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Cosquín: “En qué momento nos fuimos a la …”

Son tiempos confusos, de confusiones y de confundidos. Lo que se ha visto en el escenario de la tradicional Plaza Próspero Molina además de inusual resulta una afrenta a los valores histórico-culturales que marcan el talante del pueblo argentino. La Tradición ha sido desbordada por la ideología de género en una grosera ridiculización del acervo gauchesco.

SALTA-POR ERNESTO BISCEGLIA.- Vamos a dar la cara en este tema espinoso. Sí, dar la cara porque aturde el silencio de las asociaciones gauchas y de las academias donde se cultiva el patrimonio intangible argentino ante el nefando espectáculo ofrecido por dos sujetos que dicho en criollo “han tomado al gauchaje para el churrete”. Sencillamente porque nos parece que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa y no cualquier cosa.

 

Adelantemos antes que nada, que somos fervientes partícipes –militantes, se diría-, de la más irrestricta libertad de pensamiento y acción. Republicanos de vero cuño que rendimos culto laico a la letra del Artículo 19 de nuestra Constitución Nacional que reza taxativamente que: “Las acciones privadas de los hombres (y mujeres, agregamos) que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, están sólo reservadas a Dios y exentas de la autoridad de los magistrados”. Sabias palabras que marcan el límite entre lo correcto y lo non santo.

 

En ese criterio decimos, afirmamos y defendemos, que cualquier ciudadano argentino tiene el derecho –también irrestricto- de ejercitar sus exacciones amorosas en el modo y con quien se le dé la gana. Así pues, si alguien es feliz saciando sus concupiscencias carnales con un elefante, un cardo o algún otro organismo vivo, aplaudimos fervorosamente ese estado de plenitud y goce que le provoca el frote y sublimación orgásmica con tal ser. Si es feliz, nosotros participamos de su felicidad. Esto es claro y definitorio.

 

Ahora ¿Por qué si la canibalización lúbrica entre dos ciudadanos/as es todavía un acto que se considera dentro del ámbito privado, hemos de exponerlo públicamente cuales canes en celo que se hallan en una esquina?

 

El coito, la cópula o apareamiento es una las grandes y más deliciosas maravillas con que el Creador ha bendecido a la humanidad y a todos los seres vivos. “Y vio que todo era bueno”, repite el Génesis a cada paso de la Creación. Si, pues, “Todo es bueno” mientras ocurre dentro de los carriles de la normal naturalidad. Decía con toda razón aquel purpurado que “Dios ha creado en el hombre un órgano que se compadece perfectamente dentro del órgano de la mujer”, y no hablaba de órgano musical precisamente.

 

Pero bueno, siendo que el ser humano es el único capaz de retorcer a la Naturaleza como lo denuncia el cambio climático, por ejemplo, también lo ha hecho con la sexualidad. Y si bien nos inscribimos en las filas del cada vez –pareciera- más sospechoso terreno de la heterosexualidad, comprendemos que haya quienes encuentran su sublimación amorosa en otros frotes distintos y diversos. ¡Benditos ellos y su elección! ¿Por qué hemos de juzgar lo que sólo “está reservado a Dios y exento de la autoridad de los magistrados”?

 

Pero existe –mal que les pese- el famoso “orden moral”, que si bien subjetivo en las sociedades es absoluto como Principio. Dentro de ese orden se alinean necesariamente los valores que conforman el sustrato de una nación y le otorgan sustentabilidad. En el caso de nuestro país, la República Argentina, el gaucho es un personaje consular cuya presencia atraviesa a la historia misma desde antes de que fuéramos un país, lo diseña y lo fortalece, toda vez que al gauchaje, especialmente norteño y sus sacrificios le debemos esto que llamamos “Patria” y que se traduce en un país organizado. Al menos hasta ahora.

 

Luego, la figura del gaucho es sinónimo de folclore, esto que llamamos patrimonio intangible y que nos otorga identidad como argentinos. El folclore, según su etimología de “Folk” significa “Pueblo”. Somos pues, un “Pueblo folclórico”, que tiene a la música, a la danza, a la vestimenta, a la gastronomía, a la lengua y hasta la vestimenta como una de las tradiciones más veneradas en cualquier latitud. La inmensidad de festivales folclóricos que existen son la prueba elocuente de lo que decimos.

 

Entonces, presentar en el escenario mayor del folclore argentino una representación afeminada del gaucho y la danza nos parece literalmente un agravio. Y que quede claro, es el acto y no los individuos. Es el gesto y no la elección sexual. Es el lugar y no la tachadura moral, es por fin, el mensaje equivocado, errado y hasta tendencioso que se propaga el que nos parece un atentado a la cultura argentina.

 

Lo decimos así porque el gaucho y su contexto folclórico son sinónimo de hombres y mujeres aguerridos, fieros en la defensa de lo patriótico, auténticos y sobre todo hay que ver que la figura del gaucho “per se” representa la virilidad en su máxima expresión.

 

Que los jóvenes que danzaron –si podemos llamarlo así en Cosquín- prefieran la polvera al facón verijero y los tacos altos a las espuelas es un asunto particular de ellos y por lo tanto respetable para todos. ¡Debe serlo así! Pero no encontramos razón de que la elección privada de los artistas deba mezclarse con una mofa a la danza tradicional y mucho menos todavía con una desvalorización del valor hombría (lo figura el Martín Fierro) que es la esencia natural del gaucho.

 

Nos cuesta imaginar al General Güemes y a sus bravos e indómitos gauchos polveándose la nariz antes de un combate. Tampoco nos cabe el pensar que el hombre de campo, ese gaucho parido desde la tierra y a la cual le extrae su riqueza para la Nación, cambie la bombacha sureña o norteña por una prenda de lamé plateado onda“outfit”. Menos imaginamos a la china que grácilmente mueve provocativa su cintura en una zamba y esconde su belleza criolla de manera modosa bajo el pañuelo con un facón en la cintura, látigo en mano y diciéndole a su compañera de ballet, “Pegame y decime El Pardo”.

 

El Artículo 16 de nuestra Constitución Nacional consagra la igualdad para todos y todas sin otra condición que la “idoneidad” para acceder a los trabajos y las cargas públicas. ¿Por qué hay que imponer un modelo inexistente y contradictorio a la naturaleza de las cosas? Hilando fino, sería hasta contrario a la Ley Suprema que ya de suyo protege el derecho de mayorías y minorías poníendolas en un pie de igualdad con esa palabra: idoneidad. Cuando las minorías piden cupos de trabajo o de lo que sea están reconociendo de suyo una minoridad. Se auto marginan, si la ley ya las tiene protegidas.

 

Si algunos quieren practicar el amanse criollo entre ellos o entre ellas, bendito sea Dios que les dio esa libertad y la ejercitan. Los demás pretendemos continuar pensando en que lo natural es el padrillo cojudo relinchando, montando a la hembra arisca que corcovea pero cede al impulso natural de que el macho la posea consumando el hermoso coito que devendrá en potrillos o potrancas para la próxima camada. Para nada distinto de lo que ocurre entre varones y mujeres, claro.

 

Incluso, si algunos gauchos hay que desean consumar una “chirinada” (Explicamos: de “Chirino”, aquel sargento que lo clavó por detrás con la bayoneta a Juan Moreira) y son felices, nos asociamos sinceramente a ese éxtasis. Pero pretendemos continuar sufragando a esa figura recia, viril, áspera y tosca del gaucho argentino, del verdadero gaucho salteño, que no tiene amigos porque sus amigos son sus hermanos y se entrega, sí, pero para hacer una gauchada, no una guachada.

 

Puede que esta nota contenga pasajes crudos, como el cuero argentino que se convierte en lazo, bozal, cabecera, montura, botas y talero. Pero creemos que hasta el arte debe observar los límites que el contexto donde se ejecuta le impone. Lo que hemos visto los argentinos en la noche de Cosquín no ha sido arte sino un burdo atentado a la cultura argentina.

 

Encima premiado.-

 

 

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