La Mujer, o el «Elogio de la melena»
El "Día de la Mujer" debiera utilizarse para destacar no sólo sus derechos sino sobre todo la categoría más distintiva que posee: su femineidad. En el arco de valores que la femineidad contempla se destaca sobre todo la cabellera de mujer, signo y símbolo distintivo de su condición de féminas y que a lo largo de la historia atrajera desde aldeanos a caballeros. ¿Quién puede sustraerse a la atracción gravitatoria de ese "montón de pelo"?

SALTA-POR ERNESTO BISCEGLIA.- Desde los tiempos más antiguos la melena ha sido un símbolo de fuerza, honor y sabiduría. Ya en el Egipto antiguo las mujeres de la realeza se hacían confeccionar pelucas cuando eran de pelo ralo. Entre los griegos y romanos también era usual que las mujeres de la alta sociedad compitieran a ver quién lucía más esplendorosa cabellera. Incluso entre los hombres era importante ya que una melena les daba estatus de sabios o guerreros en aquellas civilizaciones.
Sabemos que los griegos hicieron de la belleza física un culto y obviamente los peinados femeninos eran extremadamente elaborados y llenos de detalles: rizos y ondas eran los preferidos. De hecho, el cabello rizado se consideraba exponente de la hermosura.
Claro que ser mujer en la Grecia antigua y poseer una cabellera imponente tenía sus cuestiones también. Hesíodo (VIII-VII a. de C) describe la hermosura de la primera mujer creada a la que llama «kalon kakon», alabando su abundante cabellera y predicando de ella que era «la cosa hermosa-malévola»; era malévola porque era hermosa y hermosa porque era malévola.
Los romanos que copiaron en todo a los griegos y pragmáticos como eran, a falta de una buena cabellera confeccionaban pelucas con los cabellos de los germanos vencidos.
La mitología y la historia más antigua recogen el nombre de mujeres que descollaron por la belleza física y de sus cabelleras. Desde la hermosa Helena que causó la guerra de Troya, su hermana Clitemnestra, no tan agraciada pero capaz de asesinar a su marido por despecho, hasta Cleopatra que hizo tambalear al imperio romano seduciendo a Julio César y a Marco Antonio. La Judit bíblica que blandió sus cabellos ante el general que sometía a su pueblo y en el acto íntimo le cortó la cabeza y la mostró a su pueblo.
Homero canta la belleza capilar de Circe, la hechicera que recibía a guerreros y hombres de bien en atuendos transparentes y embobados por sus ojos que refulgían tras sus cabellos eran convertidos en «hombres-mascotas», hasta que la llegada de Odiseo cambió su suerte.
La exultante Pandora, creada por los dioses del Olimpo a quien cada uno le dio su don recibiendo de Afrodita la belleza enmarcada por su cabello. Una mujer «que tendría una belleza más allá de lo que un humano hubiera nunca conocido, con lo que ninguno podría resistirse a ella.» Sin embargo, en su interior albergaría maldad, mentiras y un carácter cortante.
La lasciva Salomé que «apareció con un vestido cuyo cuello quedaba al descubierto, mostrando la blancura de una zona habitualmente inexpugnable a la vista de los hombres. Su pelo suelto, rizado, era tan rojo que parecía que iba a arder…» y cuyas contorsiones hechizaron a Herodes y meciendo su cabellera le pidiò la cabeza de Juan el Bautista.
La traidora Dalila -segùn relata el Libro Segundo de Jueces- que «tenìa seducido al guerrero, con su rizada cabellera roja y sus artes sexuales…», y que aprovechando el sueño cortò los cabellos de su amante Sansòn dejàndolo indefenso. Pues si un ejemplo del poder màgico de una cabellera abundante hay es èste de Sansòn. ¿Qué gracia y seducción tiene una mujer sin su cabellera?
¡Y qué decir de Lilith!, la primera mujer de Adàn cuya «hermosura y su aspecto la convirtieron en envidiada y peligrosa: larga melena rizada y rojiza (se coloreó así al salir del Edén), utilizaba su angelado estilo como arma de seducción.» Fue echada del Edén por negarse a someterse al hombre debajo de él en el acto sexual. De allí pasó a la historia como icono de la rebeldía y la lujuria.
Incluso en la Biblia lucir una buena melena se contemplaba como un distintivo de belleza y hasta de orgullo. Como sería de importante la melena en la mujer que en tiempos de la primera comunidad cristiana esta cuestión del cabello en las mujeres fue propósito de controversia que San Pablo dilucidó diciendo que «Las mujeres por naturaleza tienen un cabello más largo que los hombres, y los hombres son mucho más propensos a la calvicie. Es decir, Dios creó a las mujeres con un «velo natural» y a los hombres con una «cabeza descubierta». Si una mujer rechaza la marca de su sujeción (el velo), ella también puede raparse su cabeza (1 Corintios 11:3-15).
En el Evangelio de Lucas, un episodio es singular cuando María Magdalena lava los pies del Señor con sus lágrimas «y los secó con sus cabellos» (Lc. 7, 38), lo cual hace suponer de la abundancia de su melena.
Durante el Renacimiento la abundante cabellera femenina marcó un estilo plasmado sobre todo en las pinturas de Sandro Boticelli. Su «Madonna» y particularmente «El nacimiento de Venus» donde una espigada mujer rubia se envuelve en sus cabellos con el que se considera el «rostro màs bello de la època», serìan tomados varios siglos màs tarde como paradigma de la belleza femenina, al punto que en el código de vestimenta de la gala del Museo Metropolitano de Nueva York, se especificaba que la estética debía inspirarse en este estilo.
No tenemos ninguna iconografía que nos muestre a la Beatriz del Dante o la Laura del Petrarca, tampoco sabemos si la Dulcinea que embelezò al Alonso Quijano o la Julieta del Balcòn de Verona fueron de abundantes cabelleras pero hemos de suponer que sì, pues son esas frondosas matas de rizados cabellos las que conmueven el espìritu del màs aguerrido de los guerreros como lo canta la èpica griega.
En tiempos donde los roles masculino y femenino se hallan «trans» versalizados, donde se invirtió el rol que decía San Pablo «Que los hombres deben parecerse a los hombres y las mujeres a las mujeres», Nos, rendimos tributo en esta Jornada a la belleza femenina tal como la puso Dios sobre la Tierra, diciendo que «Todo era bueno».
Cantamos la Oda màs singular a la mujer cuyas formas curvilíneas se rematan con una cabellera donde se ocultan los más hermosos sentimientos y las más terribles cavilaciones, pero que más allá de las imposiciones de cualquier moda continuará por los siglos convirtiendo a caballeros andantes «de reluciente armadura» en dóciles esclavos de la belleza femenina.
¡Ah, la mujer…! Diosas y villanas, pero arteria principal de la historia humana y personal de cada individuo. Citando al filósofo popular, diremos aquello de «¿Qué hubiera escrito Neruda?; ¿Qué habría pintado Picasso?
Si no existieran musas como ustedes…»
¡Cómo no inspirarse en sus cabellos para escribir, pues si una condición caracteriza a la Mujer es precisamente aquello que el dicho popular señala de que no tienen NI UN PELO de tontas!