo primero es separar el trigo de la paja discerniendo entre trabajadores y agitadores. Los pueblos del Mediterráneo crecieron mucho más porque se hallaban en torno al «Mare Nostrum», una suerte de mesa donde se compartían descubrimientos e ideas. No pasó lo mismo con las civilizaciones americanas que se desarrollaron en hilo, desde el norte hasta el sur. Los Incas nunca supieron de los Aztecas, por ejemplo, y fueron sometidos de a uno. Si no hay mesa para dialogar habrá tensión e inevitablemente represión, luego caos social.
Si no se busca el camino de un diálogo urgente la situación social corre el riesgo de que ocurra lo mismo que en un polvorín, una explosión por simpatía y la inevitable tragedia.
Es hora de recordar y hacer efectiva aquella advertencia del General Juan Domingo Perón: «A esto lo arreglamos entre todos, o no lo arregla nadie».-