Un ejercicio de Razón asistido por la Fe: ¿En qué creen los que creen?
Razón y Fe no son categorías enfrentadas sino concurrentes. El camino hacia Dios se nutre de la Fe en un Creador del Universo, pero en el uso de la Razón para justificar a la primera. La Fe nuda puede desbarrancarse en el fanatismo, cuando no en la estupidez; excepción hecha de casos de ciencia infusa o de fe connatural. De igual modo, la Razón solitaria es sinónimo de soberbia. La difícil misión es encontrar la ecuación que proporcione el equilibrio. En este libelo realizamos un ejercicio de razonamiento con fe.

SALTA – POR ERNESTO BISCEGLIA.– La búsqueda de la Verdad es una vocación natural (vocare=llamado) del individuo. Quien se predica como ateo puede tal vez justificar su no creencia desde la ausencia de fe pero no desde la razón porque en la anatomía del ateísmo la razón le impide negar la existencia de Dios, pues si el intelecto puede concebir la idea de Dios como algo superior, éste reconocimiento “per se” echa por tierra la negación absoluta de un Ser superior.
Así, en este tiempo donde la desacralización gana espacios cada vez más importante reduciendo al individuo a un mero factor económico y donde se multiplican debido a esa vocación natural de creer una innúmera cantidad de sectas, ritos, iglesias a la carta y un creciente avance del satanismo, es necesario tiempo hacer un esfuerzo por conciliar la razón y la fe (Ratio et Fides) ya que son dos las dos alas que le otorgan plafón al espíritu para alcanzar el conocimiento de lo Superior.
En nuestro comprender, humildemente, tendemos a pensar que las grandes confesiones, particularmente el catolicismo, se baten en retirada porque han abandonado el espíritu del Evangelio y se han consolidado como entidades mercantiles que no predican la Liturgia sino que la usufructúan.
Las generaciones más jóvenes tienen cada vez menos preocupaciones espirituales y el olor a incienso que purifica las almas en realidad termina ahuyentándolos. Los templos van quedando cada vez más vacíos de fieles según se van llenando los cementerios con aquellos que antes llenaban a los primeros. Hay una verdadera diáspora religiosa que está modelando una cultura irreligiosa y aún peor, arreligiosa.
Entonces ¿Por qué es necesario este esfuerzo? Porque sólo elevándose espiritualmente sobre este impulso es que se puede hallar el campo de la Esperanza. En esta época, la angustia vital consume a las almas ante el desolador panorama de un mundo que parece empeñado en luchar obstinadamente por autoexterminarse.
La destrucción ambiental imparable, la caída de la economía global que condena a diario a millones al hambre, la paradoja de tener a un “click” de distancia todo el conocimiento universal pero con juventudes cada día más ignorantes y finalmente, la amenaza palpable de una posible eclosión nuclear que puede llevar al orbe a un estado de calamidad indecible, son todos datos concretos, ciertos que afligen al individuo que no ve luz al final del túnel.
¿Cómo superar este aciago momento sino con una mirada hacia algo superior que rescate al hombre? Éste es el desafío de la fe. Pero, ¿Cómo predicarle al hombre un horizonte de esperanza en un mundo donde el “Non plus ultra” se ha enseñoreado y lo material es la medida de todas las cosas? ¿Cómo decir que algo que no se ve y que parece haber dejado al hombre librado a su destino es en realidad el mojón al que debe aferrarse? Ciertamente, la fe pura, no alcanza para predicar la esperanza en un mundo desacralizado.
Es entonces donde el imperio de la Razón en estado puro debe ejercitarse, pero para ello es necesario enseñarle al individuo a pensar libremente. Es menester superar los dogmas (religiosos o políticos), tanto que desde el juicio crítico pueda aceptarse aquella verdad que señala San Juan: “El Espíritu sopla donde quiere” (Cfr. Jn. 3-8).
Luego, el dogma –paradójicamente- se convierte en el gran obstáculo para llegar a la Verdad, pues ¿Qué son los dogmas religiosos sino proyectos e invenciones de la razón del hombre? Diremos a modo de ejemplo que los Evangelios en sus distintas acepciones relatan el episodio de la “Anunciación a María” que resulta en la Unión Hipostática (Hipóstasis: Consideración de lo abstracto o irreal como algo real), es decir, la unión de dos naturalezas, la humana y la divina que concurren en el embarazo prodigioso de una doncella judía virgen. Pues bien, para dar por concluidas las especulaciones y desencuentros entre la razón y la fe sobre este asunto, será que la reflexión de los Padres la dictará como dogma a través de los Concilios. Por ejemplo, el Papa Martín I convocó al Concilio de Letrán en 649 d.C, donde se afirma la virginidad perpetua de María, con lo cual se abre el espacio de la creencia con fórceps para el fiel. Dicho en lenguaje vulgar, creer o reventar.
Claro que en los hechos, los librepensadores, agnósticos y herejes, siendo que la herejía según su etimología vendría a ser un don de Dios porque es una elección de criterio libre y racional, serían todos “reventados” por esa abominable y perversa creación llamada “Santa” Inquisición. ¿Cómo explicarle a un hombre o mujer que ejercita libremente su razón que hay un Dios que los ama y luego torturarlos y quemarlos vivos en nombre de ese “Dios”? Esto repugna a la razón y por supuesto a la “fe”.
Hubo dogmas tan absurdos como el de “Infabilidad del Papa” en cuestiones de teología y moral inventado por Pío IX (Giovanni Mastai Ferreti) mandado a declararse durante el Concilio Vaticano I como medio de imponer su voluntad y poder frente al mundo que comenzaba a pensar en la Modernidad de la cual ese longevo Papa era archienemigo. Un dogma que no resiste a la más mínima consideración racional, mucho menos de “fe”.
Así podríamos iluminar otros muchos momentos durante estos dos milenios en que la jerarquía católica fue sembrando dogmas irrefutables para la fe pero todos en colisión con la razón porque resultan indemostrables por la vía científica.
De allí entonces que deba ser el equilibrio, la coexistencia y la asistencia de la razón a la fe, pues ¿qué es el hombre sin concurso de la razón sino más que un obediente cordero de la “fe” enseñada o inyectada? Pero también ¿qué es el hombre sin fe sino apenas un ente condenado al polvo? Diremos aquí con Aristóteles que el hombre es aquella “sustancia compuesta de cuerpo y alma”. El hombre sin alma es un cadáver y sin cuerpo un espíritu, pero no es un hombre.
La razón es la categoría mayor de la existencia humana pues sin ella la mujer-Eva- no habría desobedecido a Dios y el hombre no hubiera aceptado la tentación de la mujer. El mito de la manzana oculta la negación de los elevados al culto de permitirle al hombre su acceso al conocimiento al que sólo se llega por la razón y se ejercita por la libertad.
El acto mayor de la creatura fue desobedecer a Dios utilizando sus dones, razón y libertad. De no haberlo hecho tal vez la historia humana no hubiera existido y seríamos algo intermedio entre los ángeles y el individuo creado, quizás semidioses ya que la Serpiente tienta con la mentira a la mujer “Seréis como dioses” (Gén. 3-5), lo que sea, pero no habría existido la humanidad.
Así es que vivimos esta época en que sin fe y sólo con la razón el hombre se envanece buscando emular a Dios, clonando seres vivos y buscando atrapar el Universo en un telescopio. Mas, ¿luego qué? Si la vida es efímera. Triste cosa sería pensar en una vida de esfuerzos, sufrimientos y conquistas para sólo perecer. Hasta sería estúpido vivir entonces.
Es la fe la que le da sentido a la especulación racional porque le alcanza ese espacio de sobrevida más allá de los latidos del corazón. Es la que pone freno y límite a la soberbia de la razón, la que ilumina a la ética y a la moral en beneficio del equilibrio, la fe proporciona ese “justo medio de la prudencia” que predicaba Aristóteles.
Así, cuando leemos “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn. 1-14) entendemos (razón) que Dios –como se lo conciba- no es un Ente separado de la existencialidad humana sino una parte integrante de la circunstancia bio-espiritual en que resulta el hombre.
El hombre, el individuo, debe ir más allá del dogma para comprender la magnificencia de Dios, porque el dogma es un precinto a la razón en beneficio del ejercicio del poder de las jerarquías de las confesiones religiosas. Se han quemado miles de hombres y mujeres por ir en busca de Dios más allá de los dogmas sentenciados por el hombre, siendo el de Giordano Bruno el ejemplo de máxima.
El hecho de incinerar juntos a los condenados a gatos y gallos negros revela que la fe en grado de fanatismo es irracional. ¿Quién quemaría un gato negro por ser instrumento del Mefisto? Sólo un imbécil o un degenerado espiritual. Si la razón hubiera asistido a esa caterva de perversos ensotanados, el cristianismo se habría resuelto naturalmente. Claro, no hubiera existido ni los Estados Pontificios, ni el Vaticano, quizás ni la misericordiosa parroquia. Pero habría triunfado el Hombre como majestuosa creación de Dios y con él todas las categorías morales y éticas que hoy se pierden junto con los templos vacíos.
El individuo sólo en el estado más desarrollado de su razón puede ser plenamente libre y la libertad es condición imprescindible para alcanzar la Verdad y justificar la Fe y la Razón, pues como dice Juan “La Verdad os hará libres” (Jn. 8, 23).