Cómo eran las ceremonias de la muerte en Salta (I)
La poderosa influencia de la Iglesia Católica que había llenado de ceremonias el protocolo real de España, trasladó a la América aquellas costumbres emparentadas con las pompas, de allí que las honras fúnebres se llamaran hasta hace muy pocos años “Pompa Fúnebre”, nombre con el designaba incluso a la empresa que prestaba el servicio de sepelio.

ARGENTINA-SALTA.- (Publicada originalmente el 31/Jul/2022)El acto de morir representaba no sólo la partida física de este mundo sino que en ese marco de espiritualidad tan católica era el paso para iniciar la vida eterna que según el comportamiento del difunto en vida podía significarle “descanso eterno” o el “castigo eterno”.
Para favorecer lo primero y aliviar o evitar lo segundo, la Iglesia Católica proveía de una serie de ceremonias que consideraba útiles para el alma, eso sí, respetando el rango social del difunto, porque un indigente no recibía el mismo tratamiento que un alcalde, por ejemplo.
La agonía
Por tal se entendía el momento de mayor gravedad del mal que quejaba al individuo próximo al óbito. Era un momento solemne que en cuanto el enfermo ingresaba en ese estado la familia enviaba a un criado a dar aviso a la parroquia más cercana a dar aviso y se ordenaba iniciar el tañido de la campana menor para que los vecinos comenzaran a orar por esa alma próximo a presentarse en el Juicio Final. Es de pensar que el enfermo en sus últimos momentos de conciencia se daría cuenta de su estado terminal al escuchar la dicha campana.
Inmediatamente del último suspiro, se le cerraban los ojos al difunto y el entorno entonaba el rezo de las Siete Palabras y una serie de oraciones mortuorias. Era el momento del llanto.
Llorar era cosa no sólo de expiación y liberación espiritual sino hasta de decoro social. Mal visto era aquel que no lloraba ante el difunto, en particular si el fallecido era esposo y la viuda no derramaba lágrimas podía ser acusada desde no haberlo querido hasta de supuestas infidelidades.
La mortaja
Aquellas familias de catolicismo muy acendrado procedían al amortajamiento del difundo, esto es, empaquetarlo en una sábana a imitación del Cristo que fuera amortajado por los discípulos. En épocas más recientes la ceremonia del vestido del difunto tenía que ver con su última voluntad sobre cómo ser introducido en el féretro, o bien si se tratase de alguien que en vida fuera dignatario la costumbre era vestirlo con traje negro –preferentemente frac, de haberlo- y acompañar el cuerpo con algún accesorio, como bastón, gorra, etc.
Las mujeres difuntas, hacia iniciado el siglo XX incluso, eran vestidas con colores de luto, aunque en las clases superiores era costumbre amortajarlas con el hábito de alguna Orden a las que hubieren pertenecido. Hay que recordar que entre las damas de la clase media-alta, era costumbre pertenecer, por ejemplo, a la Tercera Orden; así franciscanas y otras.
Los dobles
Ya amortajado o vestido, el fallecido pasaba a ser más propiedad de la Iglesia que de la familia. Los toque de campana se hacían dobles y se tocaba a la noche, a la “hora de la Ánimas”, es decir, a las tres de la mañana, para alertar al vecindario de acudir a la misa del difunto al día siguiente.
Se llama así a ese momento de la madrugada pues se supone que como Cristo murió a la “Hora Nona”, las tres de la tarde, el Demonio opera invirtiendo los tiempos y a las 3:33 AM, los esoteristas afirman que es el momento de mayor actividad de los seres de la oscuridad.
Según las creencias antiguas en esa hora de la madrugada es cuando las personas de mayor edad o quienes se encuentran con alguna enfermedad son más propensos a fallecer, pues la energía del cuerpo se debilita.
Al inicio del funeral se tocaban nuevos dobles y por último al finalizar el oficio del difunto nuevamente. De manera que aquellos de nivel económico y social partían precedidos de cuatro dobles de campanas.
(Continúa)